

En su último libro, Carne gobernada (Ariel), Fernando Savater habla de su vida. Es decir, de muchas cosas, pero sobre todo de Sara Torres, su mujer, fallecida hace pocos años. Otra parte de su vida es El País, periódico en el que ha escrito desde su fundación, así que tampoco son escasas las páginas que le dedica. El pasado lunes, varios medios se hicieron eco de ellas. Las primeras entrevistas promocionales salieron en la prensa y azuzaron la polémica. "De ser un diario progresista, de centro izquierda, con las virtudes y defectos propios del caso, pasó a convertirse en un portavoz gubernamental y del peor Gobierno que ha tenido la democracia española desde la muerte del dictador". La mención directa a algunos periodistas del medio, la denuncia de su estrechez ideológica y la descripción de las presiones que ha venido recibiendo en los últimos años desde las mismas páginas que publicaban sus columnas, fueron el detonante definitivo. Al día siguiente, Fernando Savater fue despedido del periódico de su vida y él entiende las razones. "Antes o después habría pasado, las cosas como son", nos dice en la terraza de su casa. A ella hemos acudido para hablar de su libro. Es decir, un poco de El País, un poco de política, pero, sobre todo, del resto de su vida, que engloba lo demás: sus amores —pasados y actuales—, sus aficiones, su vejez y, por encima, siempre, Sara Torres.
Pregunta: Han levantado polvareda las últimas entrevistas sobre su libro…
Respuesta: En realidad lo que ha pasado ha sido por el adelanto que sacó El Confidencial, eh. O sea, lo atribuyen a la entrevista con Maite Rico en El Mundo, pero es falso. El Confidencial, sin avisarme —la editorial tampoco me dijo nada, algo que, francamente, me ha fastidiado bastante—, sacó un adelanto del libro. Y yo no soy nada amigo de los adelantos, pero, hombre, por lo menos si me hubieran dicho que lo iban a sacar podría haberlo elegido yo. Bueno, pues no. Sacaron lo que les dio la gana. Y lo que les dio la gana era el fragmento en el que me metía con El País. Así que, bueno, eso fue lo que pasó. Porque en la entrevista con Maite tampoco dije tanto. En el libro sí que menciono nombres concretos y, en fin… Eso fue lo que les movió a echarme.
P: Es curioso. Se suele decir que la mejor manera de guardar un secreto es publicarlo en un libro. ¿Le habrían despedido si no hubiese intervenido la prensa?
R: Probablemente no. Probablemente, si sale el libro y nadie se hace demasiado eco de lo que hay en su interior, ellos habrían quedado muy bien diciendo que no lo han leído y ya está. De hecho, en toda la lista de entrevistas que tengo ahora para la promoción no se ha apuntado nadie ni de El País ni de la SER. Es lo mismo que pasó con el anterior, con Solo integral (Ariel). Es decir, ya desde bastante antes de que esto haya explotado, ellos no pensaban hacer nada respecto a mis libros. Tenían coartada para no enfadarse, por tanto. Habrían podido decir, simplemente: "No, nosotros no lo hemos leído", y punto. Claro, en el momento en el que sale en un medio online y la gente empieza a comentarlo… Pero bueno, antes o después habría pasado. Las cosas como son.
P: En la entrevista con Maite Rico dijo que los últimos de Filipinas en El País eran Félix de Azúa y usted mismo…
R: Y Félix se ha ido, así que imagínate.
P: ¿Se ha ido? ¿Por su despido?
R: Sí, sí. Por lo mío.
P: ¿No le han echado?
R: No, no. Se ha ido por su cuenta. Bueno, ya le habían quitado la columna de la última página, que era lo que les molestaba. Ahora le tenían dedicado exclusivamente a Cultura, que está muy bien, pero que claro, tampoco…
P: Pero todavía quedan firmas discordantes con la línea editorial. No es un periódico tan monolítico, en ese sentido. Pienso en Daniel Gascón, por ejemplo.
R: Gascón es el que queda, sí. Debe estar aterrado, el hombre (risas). El único que queda de momento es él. Y además es curioso: yo, hace años, cuando veía que se incorporaba alguien joven a El País pensaba que estaba muy bien, claro. Manuel Jabois, en su momento. Aire fresco. Sin embargo, cuando esos jóvenes llevan dos meses dentro, empiezan automáticamente a calcar el mismo estilo que los demás. Les pasa a todos.
