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Rosa Belmonte

Ponte en pie y canta

La voz de Jessey Norman era hipohuracanada. Acaba de morir a los 74 años.

La voz de Jessey Norman era hipohuracanada. Acaba de morir a los 74 años.
Jessye Norman | Cordon Press

Una vez dormí en la misma cama que Jessye Norman. Después que ella. Eso me dijeron en La Bobadilla, el hotel donde se hospedó cuando cantó en Granada, en el Palacio de Carlos V. Misma cama, mismo retrete, misma bañera. Estas tonterías de mitómana están bien, pero está mejor haberla visto actuar. Aunque fuera en recitales y no en una representación de ópera. Una vez en los Proms del Royal Albert Hall en Londres y otra vez en Perelada. Su voz era prodigiosa y su presencia, impresionante. La voz, hipohuracanada. Y en esa melena parecía haber sitio para que viviera gente. Las batas que llevaba le daban un aire de superheroína y con su envergadura las movía con tanta gracia como los chales María Dolores Pradera. Jessey Norman, nació en 1945 en Augusta, Georgia, y murió el lunes con 74 años en un hospital de Nueva York. Fue a las 7.54 horas de un shock séptico y un fallo multiorgánico a consecuencia de complicaciones por una lesión de médula espinal sufrida hace cuatro años. Era muy graciosa, decía que esas que se mueren de alguna enfermedad (la Violeta de ‘La Traviata’ o la Mimí de ‘La Bohème’) no eran para ella.

Cuando actuó en Perelada en agosto de 2006 casi no se podía mover. Su fragilidad la solucionaba con un taburete junto al piano. Al fin y al cabo estaba cantando jazz con un cuarteto (‘The Diva and the Duke’ se llamaba el espectáculo) y no la Elizabeth de ‘Tannhäuser’ con la que debutó en Berlín en 1969. Tiene gracia que sus memorias, publicadas en 2014, se titulen Ponte de pie y canta. Porque es lo que estuvo haciendo toda aquella noche de 2006. Se levantaba para una de las piezas de Duke Ellington y luego se volvía a sentar. A veces parecía Mahalia Jackson en el funeral de ‘Imitación a la vida’ y cuando cantaba ‘It don´t mean a thing if it ain´t got that swing’ (ya saben, dubá dubá, dubá) tenía toda la ligereza de una bailarina. La última canción, el bis y el rebís las cantó de pie con una fuerza en la voz que parecía de otro planeta. Se sentó para un alucinógeno ‘Summertime’ y una habría querido ser la Sansona del siglo XX, esa que arrastraba camiones con los dientes y salía en el No-Do, para sacarla en brazos. O a hombros, como los capitalistas a los toreros.

Tenía gastadísimo una cinta VHS de Albert Maysles (sí, el de ‘Grey Gardens’ y ‘Cuando éramos reyes’) de una grabación de ‘Carmen’ en París. ‘Jessey Norman canta ‘Carmen’’, un documental que hace mucho tiempo que no veo. Y me gustaría. 56 minutos de Jessey cantando y hablando.

Nació en Georgia en pleno segregacionismo. Su padre era cantante y su madre y su abuela, pianistas. Estudió con becas en universidades y conservatorios. En 2003 abrió The Jessey Norman School of the Arts, en Augusta, para la educación artística de niños desfavorecidos. Cuando ella nació, la contralto Marian Anderson ya triunfaba. Ya saben, la cantante a la que las Hijas de la Revolución no dejaron cantar en el Constitution Hall de Washington en 1939. Eleanor Roosevelt se dio de baja en la institución y le organizó un concierto en el Monumento a Lincoln para más de 75.000 personas. Y volvió allí para la inauguración de Kennedy. García Lorca la vio en Madrid en 1936 y quedó embelesado, según contó Morla Lynch.

Marian Anderson tenía que hacer de negra. Jessey Norman hacía de todo. Obras humanitarias, de negra y de mujer. El concierto donde la vi en el Royal Albert Hall era aquella cosa de mujerío llamada woman.life.song compuesta por Judith Weir con textos de Toni Morrison, Maya Angelou y Clarissa Pinkola Estes. Me pareció un poco rollo. Pero era Jessey Norman. El ‘Summertime’ de años después borró todo.

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