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Carta abierta a mis hermanos en Cristo de Cataluña

               

He de decir que, desgraciadamente, no me ha sorprendido la carta enviada por más de 300 religiosas y religiosos catalanes sobre la actual situación en esa comunidad. No me ha sorprendido porque son años de oír hablar a algunos de la opresión y el oprobio en el que vive el pueblo Catalán. No me asusta la falta de objetividad, ni la ausencia de rigor histórico y jurídico. Me asusta, como cristiano, la existencia de varios "pueblos de Dios". Pueblos que no parecen compartir los mismos destinos, ni el mismo favor de nuestros pastores. Hay, al parecer, un pueblo elegido que puede reclamar contra la historia, sí, pero también contra la más elemental caridad cristiana, su derecho a gestionar para sí mismo los beneficios de su privilegiada situación económica. Porque, no nos engañemos, esta es la razón del discurso independentista en Cataluña. El relato no se sustenta sobre el hecho de la opresión. No se puede argumentar falta de libertad, ni restricción de derechos. No hay un derecho alternativo para un extremeño frente a un catalán. No hay nada que un andaluz pueda hacer o decir, que le esté vetado a un catalán. No existe restricción de movimiento ninguno para un catalán, que no sea igual para un gallego. No tributa diferente, no tiene servicios distintos, ni peores. No se sostiene bajo ningún dato objetivo la existencia de opresión alguna. No es tampoco cierto que haya existido injusticia histórica que les haya alejado de la dirección de las políticas de la nación. Desde el año 77 a nuestros días han existido múltiples periodos en los que han sido decisivos los partidos nacionalistas. Largos periodos sin mayorías absolutas que no se aprovecharon para impulsar cambios en la gobernanza de nuestro país. El nacionalismo catalán no puede decir que ha sido ajeno a la creación de las normas que gobiernan nuestro país. Cuando se habla de la corrupción en España, como motivo de descontento, no se puede argumentar que el nacionalismo catalán ha sido ajeno a la misma. Por acción y por omisión el secesionismo catalán ha sido también responsable de los enormes fallos de gobernanza que han permitido este extremo de cosas.

Pero es que además es falso que exista una voluntad única, un consenso suficiente, de ese supuesto pueblo. 2.701.870 catalanes de 2.986.700 votos emitidos votaron en 1978 sí a la Constitución. No se ha vuelto a dar un consenso como aquel en Cataluña. Hoy en día solo 1.966.508 de 4.092.349 votos emitidos lo han hecho a las dos candidaturas independentistas aunque ahora se haya sumado, fuera de programa y por tanto en evidente fraude, la marca blanca de Podemos en Cataluña. La votación del famoso estatuto de 2006, derogado por el Constitucional, no llegó a superar la participación del 50% y el porcentaje de síes no superó el 35% del censo. El actual parlament no cuenta ni siquiera con la mayoría necesaria para proponer una reforma estatutaria ¡cuanto menos un escenario de secesión unilateral! ¿Dónde está pues la ofensa y la ilegitimidad? ¿Por qué se refieren a una minoría que no ha superado nunca el 50% del censo como "El pueblo de Cataluña"? ¿Es que la otra mitad no es "pueblo" a los ojos de Dios?

Lo más triste es que se alienta desde el púlpito un lenguaje de la diferencia, un lenguaje separador y supremacista muy alejado del amor fraterno y muy cercano a la vanidad. Un discurso muy separado de la solidaridad y muy próximo al egoísmo. No consigo, queridos hermanos en Cristo, hacer compatible el Sermón de la Montaña con el discurso orgulloso y ufano del nacionalismo. ¿Dónde están los pobres de espíritu? ¿Dónde están los misericordiosos? ¿Dónde los que lloran? ¿Dónde los perseguidos? Sinceramente sólo os encuentro interesados en la multiplicación de los panes y los peces y en recoger lo sobrante en los cestos. No me esperéis en vuestras cerradas parroquias, buscadme en el campo abierto de quienes de verdad esperan la llegada del Reino. Un Reino para todos. Un Reino no solo para los 144.000 elegidos, sino para quienes vienen de todas las naciones, aquellos que han pasado la gran tribulación.

Francisco Igea es diputado de Ciudadanos en el Congreso por Valladolid y portavoz de Sanidad.

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