La invasión rusa de Ucrania ha supuesto un golpe de realidad para la mayoría de los países de la OTAN y la UE. El regreso de una guerra convencional al continente ha provocado la reactivación de las modernizaciones de los ejércitos aliados, buscando y examinando a fondo las carencias que tienen tras casi dos décadas de bajos presupuestos, algo que todavía no ha subsanado la presión de la Alianza Atlántica para que alcancen el 2% del PIB en Defensa.
La situación está provocando la puesta en estudio y marcha de numerosos programas de armamento europeos, muchos de ellos sufragados parcialmente con fondos de la Unión Europea. Y todo parece indicar que uno de esos nuevos programas va a consistir en el diseño y fabricación de un misil de ataque profundo con un alcance mínimo de 1.000 kilómetros, un tipo de armamento que no poseen en estos momentos los países europeos.
Los primeros contactos europeos para desarrollar un programa de estas características fueron en la pasada cumbre franco-alemana de seguridad. Pero el impulso definitivo ha tenido lugar esta semana durante el encuentro entre los ministros de Defensa de Francia (Sebastien Lectornu), Alemania (Boris Pictorius) y Polonia (Wladyslaw Kosiniak-Kamysz), el conocido como Triángulo de Weimar.
Los tres países apostaron de manera decidida por abrir el proyecto y buscar más apoyos para esta iniciativa. El resultado ha sido espectacularmente rápido, pues han tardado poco tiempo en recibir el apoyo de España, Reino Unido, Italia y Suecia. Los siete países presentarán una carta de intenciones en la próxima cumbre de la OTAN en Washington (Estados Unidos), que tendrá lugar entre el 9 y el 11 de julio.