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Alejo Schapire: "El principal enemigo de la libertad de expresión es el macartismo de izquierdas"

El periodista argentino publica La traición progresista, un ensayo en el que analiza el nuevo paradigma de la izquierda identitaria.

El periodista argentino publica La traición progresista, un ensayo en el que analiza el nuevo paradigma de la izquierda identitaria.
Alejo Schapire | Península
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Alejo Schapire (Buenos Aires, 1973) es periodista y vive en Francia desde hace más de 25 años. Allí, ha presenciado los grandes acontecimientos del siglo y ha comprobado "una transformación" que, según explica, han protagonizado los grandes exponentes de la autodenominada "izquierda progresista". Desde hace unas décadas, señala Schapire, el discurso dominante de las élites culturales de Occidente ha convertido los movimientos que antaño lucharon por conquistar libertades y derechos en cruzadas moralistas destinadas a acabar con la libertad de expresión. Por eso, ha escrito La traición progresista (Península), ensayo en el que aborda los grandes cimientos de ese nuevo paradigma: "Estas páginas son para quienes han comprobado azorados cómo una izquierda que hasta ayer luchaba por la libertad de expresión en Occidente hoy justifica la censura en nombre de no ofender; esa que ayer comía curas y hoy se alía con el oscurantismo religioso en detrimento del laicismo para oprimir a la mujer y a los homosexuales; esa que a la liberación sexual responde con un nuevo puritanismo, que de la lucha contra el racismo ha pasado a alimentar y a minimizar su forma más letal en las calles y en los templos de Europa y de las Américas: el antisemitismo", explica en la contraportada. Para tratar todos esos temas, hablamos con él:

Pregunta: ¿Qué es el progresismo?

Respuesta: Hay distintas maneras de entender lo que es el progresismo. Una es la que se centra en el avance científico que se vivió a partir de la Revolución Industrial, entendido como un correlato del avance de la civilización, del mejoramiento progresivo de lo que somos como humanos. Por un lado existe esa idea. Ahora, cuando yo hablo de progresismo —y creo que cuando la gente habla de progresismo en general—, no lo hago pensando en esa izquierda que históricamente ha militado en las fábricas y que ha luchado por las conquistas sociales con las que además yo, particularmente, me siento perfectamente identificado. La que peleó por instaurar el derecho a la huelga, a las vacaciones pagadas, a la seguridad social. El derecho al divorcio conquistado por las feministas. No. A lo que me refiero ahora con progresismo es a su variante cultural, que es la que hace, por ejemplo, que una persona instalada en Hollywood, en la opulencia más obscena, esté dando lecciones de moral y llenándose la boca con palabras como Justicia Social, sin atender a la tremenda contradicción que esos discursos tienen con lo que realmente es su vida. Es una mirada que sale del ámbito de la cultura y que refleja una transformación de la izquierda, que pasa de tener como sujeto al trabajador a cambiarlo por la minoría étnico-sexual-religiosa; y que además revela un prisma concreto que divide el mundo entre buenos y malos en función, cada vez más, del color de la piel, de la sexualidad, o de cualquier otro determinismo de nacimiento. Digamos que el progresismo es la gestualidad cultural de la izquierda.

P: Lo preguntaba porque da la sensación de que la palabra progreso continúa teniendo esa mística que parece justificarlo todo. Si eres progresista estás en el camino correcto, ya que lo contrario es entendido automáticamente como reaccionario. ¿Existe un falso maniqueísmo entre el progresismo y el conservadurismo?

