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Daniel R. Rodero

Zancadas en la luz

En el sabio equilibrio de sus cuarenta años, Pablo Núñez nos ha regalado un cuaderno con cuatro o cinco composiciones antológicas.

En el sabio equilibrio de sus cuarenta años, Pablo Núñez nos ha regalado un cuaderno con cuatro o cinco composiciones antológicas.
Una imagen sugerente: un bosque, niebla y la luz que se abre paso. | Pixabay/CC/SplitShire

Hay poetas de atmósferas cerradas (de eso que llamamos mundo interior), poetas de enclaustramiento bibliotecario y poetas a los que les gusta deambular por el mundo porque les parece la manera menos monótona de deambular por la vida. Lo habitual, no obstante, es que en cada poeta haya un poco de los tres, del mismo modo que hay feos con la nariz bonita, guapos con la nariz muy fea o edificios neoclásicos con ampliaciones minimalistas. En Tus pasos en la niebla, último libro de Pablo Núñez (Langreo, 1980), encontramos mundo interior, enclaustramiento bibliotecario y pasión viajera en combinación acertada. Sugestiva.

Sin que coincidan exactamente con cada uno de estos arquetipos, el libro se divide en tres estancias: "La belleza del mundo", "Confidencias" y "Quizá unos pocos versos". La tripartición es orientadora; sirve para que el lector se sitúe en el mapa poético de Núñez deslindando sus regiones. Prueba de que no estamos ante tres poemarios en uno solo, es que estas fronteras señalan más que dividen: aquí termina un distrito y aquí comienza otro, pero el mobiliario urbano apenas varía. La homogeneidad en el tono, su cadencia reposada, armónica (para leer a media voz), el predominio del endecasílabo, los finales anticlimáticos o el uso de la segunda persona a modo de monólogo interno, confieren unidad de estilo. Y aunque no exista entre ellas nexo argumental, el lector percibe estas creaciones piezas de un mismo proyecto. No tanto por hilazones temáticas, sino por la continuidad de su timbre (un "re" nos suena más parecido a un "do" cuando ambos emergen de las cuerdas de un violín que ese mismo "re" interpretado por un vibráfono).

La primera parte se inicia con la evocación de un cuadro de Edward Hopper, Cape Cod Morning: "Es hora de frenar esa deriva / de los años perdidos, de la espera". Con él, aparece uno de los temas principales del poemario, la incertidumbre ante el futuro. Pero este desasosiego queda matizado por la creencia de tener un destino. Lo desarrolla en "Quizá todo consista":

Que las sirenas continúen

cantando lo que quieran para otros.

Ignóralas y simplemente deja

las cosas que no sirven a tu espalda,

abandonadas, muertas, y prosigue

sin perder ni un minuto hacia la orilla

de esa playa que sabes que te espera".

Contradiciendo a Kavafis y su totémica mixtificación del trayecto, Pablo Núñez afronta una postura más finalista. Sin embargo, el poeta sabe que los senderos sólo se despejan a medida que se recorren y que, a menudo, andar nos pone en conflicto con una vida que nos arrastra por cauces sinuosos. Lo sintetiza monológicamente "El rumbo de estos años", de cuyo verso final extrae el título del libro.

¿Por qué temer?, pensaste.

A cada golpe debes lo que has sido.

No elegiste un camino, pero fueron

siempre firmes tus pasos en la niebla.

También en esta sección, el poeta reivindica el decoro de la excelencia, lo que no podemos sino aplaudir en un siglo de medianías vacuamente engoladas. Y lo hace sin pomposidad ni engreimiento. "De la Grecia de Píndaro" remite al ideal ateniense del deportista como paradigma de todas las virtudes (el propio autor se encarga de explicárnoslo en las notas que cierran el tomo), pero lo proyecta desde la cosmovisión judeocristiana, señalando acaso la falsedad de los ídolos:

En el templo recibes la corona

y en la esfera divina te sitúan

los griegos, alejados del Dios único.

La composición concluye con dos alejandrinos memorables:

Quien ayer nos amaba rige sobre la tierra.

Lo humano desfallece según nace la estatua.

El tópico reaparece en "Mitos" y en "21 de agosto de 1987", fecha de la retirada de Quini, a quien va dedicado. Más divagatorio y menos rotundo, en él se actualizan las referencias simbólicas de los anteriores. El inicio, no obstante, merece transcribirse: "No solamente el éxito en la lucha / dejó prueba inmortal de tu excelencia / fue además tu manera de no darle importancia: / -Con el cariño basta. El pasado dejadlo". El deporte aquí no es más que una excusa, el pretexto para ensalzar la grandeza de espíritu. La filosofía de Javier Gomá aporta el armazón teórico; la pericia de Pablo Núñez, la intensidad lírica y los tropos.

La segunda estancia, "Confidencias", incluye un poema que si los burócratas del Ministerio de Educación no odiasen a los adolescentes tanto como los diseñadores de moda -basta observar cómo los malforman los hunos y los desaliñan los otros-, aparecería en los manuales de la secundaria a partir del curso que viene. Se titula "Getxo, año 2000" y no puede decir más con menos:

La manera en que habló de 'los nacionalismos'

en plural, con respeto,

pero con la apatía suficiente

como para que fuera fraguándose el deseo.

Un apellido euskera, el otro, castellano;

su casa en Las Arenas, su padre militante

socialista; su madre liberal-conservadora.

Y la melena rubia, la chaqueta de punto,

suavizando la brisa junto al Puente Colgante,

y verla sonreír, y hablar de cualquier cosa

como si fuera eterna la noche de verano.

Y el hermano que estaba trabajando en Sevilla,

y la infancia en Donosti, y el recuerdo de Asturias,

y la forma en que dijo: 'Mi país es España".

Amigo Pablo, yo también habría bebido los vientos por esta muchachita valiente, tan firmemente clara, en la podredumbre moral de aquellos años. Por entonces estudiabas periodismo en Bilbao y fuiste testigo de la fraternidad abertzale. Si esta mujer es imaginaria, gracias por concebirla.

Biografía o ficción, el único reproche que cabría hacerle a esta página es que eclipsa al resto, lo mismo que las aspirantes a Miss Mundo hacen sombra a cualquier belleza local. Por su culpa leemos con escaso interés piezas tan notables como "Lecciones" ("Sólo quien te escucha y duda / tiene algo valioso que decirte. / Así que ya lo sabes: tú, ni caso, / equivócate solo"), "En el batir del tiempo" ("Yo vengo a ver el mar -siempre supe del mar-, / porque es perpetua entrega y me redime siempre") u "Otros códigos", una evocación nostálgica y risueña de la pandilla, la excentricidad y los billares juveniles. Va precedida de un lema de José Luis Piquero que nos avanza la tesis: "Una plaza en el grupo es una plaza en el mundo".

Ya en la tercera parte, el autor nos sacude con otra cosquilla de emoción literaria examinándose "Ante el espejo": "Teníamos un pacto, -¿lo recuerdas?- / Esconder bajo llave lo más tuyo (…) / desconfiar del amor y de sus trampas". "Tan lejos como estamos" es un soneto en asonantes con ecos de Borges; aborda la rectitud de conciencia en la cotidianidad del católico. No encontramos aquí sus mejores endecasílabos, pero tampoco rechinan. "En el texto del Nuevo Testamento" el poeta persigue 2hebraísmos, anástrofes, / algún anacoluto, / esa rara cita de Menandro en Corintos" y se demora "degustando / el culto griego de Lucas, / la bella simplicidad de Juan". ¿Frivolidad filológica ante lo sagrado? Al revés: urgencia, ahogo, angustia, inquietud por desentrañar su misterio. Parece que estamos viendo a Lorenzo Valla peleándose con la Palabra de Dios, resistiéndose a aceptar que su sobredosis de celo lingüístico, su gélido y gramatical método humanista, enfría la fe en el Nazareno. "Cristo no dejó documentos, sino discípulos" dice un escolio de Gómez Dávila. (Demasiada hondura, en fin, para un público que paga por escuchar a Elvira Sastre).

Y por cuarta o quinta vez en lo que llevamos de libro, cuando estamos a muy pocas páginas de finalizarlo y no esperamos sino mera escolta en traje de gala, descubrimos otro poema formidable en la línea del mejor Luis Alberto:

No le cuentes que te entusiasma Bach

ni que escuchas a Dylan como en bucle (…)

Ni por asomo afirmes que desprecias los tópicos, que tú eres partidario

de hacer bromas absurdas o si no hablar en serio. (…)

Que no hay nada en la tele que te interese tanto

como aquellas tertulias de Garci o de Dragó,

que prefieres un buen alejandrino a un BMW (…)

Hoy evita ser tú.

Sonríe muy seguro. Disimula".

Más que unos consejos útiles y desenfadados (de esos que uno se dice antes de acudir a una cita mientras se pelea con los mechones del flequillo hasta dejarlos artificiosamente informales), el lector ve en ellos un testimonio agridulce sobre el galanteo en nuestra época. Lástima que el Ministerio de Igualdad tampoco tenga a bien incorporarlos a los materiales de "Ética y civismo", no vaya a ser que las parejitas jóvenes empiecen a recomendarse tocatas de Bach y canciones de Dylan -o tertulias de Garci o de Dragó- en lugar de pasatiempos vejatorios y marcas de vodka barato.

La obra culmina con un precioso poema de C. S. Lewis, traducido y versionado por el propio Núñez. Como el eucarístico "podéis ir en paz", supone un punto de cierre con vocación de punto de partida. Afloran de nuevo la desorientación vital y el siempre difícil compromiso de conservar la esperanza: "Este año, la naturaleza no volverá a vencerte, / ni todos los momentos prometidos a su paso te engañarán. (…) / Aunque a menudo defraudado, abre una vez más tu corazón / ¡Aprisa, aprisa, aprisa! Las puertas se separan".

En el sabio equilibrio de sus cuarenta años, Pablo Núñez nos ha regalado un cuaderno con cuatro o cinco composiciones antológicas. Pero no de esas antologías de glorias locales sufragadas por la caja de ahorros de la provincia; nos referimos a una antología de verdad, de reedición continuada, la que publique el Gerardo o el Castellet del momento. ¿Con qué otra cosa, si no, podríamos convencer a los escolares de que leer ilumina? Sutil y melodioso, lúcido y sentimental, preciso y conmovedor, este libro dista de ser un vacilante paso en la niebla. Se trata, por el contrario, de una certera zancada de andariego maduro. De una zancada en la luz.

Tus pasos en la niebla. Pablo Núñez. Editorial Renacimiento, 2020. 72 páginas. 9,41€.

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