
"Solo me siento vivo cuando lloro su ausencia. El resto del tiempo, inerte", así se siente Heriberto Centeno, un profesor de secundaria al que su exmujer le arrebató a sus hijos hace ya dos años. Su infierno comenzó el 1 de febrero de 2021, el día en que descubrió que la madre de los niños se los había llevado a su país de origen —Rusia— con la intención de que no los volviera a ver jamás.
Aquel lunes, él acudió a recogerlos al colegio (en Estepona, Málaga). Lo hacía habitualmente, ya que tiene la custodia en exclusiva de los menores desde 2019. Al llegar al centro, se encontró con que los pequeños no estaban. Leonardo y Stephanie, que entonces tenían 5 y 6 años respectivamente, no habían ido a clase. Olga —así se llama la secuestradora— no los había llevado.
El viernes anterior, la madre de los pequeños los recogió a la salida para que pasaran con ella el fin de semana —como tenían pactado—. Pero el lunes ya no cumplió con el plan establecido. Heriberto intentó poner la denuncia por la desaparición de los menores, tras no conseguir contactar con ellos. Pero no se lo permitieron, hasta tres meses después.
"La Unidad de Familia y apoyo a la mujer (UFAM) de Estepona no me aceptó la denuncia por desaparición desde el minuto uno", asegura. "Estuve durante 95 días de rodillas en la puerta de la comisaría", exclama en declaraciones a LD. "Me decían: váyase usted a su casa y no hagas tonterías. Haga el favor o le vamos a detener por desacato".
Según su relato, fue así hasta que "intervino la mano de un dedo divino". Un alto cargo que tuvo conocimiento del caso y "los puso firmes". "Pero ya era tarde", sentencia. La posición de los agentes es algo totalmente inexplicable. Heriberto tiene todas las sentencias a su favor, además de la custodia y la patria potestad. Pero —como él dice— la realidad es que "las sentencias son papel mojado". Esa es su experiencia.
Permitieron el secuestro
Parecer ser que la postura de la UFAM podría tener que ver con el hecho de que su exmujer "colaboraba con ellos como traductora". Según asegura Heriberto, le confesaron que "fueron engañados" por ella. "Me puso muchas denuncias falsas. Esta señora ha sido muy sibilina y consiguió ponerlos en mi contra. Estaba criminalizado cuando lo único que hacía era defender a mi hijos de una persona que —según yo, e incluso algunos jueces— está trastornada".
"Hay una sentencia que prohíbe la expedición de pasaporte y la salida del territorio nacional", recuerda, "por eso le pido explicaciones a Fronteras e Interior, a Exterior, a los consulados... Y todos miran para otro lado". "Ah, usted el padre. Lo sentimos, no podemos ayudarle", esa es la respuesta que recibe. "Lo he tenido que trabajar yo por iniciativa privada, con una inversión tremenda. Y todo con el objetivo de proteger a mis dos hijos menores".
Las denuncias falsas
Heriberto lleva pasado lo indecible. Los tentáculos del infierno han infectado todas las áreas de su vida. Al dolor de no poder ver a sus hijos, hay que añadir el acoso legal al que le han sometido su exmujer y el abogado de ésta, que además era su pareja —según refiere él mismo en una de las denuncias—. Le han puesto una docena de denuncias falsas, lo que le ha supuesto un importante desembolso económico y el consiguiente desgaste emocional. Todo bajo el paraguas de la Ley contra la violencia de género.
"Los servicios sociales me han inspeccionado hasta debajo la cama, me han abierto los cajones... Me ha denunciado por todo lo imaginable, menos pederastia", lamenta. "Hasta por violencia contra mi hijo porque venía un día mi con un cardenal de haberse caído en el patio, testimoniado por la profesora", explica, "pues ella me denunció por maltrato infantil".
"Yo no quiero que me den una medalla. He hecho lo que hace un padre sensato y con sentido común, al cuidado de sus hijos. Educarlos, velar para que estén sanos, tenerlos limpios y bien alimentados, con unos horarios y un calendario, con sus actividades escolares, sus momentos de ocio y esparcimiento.... Y cumpliendo a rajatabla el régimen de visitas que se le otorgó a la madre", argumenta. "Es decir, lo que hace una persona en sus cabales".