R: Yo, de hecho, te diría que este progresismo del que hablamos es el verdaderamente reaccionario. Y lo es en sus distintas manifestaciones. Es reaccionario cuando hablamos de ecología, por ejemplo, porque pretende vivir en un mundo atemporal, olvidando que la historia entera de la humanidad ha sido una lucha constante contra la naturaleza. Ellos sueñan con una naturaleza edénica, que pretenden preservar, o a la que querrían regresar. Y por eso todo su lenguaje es reaccionario. Miran con recelo cualquier herramienta tecnológica… Un ejemplo claro es el de la energía nuclear. Aunque sea la única fuente que hemos encontrado que permite limitar el efecto invernadero de una forma económica, ellos están en contra. El feminismo identitario funciona parecido. Ahí nos encontramos a mujeres defendiendo regímenes teocráticos, por ejemplo, sin querer reconocer que el velo islámico es una de las formas más acabadas del machismo heteropatriarcal. Y lo mismo pasa con las ramas económicas. Cualquier intento por innovar, por modificar el funcionamiento arcaico del trabajo, ya sea Amazon, o lo que sea, se encuentra a estos progresistas enfrente. En el fondo su tronco común es Rousseau y el mito del buen salvaje. Para ellos el hombre vivía en un mundo ideal, edénico, y fue la sociedad la que terminó convirtiéndolo en un monstruo. Por eso hoy vemos lo que vemos. En nombre del progresismo algunos se aferran a ideas completamente arcaicas, reaccionarias y conservadoras.

P: ¿Hasta qué punto la cosa podría resumirse más como una lucha entre el liberalismo y el autoritarismo de cualquier signo, ya sea de izquierdas o de derechas? Una cosa curiosa que sucede es ver ahora a gente de derechas criticando las derivas autoritarias de la izquierda progresista, pero justificando las propias. Y lo mismo pasa a la inversa.

P: Sí, coincido con esa visión de los dos polos identitarios, uno de izquierdas y otro de derechas, que se retroalimentan en desmedro del liberalismo. Lo que pasa es que cada quien entiende una cosa distinta cuando se habla de liberalismo. Para la izquierda, directamente, todo es neoliberalismo, y no hacen ningún tipo de distinción mayor. Hablan de capitalismo salvaje y cosas como esas. Pero sí. Yo hablo del liberalismo que tiene que ver con la tradición de la Ilustración, del cuestionamiento, de la razón, de poner al individuo en el corazón del pensamiento. El movimiento de las luces, que es la gran víctima de toda esta transformación que estamos viviendo en el campo ideológico. Y esto sirve perfectamente para entender la mutación de la izquierda a la que me refiero en el libro. Cuando uno hablaba de censura antes, por ejemplo, lo primero que pensaba era que en algún lugar se había visto una teta, o se había escuchado una blasfemia, una palabrota, una burla hacia la Iglesia, y la derecha reaccionaria había salido con sus curas a tratar de taparlo. Hoy en día, en cambio, cuando se habla de censura uno sabe que lo que ha pasado es que un colectivo se ha sentido ofendido, y que es la izquierda la que está llamando por favor a que cancelen tal obra, tal artista, tal manifestación. En este nuevo macartismo de izquierdas, la libertad de expresión tiene como principal enemigo a la izquierda identitaria.

P: ¿Y cómo se explica que la izquierda haya terminado adoptando el mismo moralismo que venía combatiendo durante décadas?