P: ¿Hay presión interna? En el libro relata cómo su disidencia levantaba ampollas poco disimuladas entre compañeros. Y más cosas.
R: Completamente. Antes de esto que acaba de pasar, antes de que yo mencionara a nadie explícitamente ni dijera nada, las cosas estaban tensas. Yo me enfadé, por ejemplo, por esto del libro que hemos comentado antes. Solo integral era un libro formado enteramente por columnas publicadas en El País; lo mínimo habría sido hacerse eco de su publicación, digo yo, aunque sólo fuera un poquito (risas). Pero no. En fin. Es algo que, no lo niego, me molestó. Así que publiqué una columna que empezaba así: "Si ustedes solamente se informan por El País no sabrán que he sacado un libro…" (risas). Pero luego empezaron a publicar réplicas a mis columnas, directamente. Yo me metía con el Gobierno, o sacaba el pie del tiesto en cuestiones como la del cambio climático, por ejemplo, y ellos sacaban a señores que me respondían y protestaban. Es algo que nunca había pasado en El País. Lo primero que te decían era que tenías libertad absoluta para escribir lo que quisieras, siempre que no te metieses con nadie del periódico. Y hasta ahora pues yo, más o menos, mordiéndome la lengua, lo había hecho. Últimamente lo que sucedía es que yo mandaba el artículo, no había terminado de repasarlo y ya tenía abajo otro contestándome (risas). Era una cosa un poco espectacular. Un día les dije que tuvieran cuidado, no fuesen a publicar la contestación antes que mi columna (risas). Bueno, tampoco hay que darle más vueltas. Son cosas… El giro se había dado hace tiempo, por las razones ideológicas o económicas que fueran. El País se ha convertido en la correa de transmisión del Gobierno. Antes era Miguel Barroso el que organizaba todo eso. Ahora el hombre se ha muerto, así que habrá otro sustituto. Pero vamos, Miguel era el que había convertido a El País en el departamento de propaganda del Gobierno. Lo que sigue siendo todavía, vamos.

P: Es llamativo que este libro, pensado en un principio para ser exclusivamente personal, haya terminado con estas consecuencias. Parece que al final, casi inevitablemente, la política se cuela en todos lados.
R: Bueno, es que eso es también mi vida. Si yo hubiera renunciado completamente, si ya ni me preocupara por la actualidad, ni nada, pues bueno. Pero la realidad es que yo he seguido dentro. Me parecía que tenía que meter reflexiones de este tipo en el libro también. Al principio, es cierto, lo enfoqué exclusivamente como una forma de explicar cómo me quedé después de perder a mi mujer y cómo, aunque creía que ya estaba completamente borrado del mundo, del deseo, etcétera, había vuelto a picar (risas). Pero claro, me parecía que eso era reducir mi vida a un mundo amoroso que para mí ha sido muy importante, pero que no era lo único. Tengo otras muchas cosas también. Había que intentar meterlo un poco todo.
P: Y lo que mete es una visión acerca de la evolución ideológica no de El País, sino de la izquierda. Una involución, más bien. Un vaciamiento. ¿No está un poco vacío todo, en general? A mí me hablan de izquierdas, de derechas, y llega un punto en que tengo la sensación de que nadie sabe muy bien de qué está hablando.
R: Bueno, pero como símbolo esas etiquetas sirven. Luego, claro, hay que preguntarse cosas. ¿Por qué Pedro Sánchez es de izquierdas? Pues porque lo dice él, básicamente. Junts ahora es progresista, parece ser. Claro, es que basta con que te metas con la idea de la unidad de España para que empieces a ser de izquierdas. Es algo que a mucha gente de izquierdas de hace por lo menos veinte años le habría molestado muchísimo. Sin embargo, ahora se da por hecho. Y luego se ha creado, con una habilidad publicitaria inaudita, todo hay que decirlo, el terror a la extrema derecha. Así que gente que no tiene ni idea de lo que la extrema derecha hará o dejará de hacer si llega a gobernar, se moviliza únicamente para que no gobierne. Me acuerdo mucho últimamente de aquello de Revel, que decía que la extrema derecha es un invento de la extrema izquierda (risas). Está bien visto. De eso vive aquí nuestra izquierda, desde luego. La victoria del 23-J, que parecía imposible, se ha dado por eso. Y ahora te dicen algunos que antes de las elecciones no sabíamos de lo que era capaz Pedro Sánchez. Hombre… Sabíamos lo que había hecho antes. Y todo indicaba hacia dónde iba, además. Tampoco había que ser un lince para darse cuenta. Pues bueno, ahí lo tenemos. Y el único argumento que lo salvó fue que mucha gente dijo: "Sí, lo ha hecho mal, malversación, sedición, tal, lo que quieras, pero es que peor sería la derecha".
