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Triste como una biografía

Nueva biografía sobre José Ortega y Gasset

El Ortega de Jordi Gracia es absoluto; el Ortega relativo, original, íntimo, está en Ortega mismo.

El Ortega de Jordi Gracia es absoluto; el Ortega relativo, original, íntimo, está en Ortega mismo.
Don José Ortega y Gasset

Admitamos que entre los admiradores más entusiastas del pensador español José Ortega y Gasset (1883-1995), entre los que me cuento, siempre hemos querido escribir su biografía o hemos tenido una en potencia. Jordi Gracia (Barcelona, 1965) se nos ha adelantado y nos ha tomado muchísima ventaja. Cualquiera tardaría años en hacer otra, y todas las críticas que a la suya podamos hacerle se quedan en un "hubiera" o en un "haré". Tras esa confesión de origen, admitamos también que las biografías suelen ser tristes: la importancia histórica de un individuo rara vez concuerda con las minucias de su intimidad. La que Jordi Gracia acaba de escribir sobre Ortega lo reconfirma. En el epílogo, después de casi setecientas páginas de hurgar en cientos de documentos, cartas y cotilleos de sus contemporáneos, el biógrafo nos confiesa: "No he dado con la ruta que lleve a la intimidad de este hombre" (p. 643). La confesión es de una sinceridad sorprendente y lleva a numerosas hipótesis.

Recapitulemos. No deja de ser curioso el título del artículo con el que Jordi Gracia antecedió la publicación de esta extensa biografía: "Un maestro tambaleante: Ortega al fondo" (en Diez ensayos sobre Realidad. Revista de ideas, ed. de Carolina Castillo y Milena Rodríguez, Fundación Francisco Ayala, Granada, 2013). Dudo que no podía ser sino Gracia la persona más indicada para escribir la biografía de Ortega, como empieza su reseña Christopher Domínguez Michael en Letras Libres (agosto, 2014); aunque al final termine por aceptar que prefiere quedarse con la de Gregorio Morán, El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (1998). Estoy de acuerdo con Domínguez Michael en que la intimidad de Ortega, su zona espiritual y reservada, incluye también sus clases de filosofía y sus polémicas políticas. En tal sentido, la intimidad estaría en el texto más que en el contexto. Ortega puso en palabras su vida, y texto y contexto se confunden.

Así, pues, las reseñas aparecidas a propósito de este libro de Jordi Gracia me recuerdan las que salieron a finales de 2004 con la publicación de la nueva edición de las obras completas de Ortega en Taurus, y que merecieron las duras palabras por parte de Agapito Maestre en "La ocultación de España", un ensayo de su libro Latidos culturales: "Sí, queridos lectores, Ortega queda reducido, en manos de los liberales de cartón piedra, a un pensador para señoritos incapaces de comprender su crítica a la democracia morbosa, al totalitarismo implícito en las democracias de masa".

Naturalmente, no se necesita admirar a alguien para escribir su biografía. La antipatía o la indignación del biógrafo contra el biografiado, o contra quienes pretenden adueñarse del personaje en cuestión (lo han hecho mucho los diarios más conservadores o "neoliberales"), pueden llegar a ser alicientes bastante literarios.

Si personalmente estoy con quienes aplauden a Ortega, no dejo de consultar el juicio de quienes lo patean. Y en Provocaciones, un ensayo del ensayista colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, celebro la sinceridad del marxista que no puede perdonarle a Ortega su alejamiento de las izquierdas: "Fue –decía Gutiérrez Girardot de Ortega– un juego de luces, que hoy forma parte de las ilusiones patrioteras con las que España alimenta su conciencia europea". Lo curioso es que Jordi Gracia, en quien sospecho también cierta formación marxista, ha ocultado muy bien el motivo íntimo de su biografía –por momentos hasta deja su voz en off– tras la máscara de un parafraseo constante. En El tema de nuestro tiempo, publicado en septiembre de 1923, Ortega se atrevió a aplicar, en las ciencias sociales, la teoría de la relatividad de Einstein. Y Gracia parafrasea muy bien su pensamiento: "Lo que entiende Ortega es una maravillosa justificación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista […]; si se amplía esta idea a lo moral y a lo estético se tendrá una nueva manera de sentir la vida […]: nuestro conocimiento es absoluto; lo relativo es la realidad misma" (p. 327). Algo parecido pudiera aplicarse a su biografía: el Ortega de Jordi Gracia es absoluto; el Ortega relativo, original, íntimo, está en Ortega mismo.