R: Yo pienso que hay varias razones. Primero, se puede fechar muy claramente el momento exacto en el que la izquierda se traicionó a sí misma y a su defensa tradicional de la libertad de expresión. Cuando Salman Rushdie publicó Los versos satánicos y recibió la fatua de Jomeini, a finales de los ochenta, una parte de la izquierda decidió abandonarle, ya que consideraba que había ofendido a los oprimidos de este mundo. Es decir, a un cuarto de la humanidad, que es la que profesa la religión islámica. Esta izquierda quiso mostrarse comprensiva con la amenaza de muerte al escritor, que incluso se saldó con el asesinato de su traductor japonés. Y aquello fue verdaderamente un momento fundacional. Años después, en la matanza de Charlie Hebdo, la izquierda, nuevamente, se erigió en la aliada del radicalismo islámico y tachó a los muertos de la revista satírica de provocadores. En el fondo utilizó el mismo mecanismo mental que trata de justificar al violador porque la chica llevaba minifalda. En mi opinión, todos estos giros incomprensibles tienen mucho que ver con la caída del Muro de Berlín, en ese momento preciso en el que la izquierda se quedó sin bando ideológico fuerte, y sobre todo, sin el poder de fuego de la Unión Soviética. Esto se vio más claramente con los atentados del 11-S, casi festejados por algunos de estos progresistas, que los veían como un ataque directo al corazón del capitalismo. Para mí fue el momento en el que terminó de sellarse la alianza contranatura. La razón, desde mi punto de vista, tiene que ver con que se dejaron llevar por el dicho este que dice que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Y a eso hay que sumarle el complejo que les empuja a defender cualquier tipo de minoría, por el mero hecho de serlo. Defender quiere decir justificar todos los pecados que no le perdonarían jamás al hombre blanco. El machismo, la homofobia, el racismo, el fundamentalismo religioso… Da igual que el islamismo los cometa de una forma muchísimo más grave. Se le perdona porque es exótico y "antiimperialista", según ellos. Claro, lo problemático de toda esta transformación de la izquierda es que se termina convirtiendo en una patrulla moral permanente; lo que repercute en la salud de la libertad de expresión. Los progresistas se han convertido en los principales enemigos de la libertad de expresión. Y de paso también del humor. La transgresión y el humor han dejado de ser valores de izquierda. Algo que entendió perfectamente Donald Trump, que con su identitarismo de derechas se erigió casi en un símbolo punk. Alguien que comenzó a decir eso tan liberador del "Fuck your feelings". "Me importan una mierda tus sentimientos. Yo soy el antisistema ahora". Se convirtió en el abanderado de otra tribu, la de los caras pálidas asediados, que se sentían en peligro de extinción. Y utilizó el desparpajo que antes reconocíamos más en la izquierda. Ser políticamente incorrecto. Ese fue su secreto. Decir lo que no había que decir, para que se sonrojaran los puritanos.

P: Es curioso, porque en el fondo esa postura también es victimista, ¿no? Utiliza el discurso del oprimido que quiere liberarse de la doctrina dominante.

R: Claro. Hoy tenemos dos populismos que, en algunos puntos concretos, coinciden bastante. El ansisemitismo es claramente uno de ellos. La admiración por Putin, otro. Existen movimientos antidemocráticos tanto de izquierdas como de derechas, que están peleados con la sociedad abierta y con la democracia representativa.

P: ¿Cuánto peso tiene en todo esto el sentimiento de culpa heredada? Quiero decir: ¿hasta qué punto existe un cierto complejo que empuja a algunos a pensar que le deben una disculpa a todo aquello que no entre dentro del canon occidental?

R: Eso que dices se ve clarísimamente en Francia. Aquí hay un movimiento anticolonialista que ocupa un lugar preponderante. Lo que hace que al final todo sea visto a través del prisma de la raza. La lucha de clases ha sido reemplazada por la lucha de razas. Y en esta lectura de la realidad hay un malo, el hombre blanco heterosexual, que sería el gran opresor histórico del resto de identidades que pueblan el mundo. Es algo que llega hasta muy lejos, además. Hay universidades en las que se ha dejado de enseñar a Platón por ser un representante del eurocentrismo. Evidentemente, esta lectura entraña muchísimos problemas. Por un lado, hace que uno sea culpable o víctima desde su propio nacimiento, sin que haya hecho nada para ganarse la etiqueta. Y es culpable o inocente únicamente por su color de piel, además, algo que habría sido inaceptable hasta hace bastante poco. Ahora en Francia, por ejemplo, el ministro de Educación ha llamado a prohibir las reuniones no mixtas, así las llaman, organizadas por el sindicato de izquierdas. Son reuniones en las que prohíben el acceso de estudiantes en función de su color de piel. Evidentemente, el color blanco. Se trata de racismo amparado en un supuesto antirracismo; y está funcionando a pleno. No es casual que haya sido el ministro de Educación de Francia el que se haya opuesto, ya que es quien encarna la tradición liberal de la Ilustración. Pero es problemático, sí. Mucho. Porque es una rehabilitación de la óptica racista del mundo. La valoración de la gente en función de un determinismo étnico. Y paradójicamente, la superioridad moral de la izquierda ha llegado a un punto en el que, por puro paternalismo, ha terminado considerándose culpable de todo en todo momento, haga lo que haga. En el fondo no es más que puro narcisismo de hombre blanco, que es el único que se puede permitir el lujo de hacer este tipo de consideraciones. Imaginemos cualquier otra categoría étnico-social representándose a sí misma como el mal absoluto desde su nacimiento. Es imposible. Ese es realmente el privilegio blanco.