P: La amenaza de la derecha como usurpadora de derechos me hace pensar en el libro que sacó hace poco Pablo de Lora —Los derechos en broma—. Es como si el mercado infantiloide de los derechos fuese un pretexto más. Tenemos miedo a perder nuestros derechos, pero tampoco sabemos muy bien cuáles, ni qué son los derechos exactamente…
R: Más derecho que el que le quita a usted la amnistía, ya me dirá cuál es. Ahora mismo en España hay delincuentes yéndose de rositas porque Pedro Sánchez necesita sus votos. ¿Qué debemos pensar los ciudadanos que cumplimos las leyes? Yo no he visto a un Gobierno que haya violado más derechos que este que tenemos ahora, la verdad. ¿A santo de qué se asustan tanto con los de la extrema derecha? "No, es que dicen cosas". Sí, claro, las dicen. ¿No recordamos lo que decía Pablo Iglesias? Resulta que sólo nos vamos a creer lo que dice Buxadé. La extrema izquierda puede decir las barbaridades que quiera, que seguirá siendo legítima. Es un poco… Yo lo que creo es que este es el último coletazo que nos ha dejado el franquismo. Se ha quedado una mitología antigua de una extrema derecha que lo único que quiere es acabar con las libertades e imponer su dictadura. Y aunque ahora no haya ningún sustituto de Franco mínimamente verosímil acechándonos, todavía les sirve como coartada a los de enfrente.
P: El debate esta semana ha girado en torno al concepto de terrorismo. ¿Qué lo es y qué no lo es? ¿Existen grados de terrorismo? Usted sufrió y combatió el terrorismo etarra en el País Vasco. ¿Qué opina?
R: Pues opino que esto es un sinvivir. O sea, ¿de pronto va a haber un terrorismo bueno y uno malo? ¿Es así la cosa? Seamos un poco serios, ¿no? Lo gracioso, además, es que más allá de en lo que están ahora mismo estos señores del Gobierno, en unos meses vamos a tener a un bilduetarra de lehendakari. Ya lo verás. Y si no, tiempo al tiempo. Yo hace unos años, en una entrevista con David Mejía, le dije: "Yo por mi edad igual no lo veo, pero tú seguro que vas a ver a Otegi de Lehendakari". Se organizó un lío… Todo el mundo me llamó exagerado. Ahora dices que Otegi va a ser lehendakari y nadie se ríe ni hace aspavientos.
P: Bildu ha dejado de ser un socio incómodo, ¿no? De hecho, se dice abiertamente: el único partido que merece un cordón sanitario en España es Vox, no Bildu.
R: Claro. Es que la siguiente es esa. La siguiente es que como ya no matan, son buenos. Pero vamos a ver, que no matar es lo corriente (risas). Es que parece que es un mérito. Es decir, yo tampoco he matado nunca. Si nos ponemos así… En los últimos meses han salido cosas… Que si la responsabilidad fue del Estado, que si no sé qué. Es decir, ¿ETA ponía las bombas pero el responsable era el Estado por no quitarlas a tiempo? ¿Es eso? Parece de guion de Gila.
P: ¿No le cansa la política?
R: Qué te voy a decir. En el libro se ve, yo creo. Aunque la palabra no es cansancio. En el plano intelectual y político, al menos, lo que tengo es una especie de frustración. Claro: si te has dedicado más de media vida a la enseñanza de temas éticos y políticos, si has escrito durante medio siglo en un periódico que se suponía que era la avanzada intelectual del país, y al final el balance es este, pues te podrás imaginar.
P: Escribe, como si fuese una evidencia que cada vez menos gente da por sentada, que nuestro sistema es y debe ser tanto liberal como socialdemócrata.
