
Sonja Henie ha sido una de las mejores patinadoras artísticas de todos los tiempos. Capaz de alcanzar hitos deportivos que nunca nadie jamás ha igualado. También, tras su retirada, fue una reputada actriz de Hollywood. De las mejor valoradas de su época. Un icono popular. Pero entre medias, un gesto, una deferencia para con la Alemania Nazi, y especialmente Hitler, la perseguiría de por vida. Fue una musa del Führer. Así lo reconocería y así la trataría. Y aquello, claro, le pasó factura.
Una niña prodigio
Sonja Henie nace el 8 de abril de 1912, en el seno de una familia acomodada. Hija de un comerciante textil y de una madre instructora de ballet, desde bien pequeña le inculcarán el amor por los deportes. De todo tipo. Tenis, natación, equitación… y sobre todo esquí y patinaje artístico.
Será este último por el que se terminará inclinando la pequeña Sonja. Y no puede decirse que fuera una mala elección. Con apenas 10 años, se proclama campeona nacional de Noruega.
Sus padres, visto el enorme potencial que sin duda tenía Sonja, no escatimarán en gastos para su crecimiento y desarrollo. Contratan a los mejores maestros, convencidos de que algún día se convertirá en una figura nacional e internacional. No estaban equivocados.
Al año siguiente –recordemos, con 11 años- competirá en sus primeros Juegos Olímpicos, en Chamonix 1924. Es la participante más joven del evento, y termina octava, sorprendiendo a todos.
El primer gran éxito llega en 1927. Con 14 años se proclama campeona del mundo de patinaje artístico. A partir de éste, llegarán nueve mundiales más consecutivos. Es decir, 10 Campeonatos del Mundo conquistaría Sonja Henie. Hito que nunca nadie ha vuelto a igualar.
Leyenda olímpica
Ese dominio en los campeonatos del mundo se traslada también a los Juegos Olímpicos. No hay duda de que estamos hablando de la mejor patinadora de todos los tiempos.
El primer oro olímpico llegará en Saint Moritz 1928. Ahí, Sonja Henie demostraría que era una avanzada a su época. Rompe radicalmente con la vestimenta de competición habitual hasta la fecha, presentándose con una falda corta. Más allá de lo icónico de la imagen, es algo que le permite realizar mejor sus movimientos. Unos movimientos en los que son pieza importante sus amplios conocimientos –gracias especialmente a su madre- en danza. Para resaltarlo, incorpora por primera vez música y coreografías a sus rutinas, dejando a todos maravillados.
Cambia, también, los patines tradicionales, de color negro, por unos blancos, que hacían que su figura resaltara aún más. Y es la primera mujer que realiza un axel simple, un giro y medio en el aire, que hasta ese momento solo realizaban los hombres por la dificultad que conllevaba.
Con todo, Sonja Henie se convertirá en un icono y una referencia. Una mujer que rompe con todo. Capaz de ser un modelo a seguir para las niñas, una inspiración para las mujeres, y un anhelo para los hombres. Era "la dama del hielo". Para siempre.
Repetiría oro en los Juegos Olímpicos de Lake Placid de 1932, llevándose de manera unánime los votos de todo el jurado, para terminar con una puntuación de 2302,5 puntos.
Y en 1936, en los Juegos Olímpicos de Garmisch-Partenkirchen, se convertiría en la única patinadora en toda la historia con tres oros olímpicos.
Unos Juegos, los de 1936, que terminarían por condenarla en su propio país.
Musa de Hitler
Los coqueteos con Adolf Hitler y con la Alemania Nazi se habían producido ya antes de aquellos Juegos. Concretamente, en 1934, durante una exhibición en Berlín. Con el Führer presente en el palco, realizó el saludo nazi al grito de ‘Heil Hitler’.
Aquello, claro, enamoró a los aficionados alemanes. Y especialmente al propio Hitler. Pero generó una gran controversia en su país. ¿Era Henie una simpatizante nazi? ¿o simplemente estaba tratando de persuadir a los alemanes, grandes seguidores de los deportes de invierno?
Al llegar los Juegos de Garmisch-Partenkirchen, las autoridades noruegas la disuadieron de volver a realizar el saludo nazi. Y no lo hizo. Pero tras conquistar el oro, siendo un icono como era, pudo acceder a los círculos más selectos de la sociedad alemana. Incluido Adolf Hitler.