Digo lo anterior porque, en el primer capítulo, Gracia apela a un procedimiento que no sé si convendría calificar de marxista. Se jacta de decirnos que "nada es normal" en el talento del joven Ortega porque "su padre es diputado, su hermano mayor, Eduardo, lo será enseguida, su tío Rafael es un ministro importante y su familia manda en el país a través del Parlamento y del diario más influyente y poderoso de la época, El Imparcial, dirigido por su padre" (p. 29). Además porque Ortega, continúa Gracia, asiste a todo desde el corazón del sistema, aunque ese sea su enemigo inmediato y aunque, no obstante, su familia no haya tenido nunca una gran fortuna económica.

El tercer capítulo de su biografía se titula "Primera salida: 1908-1910". Se refiere a la primera salida (¿quijotesca?) de Ortega a la arena política española. La actitud de Ortega era, en lugar de politizar la cultura, culturizar a la política. Pero las masas no se sienten seducidas por la cultura, y en julio de 1908 Ramiro de Maeztu, el autor de Defensa del hispanismo, le reclamó a Ortega que, de tener ambiciones políticas, le convenía sosegar tanta petulancia para hacerse más simpático ante el vulgo: "Yo quiero que le quieran y admiren los demás y para ser más amable y más sencillo le bastaría un leve cambio de estilo" (p. 79). ¿Un leve cambio de estilo? No deja ser reveladora esta recomendación. El estilo es el hombre, y convendría preguntarse si explorando el estilo de Ortega acaso no se encuentre también la ruta que lleve a su intimidad.

José Ortega y Gasset

La vocación filosófica de Ortega fue paralela a su vocación literaria, y ambas se expresaron en sus artículos de periódico. Si literatura es todo lo que esté bien escrito, en uno de sus primeros artículos, una reseña sobre la Sonata de estío de Valle-Inclán que publicó en La Lectura en 1904, Ortega ya daba claves de su razón vital. Celebraba en el personaje de Valle, el Márquez de Bradomín, el alejamiento de los estereotipos del realismo ramplón, es decir, "de la vida nerviosa y enferma de la falta de dinero, de la falta de voluntad, de la falta de belleza, de la falta de sanidad corporal…". Si en lugar de una biografía se escribiera una novela sobre Ortega, acaso el Marqués de Bradomín fuera el modelo más adecuado. Sin ironías. Y si nadie ha acusado de irrealidad al protagonista de las Sonatas de Valle por apartarse del realismo ramplón, por arroparse en ese estilo voluptuoso, ¿por qué, para Jordi Gracia, no puede ser normal el joven Ortega? Las aventuras amorosos que relata de Ortega, fiel a su propia correspondencia, parecen hablarnos del típico don Juan español. La hija de Ortega, Soledad, lo describe "como buen un antifeminista nato". Pero esos son otros asuntos.

¿Por qué, al contar la vida de un escritor, muy a menudo los biógrafos suelen prescindir de la persona íntima bajo el afán de ocuparse de su actuación intelectual y política? La tentación es muy fuerte al tratarse de Ortega, arduo polemista de la política española de su tiempo y acaso uno de los pocos –si no el único– ensayista de nuestra lengua de la primera mitad del siglo XX en figurar en ciertas historias o antologías de la filosofía de Occidente. Conscientes del papel marginal de nuestro pensamiento, la obra de Ortega, para muchos intelectuales hispanohablantes o hispano-pensantes, representa una tabla a la cual asirnos. Pero, como no hay cuña que más apriete que la del mismo palo, muchos críticos de nuestra tradición se han encargado de pisotear esa tabla, incluso bajo el disfraz de alabar la obra de Ortega con vacuidades, que es lo mismo que pisotearlo. Otros, a través de documentos, cartas y cotilleos de sus contemporáneos, procuran esconder su pensamiento bajo la tentación de juzgarlo por su personalidad.

Y claro: la personalidad de Ortega aparece demasiada seductora para los grisáceos académicos; demasiado enfática para la timidez de los políticamente correctos, miedosos de levantar polémicas al circunstanciar su pensamiento en la actualidad. Ante la ausencia de pensadores en lengua española en historias y antologías de la filosofía occidental, de los estudios culturales que rigen las academias del mundo, me pregunto si el primer paso para no auto-marginarnos no consiste en despojarnos de las categorías de izquierda y derecha, que cada vez obedecen menos a la realidad.

José Ortega y Gasset (Santillana, Madrid, 2014) de Jordi Gracia, catedrático de la Universidad de Barcelona y autor de varios estudios sobre la historia intelectual de España en el siglo XX.

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