R: Lo curioso es que esa es la definición de democracia. No sé. Tú lees a los teóricos de la democracia más enjundiosos y te das cuenta de que la democracia es una combinación de elementos socialdemócratas con elementos liberales. Ya está. Lo que pasa es que luego hay unos políticos que gestionan con más entusiasmo los elementos sociales y otros que gestionan más los liberales. Pero todos están en el mismo marco. En cualquier país civilizado, si un grupo propusiera la demolición total de todos los atisbos socialdemócratas, o la demolición total de todos los atisbos liberales, nadie le seguiría. Es decir: incluso los socialdemócratas quieren liberalismo. Y los liberales también quieren socialdemocracia.
P: Hoy, sin embargo, uno lee la prensa y parece que va a llegar un día en que tengamos que elegir: o anarcocapitalismo salvaje o comunismo.
R: Lo que pasa es que eso se da en la discusión política. Son cosas de la retórica. El "y tú más", de toda la vida. En lo que tienes que fijarte es en la gestión. A estas alturas hemos visto cómo gestionan todos, desde los de Podemos hasta los de Vox, incluso. Y más o menos la gestión se ha mantenido en unos parámetros conocidos. No ha habido grandes revoluciones ni nuevas fórmulas extraordinarias. Sobre todo porque estando dentro de Europa nadie puede hacer lo que le dé la gana. Un Maduro aquí no funcionaría porque los demás no le dejarían. Así que el modelo más radical puede exponerse verbalmente, por supuesto, pero en la práctica acaba siendo mitigado siempre, por un lado o por otro. Otra cosa es que nos paremos a analizar la evolución que hemos ido sufriendo. Y yo pienso que la evolución iliberal que ha sufrido España es mayor que la que ha sufrido cualquier otro país de nuestro entorno. Se habla siempre de Polonia y Hungría, pero si ves un poco las cosas como son, lo de España no tiene comparación, sobre todo teniendo en cuenta de dónde venimos y nuestra mayor tradición democrática.
P: Fíjese que esta entrevista, igual que su libro, no pretendía ser una entrevista sobre política.
R: (Risas). Y no lo es, por supuesto. En el fondo mi libro es otro libro sobre Sara. La cosa es que cuando ella murió yo creí que desaparecería detrás. Me parecía lo lógico. Íbamos en el mismo paquete los dos (risas). Si ella se moría, yo también. Pero no, seguí viviendo. Y mi sorpresa fue que yo no tenía costumbre de la tristeza. Yo antes era como un jilguerillo tonto que se despertaba por las mañanas tan contento. Sin ningún motivo especial, pero tan contento. Entonces, claro, cuando empecé a vivir todos los días triste, me dije: "Esto no puede ser. Esto no puede durar. ¿Cómo se va a vivir así?". Me parecía incompatible con la vida. Luego ya me fui enterando de que la mayoría de la gente vivía triste (risas), no como vivía yo antes. Ahora ya me he acostumbrado. Me acuerdo de don Inodoro Pereyra, el personaje de Roberto Fontanarrosa, cuando le preguntaban: "¿Cómo está usted, don Inodoro?". Y él decía: "Mal, pero acostumbrado" (risas). Yo de pronto me sentí como don Inodoro Pereyra: mal, pero acostumbrado. A pesar de que procuro no salpicar mi tristeza a todos los que me rodean, la realidad es que sigo tristón. Te puedo decir, creo que sin mentir, que no ha pasado un día desde la muerte de Sara que no haya llorado por ella. En un momento o en otro algo me la recuerda y se me saltan las lágrimas. Sin embargo, por otra parte, la vida continúa. Entonces me enteré de que uno no se muere de pena, pero sí puede vivir de pena. O con pena, si quieres. También descubrí una compensación sorprendente, que no esperaba ya, por la vía del sexo con una nueva mujer que apareció. Así que eso era lo que quería contar en el libro. Este libro nace del asombro. Yo me quedé perplejo de poder todavía existir en ese campo. Pero luego, claro, se fue enredando con todo lo demás y lo que terminé haciendo es hablar de Sara, como siempre (risas).
P: Lo sorprendente es que quienes le leemos detectamos siempre una vena burlona en usted. Una vena graciosa y alegre que no desaparece ni en la tristeza.
