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Pedro Fernández Barbadillo

Hollywood da ideas a la CIA

El espionaje que realiza la CIA para infiltrarse en teléfonos, ordenadores y televisiones demuestran que nadie está completamente protegido.

El espionaje que realiza la CIA para infiltrarse en teléfonos, ordenadores y televisiones demuestran que nadie está completamente protegido.
'El buen pastor', un film sobre los inicios de la CIA | Fotograma

Las últimas revelaciones de Wikileaks sobre el espionaje que realiza la CIA por medio de softwares específicos para infiltrarse en teléfonos inteligentes, ordenadores y televisiones con conexión a internet demuestran que ante la informática nadie es anónimo ni está completamente protegido.

Una de las sorpresas desveladas es el proyecto Umbrage, que consiste en la recopilación de técnicas para realizar ciberataques que la CIA ha obtenido del estudio de malware producido por otros países, como Rusia y China. Según Wikileaks, Umbrage permitiría a la CIA dejar pistas que en sus ataques que condujesen a atribuírselos a otras agencias. (Cabe preguntarse si Umbrage ya se ha aplicado en todo el asunto del presunto hackeo por Rusia de los corres electrónicos que circularon en la cúpula del Partido Demócrata y en el equipo de campaña de Hillary Clinton.)

Otra sorpresa es el posible uso del software de los automóviles para causar accidentes y así eliminar a personas molestas. Desde los años 30 del siglo pasado, el accidente de tráfico ha sido uno de los medios favoritos de los escritores para eliminar a sus personajes o de los estudiosos de las conspiraciones para explicar muertes oportunas para el Poder. Las de Lawrence de Arabia, el general George Patton, la princesa Diana de Gales y el político austriaco George Haider se han atribuido en algún momento a asesinatos y no a accidentes o imprudencias.

En cuanto leí esa noticia, recordé que en Yo robot un súper-ordenador trata de asesinar a Will Smith fingiendo un accidente de tráfico. Y en Juegos de guerra y Terminator un ordenador con inteligencia artificial –llamados WOPR y Skynet, respectivamente- se vuelve demasiado listo y toma el control de los sistemas de defensa de EEUU para provocar una guerra termonuclear. Algo parecido hizo en la vida real el virus informático Stuxnext, infiltrado en el programa nuclear de Irán para sabotearlo.

¿La CIA inspirándose en guionistas de Hollywood? ¿Por qué no?

Obama justifica el espionaje por la seguridad

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'Red de mentiras' (2008)

La tecnología, junto con sus ventajas, nos hace cada vez más vulnerables y transparentes. La caza al hombre que realiza toda la policía francesa del asesino apodado Chacal hoy se efectúa mediante el GPS, las tarjetas de crédito y las miles cámaras de seguridad repartidas por cada ciudad, como aparece en las películas de Jason Bourne y en Red de mentiras.

Cuando Barack Obama fue elegido presidente, prometió a los ciudadanos de EEUU reducir la vigilancia y los controles desarrollados por el Gobierno de George Bush después de los atentados del 11-S. Sin embargo, fue la típica mentira para conseguir votos.

Las injerencias aumentaron en los ocho años siguientes: en 2013, la agencia de prensa AP denunció que las líneas telefónicas de varias delegaciones habían sido pinchadas por las autoridades federales y se habían archivado las conversaciones. Las revelaciones sobre la interceptación de comunicaciones privadas sin orden judicial fueron numerosas bajo Obama; las más indignantes fueron las escuchas realizadas a una treintena de gobernantes extranjeros, como la alemana Angela Merkel, reveladas por Edward Snowden. La NSA contó con la colaboración del CNI para efectuar ese espionaje masivo en España.

El presidente demócrata reconoció que no confiaba en los programas de escucha, pero, una vez en la Casa Blanca, compendió que eran vitales para combatir el terrorismo. Y el hombre que venía a cambiar el mundo los justificó con unas palabras que de venir de otro el Imperio Progre las habría calificado de cínicas.

No puedes tener un 100% de seguridad y tener también el 100% de la privacidad y cero inconvenientes. (…) Vamos a tener que elegir algunas opciones como sociedad.