El Führer invitó a Sonja Henie a su residencia de Berghof. Quería conocerla, quería hacerle llegar su admiración. Una invitación que la noruega aceptó encantada. Hitler le hará entrega de una fotografía dedicada, en la que le manifestaba su veneración. "Para la pequeña señorita Sonja Henie. La única campeona mundial, con gran admiración por su maravilloso arte en el Ice Stadium", escribiría.
Una actitud que, obviamente, le generó las antipatías de sus compatriotas. Sobre todo cuando en 1940 se recrudece el conflicto entre Alemania y Noruega. Aquel almuerzo en Berghof, y aquel saludo nazi, tomaron mayor relevancia. Consideraban a Henie una traidora a la patria, que no apoyaba a la resistencia noruega y que, lejos de eso, mostraba simpatías por Hitler y los nazis.
Pero no es menos cierto que aquel almuerzo con el Führer en Berghof salvaría su futuro. Porque en 1940, cuando los nazis invadieron Noruega y entraron en su casa, hallarían esa foto dedicada sobre el piano. Gracias a ello, respetaron las pertenencias de la familia.
Una estrella de Hollywood
Siendo como era una de las mejores deportistas del planeta y, desde luego, la indiscutible número uno del patinaje, Henie decide -junto a su padre-, que había llegado la hora de hacer dinero con su inmenso talento. Así que pusieron rumbo a Estados Unidos.
Llevará a cabo una gira por todo el país con sus espectaculares números de patinaje. Lugar al que va, estadio que llena. Incluso llega a tener su propio espectáculo en Nueva York. A uno de ellos acude Darryl Zanuck, uno de los grandes magnates del cine, quien no tardará en ofrecerle un contrato con la Twentieth Century Fox.
Su primera película será ‘Una entre un millón’, una comedia musical en la que evidentemente el patinaje y la danza eran protagonistas. Tras esta, llegará una docena de producciones más, siempre con Sonja Henie como gran reclamo. De ese modo, se convierte en toda una estrella de Hollywood. Una de las actrices mejor pagadas de todos los tiempos.
Es también un icono popular. Serán famosas las fiestas que organiza en su casa de Beverly Hills. Todos quieren acudir, porque saben que allí estará lo más granado de la sociedad y del famoseo estadounidense. No serán pocas las personalidades que se relacionarán, cierto o no, con Sonja Henie. Joe Louis, Tyrone Power...
Pero con el paso de los años, todo cambia bruscamente. El varapalo que supone para Sonja el fallecimiento de su padre, su guía y mentor durante toda su vida, viene seguido del declive de su éxito en el cine. La revolución que había supuesto su irrupción se va apagando. Ya no significa ninguna novedad. Las películas de patinaje y danza, con ella como estrella, dejan de atraer.
Sonja Henie se derrumba, y se refugia en el alcohol. Bordea la depresión. Su vida como estrella de Hollywood se ha acabado para siempre, y no sabe cómo digerirlo.
Un retorno dorado
En la mente aparece la idea de regresar a Oslo. A casa. Pero tiene miedo. Sabe que ahí ha sido durante años considerada persona no deseada. Lo consulta con algunos amigos que le quedan en el país, y envía a un promotor a Oslo para ver cómo es el clima ante su posible regreso. Tras varios meses de espera, le comunican que es seguro regresar a casa.
Al volver, pone en marcha de nuevo una serie de actuaciones de patinaje, que alcanzan un éxito mucho mayor del que esperaba. Vuelve a triunfar en Noruega, y sus números le llevan por toda Europa. Vuelve a la felicidad.
Hasta que a mediados de los años 60, con Sonia Henje disfrutando de la vida y en paz con ella misma, se le diagnostica una leucemia.
El 12 de octubre de 1969, estando en París, regresa de urgencia a Oslo. Debe someterse a una transfusión de sangre de manera inmediata. Pero no llegará a tiempo. Durante el vuelo, en el avión, se duerme, y ya nunca más volverá a despertar. Tenía 57 años.
De ese modo se despedía de este mundo una de las estrellas más grandes del cine, y sobre todo del deporte. Con unos hitos que nadie ha conseguido ni siquiera acercarse. Tres oros olímpicos y diez mundiales logrados de manera consecutiva, que quedarán para siempre. Junto a su huella en el paseo de la fama de Hollywood.