R: Eso es cuestión del carácter. El humor ha formado siempre parte de mi vida, pero sin quererlo. Yo no quiero ser gracioso, pero es que me hacen gracia las cosas. O sea, lo mismo que don Miguel de Unamuno tenía el sentimiento trágico de la vida, yo tengo el sentimiento cómico de la vida (risas). Fíjate: hace unos años me encontré con un joven que me dijo que era el hijo de un amigo con el que estuve en la cárcel en los tiempos de Franco, en Carabanchel. Estuvimos hablando y me terminó diciendo que su padre siempre les contaba historias mías, de lo mucho que les hacía reír. Y yo me sentí orgullosísimo de que sólo se recordara eso de mi paso por la cárcel: que hacía reír a los demás (risas). Ya te digo, no es que yo me encontrara feliz en la cárcel. Te puedes imaginar. Ni mucho menos. Pero las chorradas me salían solas. Cuando escribo es lo mismo. Cuando la cosa se pone dramática, al final, siempre me sale una broma. Mozart, mientras componía su Réquiem, que no llegó a acabar porque murió antes, se carteaba con un amigo que le decía: "Oye, esto está genial, como todo lo que haces, pero para ser un Réquiem es como muy jacarandoso, ¿no crees?". Y Mozart contestaba: "El Señor no ha querido que yo, aunque esté triste, componga música triste" (risas).
P: Otra cuestión interesante que describe en el libro es su voluntad férrea por mantenerse en el dolor, de alguna forma. Su renuncia voluntaria al olvido.
R: Es que a mí esto del olvido siempre me ha parecido una cosa un tanto… Es decir, uno puede olvidar según qué cosas, pero otras no. A mí esto de El País, por ejemplo, seguro que en quince días se me habrá olvidado. Lo único que notaré es que dejaré de comprar el periódico. Y se acabó. En cambio, a Sara no. Porque no quiero. Yo no quiero que se me olvide. Es como la anécdota famosa del sabio estoico, no recuerdo cuál era, que perdió a su hijo y se fue a llorarle a un amigo. "¿Pero por qué lloras, si no sirve para nada?", le respondió. Claro, un estoico llorando, imagínate (Risas). Pero él le contestó: "Lloro porque no sirve para nada". Esta es la cuestión. Yo quiero seguir así. Si un día me acordara de Sara y me diera lo mismo me sentiría vil. Naturalmente, lo que quiero es seguir pensando en ella y seguir emocionándome hasta las lágrimas. Eso es lo que me corresponde. Luego, claro, la vida continúa. Y continúan las relaciones humanas. No va uno a ir constantemente llorando a la gente. Pero una cosa no quita la otra.
P: Redacta: "La carne gobernada es un plato tradicional de la cocina asturiana. Se trata de un plato de carne de vaca que se elabora muy lentamente. Hoy en día es poco frecuente encontrar este plato, en su lugar se tienen en los restaurantes un simple plato de carne guisada, ya que suele emplear menos tiempo su elaboración".
R: Sí, a mí me gustaba mucho la carne gobernada. Esa frase que mencionas me pareció curiosa porque sale así escrita en Wikipedia. Es una forma muy lenta de hacer la carne que ya casi nadie emplea, aunque a los guisos los llamen así en algunos sitios. Ahora se hacen guisos normales, más rápidos. Bueno. La idea de que nosotros nos vamos macerando y guisando a lo largo de los años, despacito, me gustaba.
P: El título también da juego, mirándolo desde otro lado, para hablar del paso del tiempo y de la diferencia entre las épocas. Al final, se trata de un plato que parece que se ha dejado de hacer, aunque se siga haciendo. Cada vez existe menos. O ya no existe como siempre existió.
R: Esto es lo de siempre. Pero las cosas esenciales no han cambiado tanto. Y no es que no hayan cambiado desde que yo era joven, es que no han cambiado desde que era joven Antíloco. Esa idea de que la humanidad será distinta porque se ha inventado el teléfono móvil… Pues no. La humanidad va a seguir siendo la misma, con teléfono móvil o con Inteligencia Artificial. Variarán las conductas, las formas de viajar… Pero humanidades nuevas cada quince minutos no salen. Yo he dado clase durante cuarenta años y los jóvenes han cambiado, sí. Ahora su ortografía es distinta. Ya no leen. O leen cosas en las que faltan letras. Pero bueno, eso tampoco quiere decir que los jóvenes de ahora sean seres diferentes a lo que éramos nosotros a su edad. Ni muchísimo menos. Eso que decía Marco Aurelio de que "quien ha visto un día, ha visto todos", yo lo sigo sintiendo. La vida es lo que es. Es el sexo, es la muerte. Y quizá a los que nos gusta leer tenemos una especie de pequeño suplemento. El único verdadero suplemento es ese: la ficción, el arte. ¿Lo demás? Es siempre lo mismo.
