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Rosa Belmonte

Gruñones que nos divierten

Lo de Florentino, con tanta basura en la política y sin ser él un alma de la caridad, es lo más gracioso que ha pasado en mucho tiempo.

Lo de Florentino, con tanta basura en la política y sin ser él un alma de la caridad, es lo más gracioso que ha pasado en mucho tiempo.
Florentino Pérez, con Isco y Asensio en la comida de Navidad del Real Madrid. | EFE

Lo que Alberto Hidalgo escribió de Pío Baroja en Diario de mi sentimiento, que Renacimiento reeditó el año pasado: "… resulta que Baroja no tiene estilo: escribe como un repoìrter. Sus más amistosos comentaristas, entre ellos Ortega y Gasset, han pretendido defenderlo de la acusación de no saber escribir, diciendo que tiene «una sintaxis propia». Razón que no puede sostenerse seriamente. Baroja padece de insuficiencia literaria, como otros de insuficiencia hepática: está en él mismo, en su cuerpo y en su alma; carece de espíritu, del más vago sentido artístico. Baroja es como si dijéramos un burro inteligente: tiene algunas ideas, pero está ausente de medios para expresarlas, o las manifiesta con torpeza. ¿De dónde le viene el renombre? Indudablemente, de ser un individuo gruñón y peleador. Hay algo de místico en esto: el mundo cree que quien protesta tiene talento, quizás por haber observado que la mansedumbre es virtud del asno. Pero en este caso resulta que Baroja es solo un asno que protesta... que protestaba. Y para colmo, ahora es académico. O sea que ha encontrado su medio, como el calamar su tinta. ¡Por ahí se pudra!". Estas amables palabras del peruano Hidalgo (quizá más argentino) casi lo retratan a él. Al menos por lo de gruñón. "Sincero hasta la grosería, penetrante hasta la invención, juvenil hasta el arrebato", lo retrató Ramón Gómez de la Serna. En estas memorias rescata Hidalgo sus encuentros con gente importante, hay anécdotas de la vida literaria americana, comparte el sentido de la poesía y la literatura (aunque él dice tener sangre de libelista, ni de crítico ni de estudioso). Es un libro bastante malvado y, por eso, divertido. Escribe Juan Bonilla en el prólogo que Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897- Buenos Aires, 1967) "se pasó la vida sembrando cizaña para que desde la luna sólo fueran visibles dos cosas en este planeta: la muralla china y la cola de enemigos de Alberto Hidalgo". Para el poeta peruano, "escribir en prosa es ponerse en contra". Y la contundencia de esa prosa ha dejado rezagada su gran obra poética.

En sus propias palabras: "He sido, soy siempre, ante todo y, sobre todo, un escritor beligerante. Me paso la vida preguntando contra qué o contra quién se puede escribir, pues entiendo esa manera como la más adecuada para escribir a favor de alguien o de algo. Esta es mi beligerancia, de la que no quisiera desposeerme nunca, da un tono especial a mi producción, levantando mis adjetivos como artistas incómodas para cierta gente. Pero ese es el riesgo de la verdad. Y yo seré siempre un hombre que dice la verdad. Por lo menos la verdad que, yo, creo verdad".

Hay tanta diatriba en Hidalgo que Umbral se queda en nada con su agrio Diccionario de literatura. Ojalá un ‘Diccionario de futbolistas’ de Florentino Pérez. Y claro que lo de Florentino es lo que me ha hecho acordarme de Alberto Hidalgo. Lo de Florentino, con tanta basura en la política y sin ser él un alma de la caridad, es lo más gracioso que ha pasado en mucho tiempo. A la altura de las fotos de las hijas de Zapatero, del Ecce Homo de Borja o el cachondeo con el hijo de la Tomasa. Y claro que nos reímos porque Florentino no habla de nosotros (ni cuando estemos muertos). Y lo mismo pasa con la mala baba de Hidalgo. A veces miramos también con simpatía la diplomacia del berrinche. Krushev el 12 de octubre de 1960 golpeando la mesa con el zapato mientras llamaba al delegado filipino, Lorenzo Sumulong, lacayo del imperialismo occidental. En sus memorias, Krushev contó que se trataba de hacer ruido, de captar la atención de los interlocutores en un foro hostil como la ONU ("entonces apenas se nos escuchaba").

Pero todo esto se aprecia y jalea a distancia. Cuando no salpica. El ruido, la furia. Yo no quiero al lado gente maleducada que habla mal de cualquiera. Para eso ya estoy yo, que como Joan Rivers odio a todo el mundo empezando por mí misma.

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