P: En los últimos tiempos algunos han alertado de que lo verdaderamente preocupante sería que ese tipo de consideraciones se infiltrasen en el código penal de cualquier país. Que llegasen a registrarse agravantes por delitos, no en función de la gravedad del acto cometido, sino de las características de su autor. En España hay mucha polémica por la ley de violencia de género, por ejemplo.

R: Es que eso es gravísimo. Hasta ahora la legislación contempla que una persona es responsable de sus actos, no de las características con las que ha nacido. El color de piel, la orientación sexual, el propio sexo de las personas, no deberían influir en las posibles condenas. Sin embargo, distintos movimientos comienzan a plantear ese tipo de agravantes, sí. Parece lógico que suceda, ya que incluso desde las universidades estadounidenses se defienden este tipo de ideas, que después permean en los medios y llegan a la población. Encontramos así un racismo que se disfraza de antirracismo y un feminismo identitario que se disfraza de feminismo genuino. Un movimiento que quiere erigirse como el único verdadero y que establece premisas en las que va borrando progresivamente a la mujer. Los anuncios de compresas, por ejemplo, no pueden dirigirse a las mujeres, ya que sería discriminatorio, así que se dirige en su lugar a las personas menstruantes; a las embarazadas hay que llamarlas personas gestantes… En el deporte, se quiere dejar de tener en cuenta el sexo biológico de los atletas. Y así, un trans podrá competir contra mujeres a las que aventaja físicamente. Paradójicamente, el machismo entra por la puerta del feminismo más militante. Y va borrando a la mujer en nombre de la defensa de las minorías. Lo que es bastante llamativo.

P: En el libro también hablas del lenguaje inclusivo, al que denominas, por el contrario, "lenguaje exclusivo".

R: Sí. Yo lo llamo "exclusivo" porque es un lenguaje creado por una élite, extremadamente confuso. No sé si has visto cómo quieren que se escriba el lenguaje inclusivo en francés, pero realmente necesitas ser un académico para poder usarlo correctamente y entenderlo. Ellos parten de la base de que todo es artificial. El sexo es puramente una construcción social y, por eso, no hay que tener en consideración los genitales de nacimiento de la persona. Y el lenguaje es lo mismo. Es una construcción social que oprime a las personas. En su percepción, bastaría con cambiar las reglas del lenguaje para que esa opresión desapareciese. Así es cómo piensan. Bueno, pues los hechos hablan por sí solos. El país que ha incluido en su Constitución el lenguaje inclusivo es Venezuela, aunque siga sin recoger ahí dentro ni el derecho de los homosexuales para casarse ni el aborto. Por otro lado, en los países nórdicos, que tienen un lenguaje mucho más arcaico, o sexista, si quieres denominarlo así, los derechos están mucho más avanzados. Aquí lo que pasa es que estos progresistas nunca ponen a prueba el efecto real de lo que proponen. Desarrollan teorías complejas, que suenan muy bien, pero luego, al intentar llevarlas a la práctica, nunca se preocupan por si estaban equivocadas.

P: A mí la duda que me entra siempre con este tema es que, si el lenguaje sirve para oprimir a los hablantes, ¿querer cambiarlo no revela que tu intención es imponer tu propio criterio a los demás? ¿Oprimirlos, a tu modo?