P: La muerte… Es un tema siempre difícil de tocar…
R: Preocupa, preocupa (risas). Ya verás cuando llegues a mi edad.
P: ¿Se nota el cambio en la manera de percibirla a lo largo del tiempo?
R: Sí, por supuesto. O sea, yo de joven sabía que me iba a morir, pero no me lo creía. No conozco a ningún joven que se crea de verdad que va a morir. Es lo mismo que cuando te enamoras con quince años y piensas que eso que sientes es tan intenso que no puede acabarse nunca. Claro, es que si no no funcionaría. Si estuvieses pensando que la novia te va a durar un mes no tendría gracia (risas). Tienes que pensar que te va a durar toda la vida, aunque efectivamente te dure un mes. Y con la muerte es lo mismo. Yo de niño, además, vivía en una casa de estas a la antigua. Vivíamos con los abuelos. Ahí se moría todo el mundo. Quiero decir, la muerte no era una cosa ajena. Pero claro, les tocaba a los que les tocaba. Los niños y los jóvenes estábamos a lo nuestro. Luego lo que ocurre es que te vas dando cuenta de que se han ido yendo los de delante y de repente el de delante eres tú (risas). Te han ido empujando a la primera línea sin tú darte cuenta. Joder, si ya me toca a mí (risas).
P: ¿Y la pérdida? ¿Se vive de otra manera?
R: Sobre todo es la ausencia. La ausencia es lo que se hace… Por eso creo que no es verdad… Es decir, yo, por ejemplo, cuando murió Sara, habíamos pasado nueve meses tan horrorosos… Ver sufrir durante nueve meses a una persona a la que con notar en ella solamente una lagrimita ya perdía el día intentando consolarla… No poder hacer nada… Equivocarme cada vez que lo intentaba y empeorarlo… Pues claro, resulta que cuando murió, de alguna manera, sientes un cierto alivio. Ya no sufre, al menos. Pero luego aparece la ausencia. Y la ausencia es verdaderamente… Ese socavón que te provoca… Y el hecho de que constantemente aparecen cosas que te la recuerdan. No sé. Hay gente que parece que no, que se olvida y a seguir. Algunos no sabemos hacer eso. Yo también es que he querido seguir viviendo en la misma casa que ella hizo, con las mismas cosas que ella hizo… En fin. Me costaba comprarme incluso jerséis nuevos, por si estaba mirándome desde alguna parte, que supiera que seguía con el que ella me compró. Sí, la ausencia es lo verdaderamente complicado. Me refiero a la ausencia amorosa, por supuesto. Creo que existen diferencias. Hay gente que te dice que te entiende porque ha perdido a sus padres. Hombre, yo no creo que se pueda querer más a unos padres que como yo he querido a los míos, pero no es lo mismo. Digamos que en el lote padre o madre viene que se mueren. Lo único que veo comparable a la pérdida de una pareja amorosa es la pérdida de un hijo. Puede ser incluso peor. No me lo quiero imaginar. Hay ciertas pérdidas, sin embargo, que uno en el fondo sabe que eran ley de vida. Lo que no estaba en el lote es la muerte de esa persona que tú pensabas que iba a estar ahí para quitarte el miedo a la muerte hasta el final.
P: ¿Se piensa en la trascendencia, en la vejez?