Las vejaciones (a él y a sus hijos)
Su historia —llamémosle— de amor, se desarrolló en dos fases. La primera duró dos años. Se conocieron en la escuela en la que ella estudiaba idiomas y él era profesor de un máster. En ese momento, Heriberto ni siquiera pensaba en la posibilidad de formar una familia con ella. Salía de un divorcio y no estaba por la labor de comprometerse.
Al final, rompieron. Pero, unos años después, ella contactó de nuevo con Heriberto y retomaron su relación. Él estaba en otra disposición y —ahora sí— decidieron formar una familia. Nos situamos en agosto de 2013. Al principio fue bien, pero no tardó en torcerse. Aún así, él aguantó hasta que los niños crecieron un poco.
Puso la demanda de divorcio en 2017. "Estuve aguantando de todo. Vejaciones, chantajes, lesiones... Tengo partes de lesiones de todo tipo: estrangulamientos, arañazos, hematomas, puñetazos...", relata. "A mi niño le tiraba los biberones y los potitos, que son de cristal", añade. "A los niños nunca los quiso cuidar. Era todo o nada, si yo me voy ya sabes lo que pasa". Puro chantaje.
"Mientras tanto, con la milla de oro... Ella todo el día para allá y para acá. Y yo restructurando el presupuesto familiar. Hacía barbaridades que no eran acordes con un proyecto familiar. Yo le decía: lo que estás derrochando tú, se lo estás quitando a nuestros hijos". Así que llegó un momento en que la relación era insostenible y Heriberto tomó la determinación se separarse.
Acoso y derribo
Desde ese momento, empezó a hacerle la vida imposible. "Cuando ya tenía la custodia en exclusiva, ella se dedicó a mandar cartas a los hospitales de la zona para que prohibieran atender a mis hijos menores si no era con su consentimiento", explica. "Yo era titular del seguro de la tarjeta sanitaria, estaba al corriente, los beneficiarios eran mis hijos menores, tenía la custodia exclusiva, pero a nadie le importó", añade. Ella siempre se salía con la suya.
"Así hemos durante mucho tiempo. Como es la madre, puede hacer y deshacer conforme le venga en gana. Que el padre tenga la custodia es un dato irrelevante, parece ser", ironiza. Pero aquí "lo que importa es: que hay dos menores que han estado totalmente desamparados, que la ley de protección de menores de edad ha hecho aguas por todos lados, y que han permitido que -sin pasaporte y con prohibición expresa de salida del territorio nacional del juzgado número 6 de Estepona- me los hayan secuestrado".
Él nunca pensó que algo así pudiera ocurrir. Dado que había una orden judicial de prohibición de salida del territorio nacional de los menores, e incluso de expedición de pasaporte, los dejó en el Colegio "con toda la tranquilidad del mundo". Además ella no había dado muestras de que tuviera interés de marcharse de España o volver a Rusia.
Sin ayuda, de nadie
"Me los han secuestrado y nadie, nadie, me ha apoyado", denuncia. Todo me lo han dejado a la iniciativa privada. Ni el Ministerio de Justicia, ni el Ministerio de Exteriores, ni el Ministerio de Igualdad —que ese mejor ni mencionarlo—, ni consulados, ni absolutamente nadie... Estoy harto de llamar a todas las puertas y reclamarles que se haga justicia", exclama.

"Ahora hay que cruzar fronteras para recuperar a dos inocentes menores de edad, españoles nacidos en Estepona (Málaga), que han sido secuestrados. Una sustracción internacional reconocida con orden de búsqueda y captura, pero nada. Ni un recurso público, ni una ayuda, ni una palmadita en la espalda, ni una llamada... Nada". Esa es la realidad de Heriberto y de esos niños que llevan dos años sin ver a su padre.
"Yo lo que quiero es saber de mis hijos. No tengo constancia de si están vivos, de si están escolarizados, de si están bien alimentados, de si están vacunados, o de si están sanos. No tengo constancia ninguna", explica. Solo logró un mensaje breve de una amiga de Olga en el que le asegura que "no va a volver".
Aun así, él continúa mandando a la madre de sus hijos -a la sazón, la secuestradora- un mail en bucle, por si algún día tiene a bien contestar. "¿Dónde están Leonardo y Stephanie? ¿Cómo están? ¿Me puedes informar? ¡¡¡Dame una señal de vida!!!", ese es el mensaje que cada 8 horas recibe en su buzón de correo electrónico y que lleva dos años sin responder.



