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Justin Strzelczyk: el diablo que salvó a la NFL

Su muerte fue trágica, misteriosa y polémica, pero ayudó a dar con un problema que atizaba a una de las mayores competiciones deportivas del mundo.

Su muerte fue trágica, misteriosa y polémica, pero ayudó a dar con un problema que atizaba a una de las mayores competiciones deportivas del mundo.
Justin Strzelczyk, durante su etapa como jugador de los Pittsburgh Steelers. | EFE

El 30 de septiembre de 2004 se produjo en la autopista que va de Syracuse a Utica, en Estados Unidos, una persecución policial que terminó en accidente. La camioneta perseguida, que iba a una velocidad de unos 150 km/h, se estrelló contra un camión cisterna que, afortunadamente, no llevaba carga. No obstante, el conductor falleció al momento.

Cuando la policía alcanzó al coche y fue a dar con el conductor, le reconoció de inmediato: se trataba de Justin Strzelczyk, jugador de los Pittsburgh Steelers durante casi una década, considerado uno de los jugadores más importantes de la NFL de finales del siglo pasado, y retirado en el año 2000, sólo cuatro años antes de su muerte.

Pero lo acontecido aquel 30 de septiembre no fue simplemente un accidente. Fue el triste final de una tragedia que había comenzado mucho antes, y que no se descubriría hasta mucho después.

Un demonio en su cabeza

Qué llevó a Justin Strzelczyk a acometer aquella huida es algo que ni los policías estatales ni el entorno del exjugador supieron contestar. Sin embargo, todo tomó mayor consideración cuando se supo que en la mañana previa al suceso había parado en una gasolinera, y después de entregarle 3.000 euros a un desconocido, le gritó "corre, el mal está llegando". Fue desde esa gasolinera donde había emprendido la enloquecida huida, a una velocidad excesiva, provocando un accidente menor que alertó a la policía, y que terminó con el fatídico accidente.

A medida que se iba retrocediendo en su historia, más claroscuros iban apareciendo. La noche anterior a su muerte se dedicó a llamar a algunos excompañeros. Más que a llamar, a alertar. Como confesarían éstos, Strzelczyk les había hablado de la llegada del demonio, de unas voces en su interior que le habían advertido de ello, y de que todos debían huir de Pittsburgh si querían seguir vivos.

Eso es lo que estaba haciendo él. Huir. No se sabe muy bien de qué, ni de dónde. Lo que sí se sabe es que en su coche tan solo llevaba dinero –unos 2.600 dólares- y varios crucifijos. Parece ser que había reservado una habitación en Orchard Park, New York, a donde nunca llegaría.

Se achacó a la difícil situación que había comenzado a vivir a partir del año 2000. Una nueva situación en la que ya no estaba su carrera como futbolista en la NFL. En la que tampoco estaba su mujer, de la que se acababa de separar, ni su familia. Y en la que sí estaba el alcohol, y los antidepresivos que había comenzado a tomar.

Encefalopatía traumática crónica, o CTE

Sin embargo, los test de sustancias desecharon que se tratara de un comportamiento bajo la influencia del alcohol u otras drogas. Antes al contrario, la autopsia reveló que había sufrido daños cerebrales, de origen desconocido. Había sufrido encefalopatía traumática crónica, o CTE por sus siglas en inglés (Chronic traumatic encephalopathy, Concussion)

No era el primer caso similar en la NFL. Mike Webster fue el primero. Cuatro veces campeón de la NFL con los Pittsburgh Steelers, acabó demente, viviendo solo en una caravana, y alimentándose de caramelos. Murió de un ataque al corazón a los 50 años. Cuando se analizó su cerebro, se constató que tenía CTE. Terry Long, también jugador de los Pittsburgh Steelers, se suicidó a los 45 años bebiendo anticongelante. André Waters, jugador de los Philadelphia Eagles y Arizona Cardinals entre 1984 y 1995, se pegó un tiro en la cabeza a los 44 años, en 2006, tras años de invalidez.

Debía haber un nexo común entre estos fallecimientos extraños, más allá de que todos hubieran sido importantes jugadores durante años en la NFL. O quizá relacionado con ello. Eso fue lo que pensó el neurólogo forense nigeriano afincado en Estados Unidos Bennet Omalu.

Tras conseguir el permiso de la familia, comenzó por analizar el cerebro de Mike Webster, y sus conclusiones fueron reveladoras: durante sus 15 años de carrera en la NFL había recibido impactos en la cabeza que equivalían a 25.000 accidentes de tráfico leves.

El caso de Justin Strzelczyk confirmó datos similares. Es decir, encefalopatía traumática crónica. Al igual que Terry Long y André Waters. También Tom McHale, muerto a los 45 años, y Junior Seau, exjugador de los Miami Dolphins y los New England Patriots entre otros, muerto a los 43. Todos presentaban el mismo síntoma: muchos, demasiados, golpes en la cabeza, que se habían producido durante su carrera en la NFL.

Los análisis de Bennet Omalu eran concluyentes. Pero entonces se topó con los estamentos americanos, que no estaban dispuestos a permitir que un médico terminara con uno de los componentes más importantes de su estilo de vida. Una batalla que relata a la perfección la película "La verdad duele", protagonizada por Will Smith, y que se estrenó en España en 2015. Una película, por cierto, ante la que la NFL también puso múltiples dificultades para que viera la luz.

Pero la verdad era cierta: el fútbol americano puede matar. Pese a todas las trabas que estaba sufriendo Omalu, un suicidio más llegó a modo de salvación: era Dave Duerson, exjugador entre otros de los Chicago Bears, New York Giants y Phoenix Cardinals, y uno de los jugadores más importantes de finales de los 80. Se suicidó, a diferencia de los otros casos, con un disparo en el pecho, y no en la cabeza. El motivo lo dejó escrito en una nota: ‘estudien mi cerebro’.

El caso siguió su camino. La NFL no tuvo más remedio que reconocer la verdad. Las demandas de exjugadores se multiplicaron. Las indemnizaciones también. Al fin y al cabo, hablamos de un deporte que genera unos 3.000 millones de dólares al año. Y no ha bajado desde que se concluyeran los estudios. Al contrario, sigue creciendo.

Pero el triunfo de Omalu ya se había consumado. "No quiero terminar con el fútbol americano, sólo que los jugadores tengan toda la información necesaria para tomar la decisión". Desde entonces, la competición tomó algunas medidas de seguridad, como limitar los golpes en la cabeza, o mejorar los diseños de los cascos para ofrecer mayor protección.

Con ello, no son pocos los jugadores que se han retirado desde que se conociera la información, antes incluso de cumplir la treintena. Chris Borland, A.J. Tarpley, Husain Abdullah, Eugene Monroe, Patrick Willis o Cortland Finnegan son sólo algunos ejemplos en los dos últimos años. "Lo único que quiero es lo mejor para mi salud, y lo que he conocido y lo que he experimentado me hace pensar que este riesgo no vale la pena", afirmaba Borland.

Muchos, la mayoría, pensarán que sí vale la pena. Pero esa ya es una decisión personal. El triunfo de Omalu reside en el hecho de que ahora es el futbolista quien decide, pues conoce la información para tomar la decisión. Sin el neurólogo nigeriano, ésta continuaría hoy escondida. Y sin la espantosa –y desgraciadamente trágica- huida de Justin Strzelczyk, quizá nada de esto hubiera sucedido. Su trascendencia, y la potencia de su imagen, ayudaron a dar a conocer un problema que, en realidad, venía de mucho antes…

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