R: Claro. Ellos lo que dicen es que el lenguaje no es una mera construcción inocente, sino que es una herramienta de opresión. Pero también que a través de la deconstrucción, que es la palabra fetiche de Derrida, se puede lograr hacer justicia. Ellos asumen que es una operación ideológica para manipular la sociedad, pero en nombre del bien. Es bastante paternalista todo. Consideran que está bien entender la humanidad exclusivamente a través del prisma de la sexualidad y la raza, pero eso sí, no son ni racistas ni sexistas porque lo hacen en nombre del bien.

P: Por otro lado, otra de las ideas que tratas en el libro es la alianza entre el progresismo y el islamismo. Ya la has mencionado antes, pero quería profundizar un poco más en ella. ¿Se miran con otros ojos los excesos del islamismo?

R: Claro. Y esto se debe a lo que te decía antes. Por un lado, la izquierda ha abandonado al trabajador, al que ha dejado en manos de la derecha y la extrema derecha; de Donald Trump o de Marine Le Pen —así se explica también el ascenso de Vox en España—. Y por otro lado, el desplome del bloque soviético les ha quitado un arma de disuasión, de poder de fuego, que antes tenían con los tanques y los misiles de la URSS. Desde mi punto de vista, algunos han encontrado ese poder de fuego en el yihadismo, que representa una forma, a sus ojos, de antiimperialismo. Como comparten enemigos, además, y visto que la nueva clientela del progresismo son las minorías, basan su alianza en la interseccionalidad y llegan a un casamiento aberrante, que a priori no debería existir, pero que no sólo existe sino que explica por qué Pablo Iglesias utilizaba la televisión iraní, por ejemplo, o por qué Assange fue contratado en la televisión de Vladimir Putin para entrevistar al líder de Hezbolá. En todo esto tiene también que ver el viejo antisemitismo de la izquierda, que existe todavía, y que ve en el judío a ese representante de las finanzas, alejado de todo lo que es el trabajo manual. El antisemitismo de la izquierda casa muy bien con el antisemitismo del mundo islámico, exacerbado además a raíz del conflicto palestino-israelí.

P: Dices que la palabra "islamofobia" es una trampa dialéctica, ya que equipara una religión concreta con una raza, la árabe, y trata de hacer pasar por racismo las críticas legítimas a una doctrina.

R: Exactamente. ¿Pero por qué ocurre esto? Porque esta izquierda identitaria es esencialista. De ahí lo que dices tú. Convierte a una religión entera en una mera identidad racial. El término "islamofobia", que siempre debería ser entrecomillado, es una rehabilitación del delito de blasfemia. Supone la imposibilidad de criticar a una religión en particular. Porque, evidentemente, los comecuras de izquierdas no tienen ningún empacho en hablar mal de la Iglesia católica, aunque ahí no hablen de "cristianofobia". Es sorprendente, se mire por donde se mire. Que algunos se abstengan de criticar a una religión, a un sistema de ideas, sobre todo viniendo del campo del ateísmo, que es de donde salieron también los principales defensores del laicismo, es tremendamente llamativo. Así encontramos a esta gente defendiendo el oscurantismo religioso, y dándole una legitimidad a una religión que dice que usted, ni siquiera en París, puede criticar, o dibujar siquiera, cosas que la ofendan. "Islamofobia" es eso. Una palabra muy intimidante, que te convierte en un racista por el mero hecho de haber criticado un sistema de ideas. Una aberración, vamos.

P: Has mencionado antes el antisemitismo, que también tratas en el libro. ¿Se conoce lo suficiente el éxodo judío de mediados de siglo en Oriente Medio?

R: No, claro. ¡Es un escándalo y no lo sabe nadie! La cantidad de cientos de miles de judíos que fueron erradicados, muchas veces a través de pogromos, tanto del norte de África como de Oriente Medio, es absolutamente desconocida. Nadie habla de esto. Y el número no es menor que el de los palestinos que han sido desplazados por los israelíes. Pero bueno, es que es un tema tabú absoluto en la izquierda.

