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La Diada de los frustrados: fiasco histórico del independentismo

Socialistas y separatistas unidos por la "llengua" y el desprecio al español en el 11-S más pobre de los últimos 15 años.

Socialistas y separatistas unidos por la "llengua" y el desprecio al español en el 11-S más pobre de los últimos 15 años.
Varias personas se protegen bajo una carpa de Aliança Catalana de la intensa lluvia que este jueves ha caído en Barcelona y que ha obligado a suspender algunos de los actos previstos para la celebración de la Diada. | EFE

La Diada de los frustrados. Desfiles zombies. Aún quedan independentistas, pero ya no caminan con el paso firme de antaño; ahora arrastran los pies. Han salido a la calle a pesar de todo y, sobre todo, a pesar de quienes les han convocado. Es como si ya se hubieran dado cuenta de que fueron engañados para forzar un entusiasmo que visto en perspectiva les parece un caso claro de alucinación colectiva y sumisión química, esa fe ciega en la independencia que les prometieron Mas, Puigdemont y Junqueras, entre otros.

Jornada lluviosa y melancólica en el independentismo. Todos los eslóganes han caído con estrépito en los últimos años. Sus líderes ya no se atreven a venderles los mismos crecepelos. La obediencia al mandato del 1-O es una muletilla en los discursos de Junts. En ERC reniegan del pasado. Ya nadie habla de plazos. Ni de ventanas de oportunidad. Ni de jugadas maestras. Ni de coyunturas.

28.000 personas, según la Guardia Urbana

Pinchazo histórico. El independentismo callejero ha tocado fondo. Las tres "grandes" manifestaciones separatistas convocadas en Cataluña con motivo de la Diada han confirmado las peores expectativas de la organización. Fiasco absoluto. El músculo civil del separatismo vuelve a ser el que era antes del Procés, una minoría de la sociedad catalana, no más del 15% en sus mejores momentos. En Barcelona, 28.000 personas según la Guardia Urbana. Una estimación muy generosa pero que en cualquier caso contrasta con aquellos años en los que La Vanguardia y TV3 contaban los manifestantes por millones. En Gerona, el gran feudo separatista, el Ayuntamiento de la CUP cifró la asistencia en 12.000 personas. Hay que retroceder hasta principios de los años noventa para encontrar cifras tan bajas.

Quince años y una pandemia después, el 11 de septiembre en Cataluña ha carecido de todos los elementos que convertían esa jornada en un día crítico. Las organizaciones separatistas que antaño movían masas tan sólo arrastran ahora unos pocos fieles inasequibles al desaliento pero más desanimados que nunca. La Assemblea Nacional Catalana (ANC) es una sombra de lo que llegó a ser. En manos del cantautor Lluís Llach, se suceden los cismas, las crisis y los abandonos en bloque.

Òmnium, la otra gran entidad de agitación y propaganda trata ahora de desmarcarse de la crisis del independentismo y acentúa su perfil "cultural". El Consell de la República de Puigdemont, dirigido ahora por un controvertido personaje, Jordi Domingo, representa a la perfección el independentismo del 'quiero pero no puedo'.

El independentismo se había citado en Barcelona, Gerona y Tortosa y confirmó que carece del más mínimo tirón. Tampoco cuentan con los medios de antaño. Sus líderes de 2017 siguen al frente. Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Son los árbitros de la política nacional y de la política catalana, pero sus formaciones han perdido peso a chorros. ERC cuenta con 8.000 militantes. Junts, con 5.000

Las cúpulas de ERC y Junts gozan de una posición de privilegio dadas la necesidad de los socialistas tanto en Madrid como en Barcelona de contar con su apoyo, pero sus expectativas electorales son cada vez más magras. La nueva fuerza del independentismo, la formación de extrema derecha xenófoba y supremacista Aliança Catalana les está comiendo el terreno a pasos agigantados. Si Junts pidió el traspaso del control de fronteras y de inmigración fue por la presión que ejerce el partido de la alcaldesa de Ripoll, la también diputada autonómica Sílvia Orriols. Ahora hasta ERC habla de inmigración en términos restrictivos.

Discursos idénticos

En ese contexto, la resolución del TSJC que anula parte del reglamento lingüístico de la Generalidad en la enseñanza no universitaria ha unificado los discursos de las formaciones separatistas, de sus organizaciones y también del gobierno de Salvador Illa y del PSC. El presidente de la Generalitat presume de haber "normalizado" Cataluña aunque reclama la aplicación de la amnistía de manera integral para Oriol Junqueras (inhabilitado por malversación) y de Carles Puigdemont, prófugo al que se imputa el mismo delito, para poner la guinda a esa supuesta normalización.

En paralelo, se ha convertido en el guardia de las esencias separatistas en materia lingüística. Ningún gobierno catalán había tenido nunca una consejería de Política Lingüística y su empeño en la defensa del catalán y la marginación del español está a la altura de antecesores como Quim Torra o el propio Puigdemont. En ese apartado, el PSC se presenta como un bloque homogéneo y sin fisuras que emplea la misma retórica que los independentistas en la defensa de la inmersión lingüística, de que en las aulas de acogida sólo se enseñe el catalán, de que todo se rotule en catalán, de exigir el catalán para cualquier clase de empleo público y de las multas por incumplir las estrictas normas lingüísticas desplegadas desde hace más de cuatro décadas por la Generalidad.

Un idioma en peligro como excusa

Y a pesar de esos más de cuarenta años de medidas destinadas al fomento del catalán, ese idioma estaría perdiendo hablantes según las encuestas que blanden formaciones y administraciones catalanistas. Ese retroceso es lo que manejan socialistas y separatistas para alertar del riesgo de que desaparezca el catalán y para justificar iniciativas como el "Pacto Nacional por la Lengua" que impulsa el propio Salvador Illa o campañas de hostigamiento como la que sufrieron este verano el propietario y los trabajadores de una heladería argentina del barrio barcelonés de Gracia.

"Cataluña es una nación por su historia, por la lengua que nos cohesiona, por la democracia y los derechos que queremos preservar y por la credibilidad de nuestras instituciones". La frase es de Sílvia Paneque, la portavoz del Govern, pero la podrían haber pronunciado sin cambio alguno Oriol Junqueras o los "juntaires" Jordi Turull y Josep Rull. Hasta el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, se emplea a fondo en materia lingüística, y eso que el PP le votó para impedir un gobierno municipal separatista.

"El catalán nos une a todos a pesar de la incomprensión y hostilidad que sufre", ha dicho Collboni en alusión a la resolución del TSJC.

Esas declaraciones se han producido en el marco de la tradicional ofrenda floral a la estatua de Rafael Casanova, un acto en el que el PP dejó de participar antes del "Procés" por las agresiones que sufrían sus dirigentes. Otro ejemplo de "normalidad a la catalana".

Illa y el bienestar de Puigdemont

La Diada se ha caracterizado también por la cordialidad entre el PSC y Junts. La reunión entre Salvador Illa y Puigdemont ha abierto una nueva fase. Illa tiene el encargo de su superioridad de velar por el bienestar de Junts y de su líder, encomienda que el líder socialista catalán ha asumido con entusiasmo. No hay entrevista, discurso o intervención pública en la que no abogue explícita o implícitamente por el regreso de Puigdemont, convertido por los socialistas en el personaje clave de Cataluña, la pieza que falta para cerrar definitivamente el "Procés".

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