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John Edgar Hoover en 1961

Desde luego, ya han pasado los tiempos en que las leyes que prohibían a los policías y espías determinadas conductas se respetaban. El general Emilio Mola cuenta en sus memorias que, como director general de Seguridad (1930-1931), encargado de defender la Monarquía de Alfonso XIII, no podía ordenar la intervención de los teléfonos de los confabulados, por dos motivos: la prohibición legal y la oposición de los funcionarios de Correos y los empleados de Telefónica, implicados a través de sus sindicatos y logias en la conspiración.

También en los años 30, en EEUU estaban prohibidas y muy restringidas las escuchas telefónicas, pero eso no impidió al FBI de Edgar Hoover realizarlas sin supervisión.

Contra los pacifistas

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'Legado de cenizas', de Tim Weiner

En los años 60, los ordenadores y el personal de la CIA se pusieron al servicio de los presidentes. Lyndon Johnson ordenó a la agencia, que tiene prohibido funcionar dentro de EEUU (eso queda para el FBI), que buscara y espiara a los dirigentes del movimiento contra la guerra de Vietnam. Según Tim Weiner (Legado de cenizas):

El presidente consideraba a los manifestantes enemigos del Estado; estaba convencido de que el movimiento pacifista estaba controlado y financiado por Moscú y Pekín. Y quería pruebas de ello. De modo que ordenó a Richard Helms [director de la CIA] que se las diera. Helms le recordó a Johnson que la CIA tenía prohibido espiar a los propios estadounidenses. (…) En una flagrante violación de los poderes que la ley le atribuía, el director central de la inteligencia se convirtió en jefe de la policía a tiempo parcial. La CIA inició una operación de vigilancia interna que tenía el nombre clave de Caos. Duró casi siete años.

En este tiempo la CIA elaboró un censo informatizado de 300.000 nombres de personas y organizaciones estadounidenses y extensos expedientes sobre 7.200 ciudadanos. Johnson también ordenó a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) que espiase a quienes la mantenían con sus impuestos. En la presidencia de Richard Nixon este comportamiento se exacerbó hasta causar su caída.

En la misma década de los 60, la Administración de Estados Unidos puso en marcha un programa para interceptar las comunicaciones del bloque socialista, que no sólo se mantuvo después del fin de la Guerra Fría sino que se amplió. Su nombre: Echelon.

Pero en ocasiones, el espionaje electrónico es inútil, porque el espiado puede anularlo de una manera muy sencilla. De acuerdo con el programa explicado arriba, la NSA tenía intervenidos los teléfonos de los máximos dirigentes políticos y militares de la URSS en los años de Breznev (1964-1982), pero no servía de nada, porque los soviéticos hablaban entre ellos en clave.

Grabaciones telefónicas a un cardenal

En España, una vez eliminados en el régimen franquista los escrúpulos legales, se grabaron llamadas no sólo de sospechosos o miembros de la oposición, sino, también, de personalidades desafectas. Cuentan los historiadores Javier Tusell y Genoveva Queipo de Llano (Tiempo de incertidumbre) que el presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, poco antes de la muerte de Franco, presentó transcripciones de las conversaciones mantenidas por el secretario del cardenal Tarancón con José María de Areilza al príncipe Juan Carlos, lo que causó la alegría de éste:

Tarancón se portará bien porque lo tenemos muy agarrado.

Posteriormente, ya en democracia, el CESID del general Emilio Manglano realizó grabaciones "aleatorias" a diversos empresarios, políticos, jueces, periodistas y al propio rey Juan Carlos.

En otras ocasiones, a los servicios de espionaje les basta con pedir las cosas educadamente. Así, Blackberry entregó voluntariamente la clave de cifrado global de sus mensajes a la Policía de Canadá ya en 2010.

La única manera de conservar los secretos es volviendo a los viejos métodos, como el archivo de papel y la cerradura con una sola llave. Los servicios de información de Rusia y Alemania compraron máquinas de escribir para redactar con ellas sus memorandos más secretos. Y Felipe II no vacilaba en descifrar personalmente cartas de sus embajadores ayudado por su hija la infanta Isabel Calara Eugenia. Si en El Escorial el rey de España no se sentía seguro, ¿qué puede pensar Donald Trump, cuando todas las agencias de la comunidad de inteligencia todavía siguen dirigidas por los cargos nombrados por Obama?

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