P: Lo decía porque también mencionas que hay quienes equiparan el islam con la etnia árabe, pero el propio Oriente Medio tampoco era exclusivamente árabe. ¿Se tiene en cuenta, al hablar de estos temas, la limpieza étnica llevada a cabo allí durante la segunda mitad del siglo XX?

R: Claro que no. Son temas peliagudos. La izquierda hace la vista gorda y prefiere concentrar todas sus críticas en la única democracia de Oriente Medio que tiene el tamaño de un sello. Pero es todavía peor. Porque tú podrías decir: "Bueno, han elegido una religión en particular". Pero no. Es mucho más perverso. En este momento hay un millón de musulmanes en campos de reeducación en China. ¿Vos has visto alguna manifestación de la izquierda enfrente de la embajada china por esto? Claro que no. No les importa. Mientras el malo no sea el malo histórico designado —ya sea el gran satán, Estados Unidos; o el pequeño satán, Israel—, no les importa. Y el tema no es no criticar a Israel. Obvio que se puede criticar a Israel. Los israelíes son los primeros que lo hacen. Todos los informes que utiliza la gente que quiere atacar a Israel son creados por instituciones israelíes de izquierda. El derecho a criticar a Israel es el deporte más practicado, incluso dentro de la propia Israel. Pero es que esto tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con el cuestionamiento del propio derecho a la existencia del Estado de Israel. La idea "islamoizquierdista" se deja ver cuando dibujantes de izquierda, como el brasileño Latuff, participan en el concurso de caricaturas sobre el Holocausto organizado en Irán. Esto tiene que ver con la cobardía de El Jueves cuando sólo se anima a criticar a la religión católica, en contraposición con lo que hace Charlie Hebdo. Ahí se ve clarísimo cómo funciona la intimidación.

P: Me han parecido curiosas esas equiparaciones que rescatas en el libro entre los sionistas y los nazis, cuando en todo caso los que tuvieron relaciones estrechas con Hitler y el Tercer Reich fueron los Hermanos Musulmanes.

R: Bueno, claro. Sin ir más lejos, una pequeña búsqueda en Google te mostrará al muftí de Palestina con Hitler, negociando la aniquilación de los judíos en Oriente Medio una vez los hubiesen acabado en Europa. No hay más que ver cómo Siria acogía al nazi Alois Brunner. Esto no es ficción, es historia. Es fácilmente comprobable. La cadena Al-Manar ha promovido una versión de telenovela de Los protocolos de los sabios de Sion. El antisemitismo actual reprocesa los viejos clichés del antisionismo y les pone ese barniz. Se escudan en que no son antisemitas, sino en todo caso antisionistas, aunque claramente son lo mismo con una ropa nueva.

P: ¿Pero cómo se sostiene la idea de que Israel representa a un nuevo nazismo, mientras que a aquellos que sí tuvieron relación estrecha con los nazis no se les tacha de lo mismo?

R: Eso tiene que ver con una operación compleja, pero que me parece que se ajusta bastante a la realidad. En los años 30 en Europa, como es bien sabido, cobraron fuerza los nacionalismos identitarios, que ponían al hombre blanco en la cima del ideal de todo lo que estaba bien en la sociedad. Al mismo tiempo, designaban a todo lo periférico como lo que estaba supuestamente mal. Como lo parasitario. Y los judíos eran los principales parásitos. Bien. El fin de la Segunda Guerra Mundial, con el descubrimiento de los campos de exterminio, llegó paralelamente con el proceso de descolonización, y cambió el paradigma mental de Europa. El hombre blanco dejó de ser el que estaba en el centro; y en su lugar fue colocada la periferia, lo antaño indeseable. Así, el hombre blanco pasó a ser lo peor y los inmigrantes, lo exótico, lo mejor. Al otro hay que cuidarlo de nosotros mismos, que hicimos Auschwitz, vendría a ser el planteamiento. Lo paradójico de eso es que, al mismo tiempo, los supervivientes de esos campos de exterminio llegaron a la conclusión de que si querían evitar que les volviese a suceder, necesitaban un país propio, con un ejército que los defendiera. Toda esa gente que antes era asesinada por el simple hecho de ser judía pasó a desear conformar su propio Estado-Nación. Pero el Estado de Israel se fundó a contracorriente de Europa. Porque en ese nuevo paradigma, los palestinos eran los nuevos judíos, y los judíos de Israel, los nuevos nazis. Los que habían sido perseguidos por los nazis crearon su identidad nacional en base a esa persecución, pero fueron vistos en ciertos sectores como un nuevo intento de nacionalismo basado en la etnia. Ese fue el mecanismo que sigue funcionando todavía. Y así se explica cómo el judío puede llegar a ser visto como un nuevo nazi.

