
El despliegue naval y aéreo de Estados Unidos frente a Venezuela ha alcanzado una magnitud inédita desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962. El Pentágono ha situado en el Caribe un grupo de combate completo con el portaaviones USS George Washington, destructores con sistemas antimisiles Aegis, y varios buques logísticos, junto a aviones de patrulla marítima P‑8 y drones MQ‑9. Un movimiento que confirma el salto cualitativo en la presión sobre Maduro.
La Casa Blanca justifica este aumento militar en el control del narcotráfico en el Caribe. El Comando Sur sostiene que Venezuela se ha convertido en el principal corredor de cocaína hacia Centroamérica y Estados Unidos, con participación directa de altos cargos del régimen. Las interdicciones marítimas se han duplicado en cinco meses y Washington afirma que solo una presencia contundente puede alterar la dinámica.
Pero desde el propio Gobierno de Estados Unidos también se habla del deterioro político en Venezuela tras el rechazo de Maduro a convocar elecciones libres. Washington acusa al régimen de reactivar redes de represión interna y maniobras militares en zonas fronterizas. Para Estados Unidos, la negativa del chavismo a cualquier salida negociada y la creciente cercanía de Caracas a Irán y Rusia elevan un riesgo que no están dispuestos a ignorar.
Al despliegue inicial se ha sumado en los últimos días una segunda oleada de activos navales. Entre ellos figura el buque anfibio USS Wasp, el transporte expedicionario USNS John L. Canley y varios guardacostas de alta capacidad. La presencia de estos medios, capaces de trasladar infantería de marina y material pesado, alimenta las especulaciones sobre un posible escenario de operaciones más amplio en aguas venezolanas.
De hecho, Donald Trump ha advertido de forma explícita que Estados Unidos prepara ataques terrestres en Venezuela "muy pronto". El presidente asegura que sus fuerzas saben "todo sobre las rutas, los laboratorios y dónde viven los narcotraficantes", y que la acción en tierra permitirá acabar con los responsables y reducir el flujo de drogas hacia Estados Unidos. Trump ha remarcado que se actuará con determinación para "acabar con esos hijos de perra".
La pregunta clave es si Estados Unidos irá más allá y podría ejecutar una invasión terrestre con los medios actualmente en el Caribe. El dispositivo desplegado es potente para una operación de castigo, ataques de precisión o bloqueo naval, pero claramente insuficiente para ocupar territorio venezolano. Una invasión a gran escala requeriría decenas de miles de soldados adicionales, más portaaviones y una cadena logística que hoy no está desplegada.
Los escenarios abiertos van desde un endurecimiento del bloqueo marítimo hasta ataques puntuales contra infraestructura militar venezolana si Washington detectara movimientos hostiles. Otro escenario es la creación de una zona de exclusión aérea limitada, que presionaría al régimen sin comprometer tropas terrestres. La opción más extrema —una intervención militar directa— seguiría sobre la mesa, pero solo como último recurso.
Otra opción es que el objetivo real de Washington pueda ser forzar un colapso interno del régimen. El incremento de presión militar, diplomática y económica pretende tensar las fracturas dentro del chavismo, especialmente entre mandos militares reacios a un enfrentamiento directo con Estados Unidos. Una demostración de fuerza sostenida podría empujar deserciones, negociaciones discretas o incluso un cambio interno sin necesidad de intervención abierta.

