La base de Ämari está situada a unos cuarenta kilómetros al suroeste de Tallin, la capital de Estonia. Allí, desde hace un mes y medio, se encuentra destinado el Destacamento Ámbar del Ejército del Aire, cuya misión es proteger el espacio aéreo de las tres repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia) en pleno apogeo de la amenaza rusa, que se resiste a perder su influencia en la zona, como demuestra la crisis de Ucrania.
El destacamento lo componen cuatro cazas polivalentes Eurofighter Typhoon y un total de 114 militares, todos a las órdenes del máximo responsable del contingente, el teniente coronel Enrique Fernández Ambel. Entre todo este personal hay ocho pilotos de caza, lo que permite tener dos tripulaciones por aparato y tenerlos operativos las veinticuatro horas del día. Además de personal de mantenimiento, armeros, controladores aéreos, personal contraincendios...
El espacio aéreo se vigila desde el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC) de Uedem, en Alemania, desde donde se controlan, entre otros, los cuatro radares que cubren toda la geografía estona. Es allí, cuando aparece en el radar una traza sin identificar, donde se da la señal de alerta a la base aérea de Ämari o a la que corresponda (también hay cazas para proteger el Báltico en Lituania y Polonia).
Y esta señal de alarma se da literalmente. Una sirena atruena el barracón de alerta y el equipo español se pone en acción. Los pilotos de los dos cazas que están de guardia terminan de ponerse el equipo –que llevan puesto a medias durante todo su turno–, los mecánicos y armeros dejan lista la aeronave y tras recibir los últimos datos de la misión en la cabina del Eurofighter despegan en apenas unos minutos. La nave a identificar es interceptada en menos de seis minutos de vuelo.
La primera intercepción real tuvo lugar el pasado 19 de enero. La alarma sonó sobre las 17.00 horas. Los dos cazas españoles despegaron en unos minutos e interceptaron una aeronave rusa (el tipo de avión no ha sido hecho público ni por el Gobierno español ni por el ruso). Como todo fue con normalidad la operación no se prolongó más allá de la hora. Por si había complicaciones, los otros dos cazas españoles estaban ya preparados para despegar. Todos, armados con 6 misiles aire-aire (Iris-T y Amraan) y un cañón Mauser de 27 milímetros.
Desde ese día, ha aumentado la frecuencia con la que los aviones de combate españoles han tenido que salir a interceptar aeronaves rusas. El número exacto no se quiere hacer público, aunque los mandos del destacamento español dan por bueno hablar de media docena. La mayoría de estas aeronaves cumplen el mismo patrón: aviones rusos sin plan de vuelo y con el transpondedor apagado que se desplazan desde Kaliningrado hasta la zona de San Petersburgo.
El día a día de estos militares españoles se divide entre semanas calientes y frías. Las primeras, son aquellas en que les toca estar de guardia. Viven entonces junto a los barracones de alerta y las tripulaciones se van sustituyendo las unas a las otras cada 24 horas. Durante esos siete días realizan dos misiones diarias de entrenamiento, aunque todo puede cambiar si suena la alarma y la misión se convierte en real. Por ahora, según indican los militares españoles, las aeronaves rusas han sido absolutamente colaborativas en el momento de la intercepción.
Las semanas frías son aquellas en que los cazas de guardia son los de alguno de los otros países que participan en la misión (Italia tiene cuatro cazas Eurofighter y Polonia cuatro cazas Mig29 en Lituania, y Bélgica cuatro cazas F-16 en Polonia). Entonces las tripulaciones de los cazas pueden pernoctar en un hotel concertado, los aviones están desarmados y se hacen dos salidas diarias de entrenamiento.