P: En el libro dices, también, que el conflicto palestino-israelí está mediatizado y que, por eso, se conoce mal. Hace tiempo entrevisté a una descendiente de judíos árabes que me dijo que, en general, no se hablaba nada de los miles de refugiados judíos que tuvieron que ser acogidos en Israel porque, a diferencia de los palestinos, estos sí que habían sido asimilados en poco tiempo…

R: Obvio. Pero eso no sólo pasa ahí. También pasa en Europa. No recuerdo la cita exacta, pero Erdogan dijo algo así como que la asimilación de los turcos en Alemania es un crimen contra la humanidad. La asimilación es vista por ellos como una traición. Y el judío en Europa es visto también como un traidor por el mismo motivo. Es un perfecto caso de asimilación. Es decir, el judío es alguien al que, por un lado, no se le puede decir que ha gozado de un privilegio, después de lo que ha vivido. Nadie le va a explicar al judío lo que es ser perseguido. Pero al mismo tiempo ha demostrado que, aún saliendo de Auschwitz, puede insertarse y triunfar en todos los sectores de la sociedad moderna, contradiciendo completamente el discurso victimista que dice que la gente de origen extranjero no puede triunfar en la sociedad porque hay un racismo sistémico. El judío pone en evidencia que esto es falso.

P: Otra de las cosas que denuncias en el libro es precisamente el victimismo de occidente. Hablas de sociedades repletas de colectivos, que pueden sentirse oprimidos por miles de razones distintas. ¿Cómo se rebaten ese tipo de posturas, más sentimentales que racionales?

R: Hay varias maneras. La primera, los hechos. Por ejemplo, si una feminista radical te dice que la culpa de todo es del capitalismo, le mostrás en un mapa cuáles son los países donde las mujeres ocupan más lugares de poder. En cuáles tienen más derechos. Y le mostrás luego el lugar que ocupa la mujer en el mapa de todos los países no capitalistas. Ahí, la razón habla sola. Es gente que está acostumbrada, en una época que odia el debate, pese a la cantidad de métodos para comunicarse, a moverse por el sentimiento. Por eso se la rebate con hechos. No tanto con razonamientos. Con datos. Con lo comprobable. A ese respecto, creo que habría que intentar rehabilitar la razón por encima del sentimiento, que es el drama de la época. Esta es una época dominada por la percepción. Todo es subjetivo y todo hay que justificarlo, aunque sea falso. No hay un intento de buscar una verdad a través de la razón. Pero bueno. Todo eso por un lado. Por otro lado, no hay que dejarse intimidar. Los progresistas tienen el sistema de la cancelación. Las personas que no sean ortodoxas corren el riesgo de ser excluidas de la sociedad. Bien. No hay que dejarse intimidar. Hay que defenderse y, serenamente, contestar a las contradicciones y a la hipocresía que abunda en cierto tipo de declaraciones. Por último, otro aspecto que no me parece para nada menor es el humor. La izquierda progresista se ha divorciado de la libertad de expresión y ha pasado a combatirla, pero también ha dejado de soportar el humor. No es para nada algo trivial, esto. En las entregas de los Óscar, de los Goya, de cualquier tipo de premio, abundan los momentos absolutamente solemnes, repletos de lecciones de moralina. Y el poder del humor para poner en evidencia ese ridículo es extraordinario. Creo que es algo que debería ser más explotado.

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