R: Bueno… Para mí Dios ha sido siempre el nombre de lo imposible. Estas cosas que aparecen a veces en la prensa: "La ciencia ha demostrado que hace falta un dios para los agujeros negros". Y a mí qué me importan los agujeros negros (risas). O los blancos. No. Para mí Dios siempre ha sido la posibilidad de lo imposible. No creo en ella, porque desgraciadamente siempre he sido muy racionalista, pero a mí sólo me vale el Dios de lo imposible. El Dios que venza a la necesidad. El Dios que venza a lo obligatorio. El Dios que venza a la máquina del mundo. El ancla de misericordia, que escribo en el libro. Es decir, el Dios que aparezca cuando ya no hay esperanza. El Dios que te salve de la necesidad. Fuera de eso... Pero no, desgraciadamente, no creo. Me acuerdo de una entrevista que me hizo Ana Grau, al poco de morir Sara. "¿Pero no crees que pueda estar en alguna parte?". Bueno, yo, si de verdad creyera que Sara está en alguna parte, no estaría aquí hablando contigo (risas). Es el final de La ceremonia del adiós de Simone de Beauvoir. Ella, refiriéndose a Sartre, escribía: "Su muerte nos separó. La mía no nos reunirá". Esa es un poco la cosa.
P: ¿Cambia la forma de escribir con el paso del tiempo?
R: Sí, eso creo, definitivamente. Creo que existe un estilo de la vejez. Me suena que Harold Bloom tiene escrito algo sobre esto. Es un estilo más despojado. Vas perdiendo un poco las formas. Porque cuando eres joven lo que quieres es impresionar. Quieres que la gente diga: "Joder, qué tío. Qué frase le ha salido" (risas). Luego, en cambio, todo eso te da igual. Prefieres otro tipo de cosas. Te vas despojando. Este es un libro despeinado, por ejemplo. De joven habría intentado hacerlo más pulidito, seguro. Ahora, sin embargo, ahí va. La vejez le quita a uno muchas tonterías. Te quita muchas cosas buenas, pero también muchas tonterías.
P: ¿No se acaba teniendo la sensación, no ya de que todo haya sido escrito por otros, sino de que todo lo que se quería decir ya lo ha escrito uno en el pasado?
R: Bueno, yo lo que pasa es que nunca he tenido esa pulsión por la expresión que otros tienen. Nunca he tenido esos arrebatos de decir: "Tengo que decir esto. Si no lo digo ya, la gente no va a saber…" (risas). No, eso no lo he tenido. Lo que sí que me ocurre es que leyendo ya no me interesan cosas más actuales. Es decir, a mí, libros sobre la Inteligencia Artificial, comprenderás que me la traigan al pairo, ¿no? (risas). Para lo que me queda en el convento, no me preocupa en absoluto (risas). Sin embargo, lo que me gusta es releer. Es una tendencia muy de viejos. Tiene lógica, desde luego. A los que nos gusta mucho leer desde siempre, generalmente, nos pasa que hemos leído los libros a edades inadecuadas. Yo a los catorce años me leía Madame Bovary. Pero claro, a los catorce años no te enteras de nada. Es un libro que habla de cosas que no puedes saber. Así que ahora de lo que me entran ganas es de releer aquellos libros otra vez, para enterarme de lo que no me enteré en su momento. Con los contemporáneos, pues bueno… No es que me parezcan malos. La verdad es que yo ya no separo los libros en malos y buenos. Los separo en función de si son para mí o no son para mí.
P: Usted siempre ha dicho que si ha escrito algo decente en su vida ha sido por el impulso que le insuflaba Sara. ¿Ahora qué le impulsa a escribir?
R: Sí. Ella era la que creía que yo iba a resolver algo en el mundo escribiendo (risas). Me decía siempre esas cosas: "Si no lo dices tú, no lo va a decir nadie". Ahora pienso: "Pues que no lo diga nadie, qué más da" (risas). Sí. Yo escribía para que ella me dijera que le gustaba. Los premios, la verdad, sólo me interesaban por el dinero, que no está mal (risas). Ahora que me han echado me vendría bien (risas). Pero en realidad es algo que nunca he entendido. Es decir, ¿por qué iba a tener que sentirme honrado por la opinión de cinco señores que dicen que les ha gustado un libro mío? Si dijeran que no les ha gustado, no me importaría nada. ¿Por qué me iba a tener que importar que les guste, entonces? En cambio, con ella era distinto. Si ella me decía: "Esto está bien", yo ya me sentía…
P: Usted no sólo escribía en El País, pero El País era "su" periódico. ¿Se ve escribiendo en otro medio como escribía allí?
R: Hombre, desgraciadamente tengo que comer todos los días (risas). Lo que pasa con El País es que han sido casi cincuenta años de mi vida. A estas edades uno va cerrando puertas. Despedirme del periódico ha sido un poco como despedirme de mí mismo.

