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Jesús Fernández Úbeda

Víctor R. Alfaro revive el legado poético de Vicente Espinel

En 'A la décima va la vencida', Alfaro apuesta por la rima y la métrica en un ecosistema colapsado por las frasecitas profundas y troceadas al tuntún.

En 'A la décima va la vencida', Alfaro apuesta por la rima y la métrica en un ecosistema colapsado por las frasecitas profundas y troceadas al tuntún.
Portada del último poemario de Víctor R. Alfaro. | MueveTuLengua

Se llamaba Vicente Espinel, aprendió gramática y retórica en su Ronda natal y estudió en la facultad de Artes de la Universidad de Salamanca. Fue ordenado sacerdote y protagonizó intrigas eclesiales menores: en enero de 1598, por ejemplo, se le imputaron "vicios, culpas y excesos y negligencias y codicia". Poeta y novelista, se pasó la vida buscando y encadenando mecenazgos. Ejerció de censor, Lope le llamó "padre de la música" y Quevedo le citó en El Buscón. La gota acabó paralizando su mano derecha y murió tres días después de que dictara testamento. En 1591, gracias al duque de Alba, publicó una obra, Diversas rimas, en la que fijó la estructura de la décima, combinación métrica de diez versos octosílabos que, en homenaje al propio autor, es denominada "décima espinela" o, directamente, "espinela". También se le atribuye la adición de la quinta cuerda a la guitarra. Si bien ni Dios se acuerda de él, su legado vive.

Víctor R. Alfaro (Madrid, 1983), locutor de radio, presentador de eventos y escritor, se ha rebelado contra la Wehrmacht de los poetastros del Enter publicando un poemario compuesto íntegramente por espinelas: A la décima va la vencida (Mueve Tu Lengua, 2024). Apuesta por la rima y la métrica en un ecosistema colapsado por las frasecitas supuestamente profundas y troceadas al tuntún, y por la luz y la amabilidad en un mundo donde los aspirantes a funcionarios de la bohemia exteriorizan sus torturas de pitiminí torturando, en plan Billy el Niño en la DGS, a sus lectores, oyentes, y futuras exparejas –y hasta examigos–.

En A la décima va la vencida, Alfaro reivindica la belleza y la celebración de lo más cercano y de los más cercanos –"Me gusta veros contentos, / me gusta veros bailar", escribe a sus hijos–, desde la consciencia de que, como cantaba Pablo Milanés, "el tiempo pasa, / nos vamos poniendo viejos". Versa y versifica sobre la familia presente y ausente, sobre el paso del tiempo, la metamorfosis personal y los recuerdos, sobre los referentes musicales y poéticos, y un poco, muy poco, sobre temas políticos presentes o de la historia reciente de España, un país que todo el mundo adora "excepto los españoles", y en el que hubo una banda asesina que dejaba "un entierro cada día, / un coche bomba en Vallecas, / una huérfana con pecas, / matar por Euskal Herría". Algunas de sus trovas se leen como greguerías: "Hay que aprender de la histeria / al igual que de la historia"; "Subir por un árbol es / (…) la gravedad al revés".

A la décima va la vencida comparte con una canción de Robe Iniesta incluida en su último disco, Se nos lleva el aire, la creencia de que, tal vez, el poder del arte "bien nos pudiera salvar / de una vida inerte, / de una vida triste, / de una mala muerte". Tomando como molde la estrofa que perfeccionó el olvidado Espinel, Alfaro ilustra una realidad rabiosamente humana pasándole el filtro luminoso de su poesía y asumiendo a la vez, fatalista, que "pronto no seremos más / que habitaciones vacías". Razón no le falta.

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