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Rosa Belmonte

La membrana invisible

En La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick también cuenta algo que ahora vemos con ojos de actualidad.

En La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick también cuenta algo que ahora vemos con ojos de actualidad.
Vivian Gornick, periodista y escritora estadounidense | Youtube
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'La mujer singular y la ciudad'

Apegos feroces (Sexto Piso), de Vivian Gornick, se publicó en España con treinta años de retraso. En esas memorias, una Gornick ya madura caminaba con su madre anciana por Manhattan discutiendo como siempre habían hecho. "Como contendiente le daba mil vueltas a cualquiera", escribía de ella. "Es perfectamente capaz de parar por la calle a un completo desconocido cuando salimos a pasear y soltarle: 'Ésta es mi hija. Me odia'. Y a continuación se dirige a mí e implora: '¿Pero qué te he hecho yo para que me odies tanto?' Nunca le respondo. Sé que arde de rabia y me alegra verla así. ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia". Con menos retraso, y una vez que conocíamos el percal, Sexto Piso ha publicado La mujer singular y la ciudad, continuación natural del libro anterior, editado originalmente en 2015. Otra vez su personalísima voz. Otra vez sus encuentros y amistades. Otra vez Nueva York. Pero ya sin su madre.

En pleno estallido del #MeToo conocimos, también con retraso, la novela autobiográfica que Mary Karr había publicado en 1995. En El club de los mentirosos’ (Errata naturae) contaba su tragicómica niñez en Texas. Hablaba de un padre borracho, una hermana que con doce años planta cara al sheriff y una madre con muchos ex maridos y algunos secretos que será la clave de la historia. "Así es como tienen que ser unas memorias", dijo Stephen King. Recordaba un juego del escondite y a un chico mayor que teniendo ella siete años le hizo de casi todo ("Me hizo rodearlo con las dos manos y me enseñó a deslizarlas arriba y abajo. Era como un hueso mojado cubierto con una funda"). Luego la llevó a su casa en silencio "como si fuera mi canguro". Mary Karr se dirige a ese tiparraco en su libro. "Es probable que creas que a mí se me había olvidado, o que tú no le dieras la mayor importancia". No quería ser presa fácil, aunque lo había sido. "Ni siquiera tuvo que amenazarme para que no dijera nada. Yo ya sabía lo que me llamarían si lo contaba". Que esto del #Cuéntalo es muy viejo.

En La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick también cuenta algo que ahora vemos con ojos de actualidad. Ella tenía 40 años y una aventura con un hombre que le importaba. "Pero para este hombre —inteligente, cultivado, apasionado por la política—era primordial imponer su voluntad sexual en cualquier relación que estableciera con una mujer". "Un día sugirió que lo dejara sodomizarme". Puso objeciones. Y siguió poniéndolas. Cansada de la insistencia, aceptó probarlo una vez. El tío, como si se tratara de un conjuro, le corrigió. Tenía que ser tres veces y entonces, si seguía diciendo no, es que ya era no. "No odié la sensación física tanto como había pensado —casi contra mi voluntad, mi cuerpo respondió—, pero definitivamente, no me gustó". Tampoco es que se viera "perdiendo la salud por el ano" como María Jesús Ruiz. En su caso, la salud mental.

El tipo seguía insistiendo y ella se negaba. "Tú sabes que quieres hacerlo. Yo sé que quieres hacerlo. Y aun así, te rebelas. ¿O es que te rebelas contra mí?" Vivian se muestra perpleja por el hecho de que un hombre le estuviera presionando para hacer algo que no quería hacer. Que le estuviera diciendo que no sabía lo que quería. "Por primera —aunque no por última— vez sentí de manera consciente que los hombres eran de una especie distinta a la mía. Distinta y extraña". Describe una suerte de membrana invisible. Lo suficientemente fina para ser penetrada por el deseo, pero lo suficientemente opaca para ocultar la hermandad entre seres humanos. Escribe que conoció a mujeres que entendían perfectamente lo de esa membrana invisible. Y que habían asumido una situación que siempre había sido así. "Para mí, era como el guisante debajo de los veinte colchones: no podía acostumbrarme a ese escozor en el alma".

Hay mucha gente sorprendida por lo que cuentan algunas mujeres en Twitter con el hashtag #Cuéntalo (experiencias casi cotidianas de acoso o abuso sexual). La sentencia de La Manada ha apuntalado el feminismo de lamento. Hubo un momento en que la emancipación de la mujer se convirtió en victimismo y a la tercera ola del feminismo, que tanto gusta de exageraciones, le ha venido la sentencia a ver.

Pero sorprenderse por este estado de cosas es como darse cuenta en la madurez de que "la vida iba en serio". ¿Qué infancia y juventud privilegiada habría tenido Gil de Biedma para comprenderlo más tarde? Vivian Gornick tenía 40 años cuando descubrió lo de la membrana y empezó con el escozor en el alma. ¿Qué habría dicho su madre?

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