Yo conocí Oxford por Javier Marías. Mucho antes de pasar una temporada en la ciudad, había tenido mi primer flechazo oxoniano gracias a Todas las almas, la primera novela suya que leí, estando yo en la Universidad y preguntándome cómo se podía escribir tan bien siendo tan joven: cuando publicó el libro, el sexto en su prolija producción, Marías rondaba los treinta años. Aquel volumen parecía escrito por alguien mucho mayor, un anciano sesudo de lentes gruesos y cabello blanco, que anduviese encorvado ayudándose a duras penas de un bastón con empuñadura de plata. Pensé que era cuestión de tiempo que el autor del libro se pareciese a la idea que yo tenía de él, por eso se me hace tan extraño pensar que Javier Marías ha muerto. La primera vez que estuve en Oxford lo hice llevando en la mochila un ejemplar de Todas las almas, y recorrí fascinada los escenarios de aquella novela que, lo supe cuando conocí a alguno de los personajes que la poblaban, tenía también algo de autobiográfico. Realmente, la gran protagonista de la novela era la propia ciudad, con sus pubs poblados de historias de fantasmas, sus jardines gloriosos, sus bibliotecas infinitas y las cúpulas de los college ascendiendo al cielo. Marías había vivido dos años en Oxford, y quedaba en la ciudad mucha gente dispuesta a ayudarme a seguir su ruta: "Allí estaba su casa, ese era su pub, ese college es All Souls, donde daba clase como lector de español". Releyendo la novela, paseando por Oxford, era aún más difícil explicarse cómo un joven de treinta años, aún por hacer y ávido de literatura, había sido capaz de escribir aquel libro, que dejaba entrever mucha más experiencia en la escritura y en la vida.
Javier Marías ha muerto demasiado pronto, cuando le quedaban muchas páginas brillantes por escribir, cuando aún no se parecía siquiera al hombre que yo me imaginaba cuando leía Todas las almas. Ha muerto sin ser un anciano, sin llegar a cerrar ningún círculo, y dejándonos a deber muchas historias magistrales, muchos artículos que echaremos en falta. No cabe más que lamentar su muerte, y darle las gracias por todas las cosas bellas que nos lanzó al camino en forma de libros, de artículos, de pensamientos. Y yo, además, por un paseo infinito por el Oxford que me ayudó a imaginar antes de que me atreviese a soñar con pisarlo.
Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid.