Carlos Arguimberri, el inicio de la 'caza de brujas' contra los vascos no nacionalistas
El 7 de julio de 1975 dos miembros de la banda terrorista ETA asesinaban en Deva a CARLOS ARGUIMBERRI ELORRIAGA, conductor de autobús y exconcejal del Ayuntamiento de esa localidad guipuzcoana.
El asesinato tuvo lugar al mediodía, en el kilómetro 40 de la carretera nacional Bilbao-San Sebastián, cuando Carlos llevaba a numerosos pasajeros de Deva a Icíar. Dos terroristas que iban dentro del autobús se acercaron al conductor y le obligaron a salirse de la carretera general. Tras gritarle "hi txakur bat haiz" ("eres un perro") le dispararon a bocajarro nueve tiros por la espalda. Entre los veintidós pasajeros estaban un hermano y una hermana de Carlos, con los que regentaba un restaurante en Icíar, además de varias mujeres que salieron horrorizadas del autobús. Mientras el cuerpo de Carlos caía sobre el volante acribillado a balazos, el autobús, sin frenos, reculó hasta estrellarse contra un talud situado a la derecha de la calzada y casi se lleva por delante a una de las mujeres que se había caído al suelo al salir corriendo del mismo.
Seguidamente, los dos pistoleros salieron del autobús disparando algunos tiros intimidatorios con el fin de evitar cualquier posible persecución de los viajeros, casi todos ellos de la comarca, y se dieron a la fuga en un turismo blanco en el que les esperaban otros dos terroristas.
Con el asesinato de Carlos Arguimberri, la banda asesina ETA inició una campaña de atentados mortales contra personas a las que acusaba de ser confidentes policiales, como ya contamos a propósito del asesinato del taxista Ignacio Arocena el 15 de febrero de 1980. La inmensa mayoría de las veces ese tipo de acusaciones y rumores eran falsos, y lo que hizo ETA fue utilizarlos como excusa para asesinar a aquellos vascos que no eran nacionalistas. Con el asesinato de Carlos se inició la siguiente fase de la limpieza ideológica que permitiría que, en un corto espacio de tiempo, el nacionalismo en general, y ETA en particular, se apoderara con total impunidad de las zonas rurales vascas.
Además, es importante señalar que este asesinato vino precedido por una serie de acciones intimidatorias en los años anteriores. Primero fueron las amenazas, luego los ataques contra bienes inmuebles y vehículos, y finalmente, los asesinatos. Desde entonces, ETA desplegará su violencia contra aquellos vascos que se sentían lo que eran, es decir, tan vascos como españoles. Al final del proceso, el miedo, consistente y mantenido, atenazó a una sociedad entera. Ese miedo les hizo abrazar, de forma mayoritaria, cualquiera de las variantes del nacionalismo como única forma de sobrevivir.
El proceso había empezado unos años antes. El 14 de agosto de 1968 fue incendiado y destruido el caserío del alcalde de Lazcano. Durante 1969 y 1970 la banda fue prácticamente desarticulada, y los ataques cesaron casi por completo. Pero en 1971 se produjo el "desembarco" de cientos de militantes (John Sullivan, El nacionalismo vasco radical, Alianza Editorial, 1988), que se agrupaban bajo una escisión de las juventudes del PNV denominada EGI-Batasuna. Se reiniciaron, entonces, las acciones de persecución e intimidación a los vascos que no estaban dispuestos a tragar con los delirios racistas, totalitarios, y más que dudosamente acordes con la realidad histórica vasca, de Sabino Arana.
El 29 de noviembre de 1971 era incendiada y destruida la boutique Gurruchaga de San Sebastián. El 10 de diciembre le tocaba al caserío Mainguama de José María Recondo en Urnieta y el 14 de diciembre de 1971 la destrucción llegaba a la droguería del alcalde de Ondárroa. Estos actos de intimidación constante a los vascos no nacionalistas fueron reivindicados en el mismo comunicado en el que la banda se hizo responsable del secuestro de Lorenzo Zabala Suinaga el 19 de enero de 1972, liberado tres días después. La nueva ETA, formada por los que fueran cachorros del PNV, dejaba claro que serían implacables para conseguir sus fines y enviaba, de paso, un mensaje a determinados sectores de la sociedad vasca.
Florencio Domínguez en Las Raíces del Miedo. Euskadi, una sociedad atemorizada (Aguilar, 2003, pág. 22) explica perfectamente el salto cualitativo que suponía el asesinato de Carlos Arguimberri:
La extensión del miedo se produce cuando diferentes sectores de la sociedad vasca empiezan a sentir que corren peligro de ser atacados, al igual que les ocurre a otros conciudadanos con los que pueden tener algún grado de identificación. Con el asesinato de Carlos Arguimberri Elorriaga, ETA comienza a atacar a ciudadanos vascos de a pie utilizando como excusa la acusación de ser confidentes de la policía. Arguimberri representa el principio de una línea de acciones de ETA que se mantendrá de forma ininterrumpida durante una década y que se saldará con la muerte de casi un centenar de personas. Hasta entonces ETA sólo había buscado la muerte de policías, guardias civiles o representantes del poder, como Carrero (...) A partir de 1975, hay civiles que son objetivo directo de ETA. En una primera etapa, que se extiende desde 1975 a 1977, la práctica totalidad de las víctimas acusadas de confidentes son de origen vasco como lo revelan sus apellidos: Arguimberri, Camio, Arregui, Guezala, Albizu, Cortadi, Azpiroz. ETA, en explicaciones elaboradas después de perpetrar sus primeros crímenes, sostiene que, a diferencia de los miembros de la Policía y la Guardia Civil ‘los chivatos son en gran parte nacidos en Euskadi Sur. Su conocimiento de los movimientos obreros y populares vascos les convierten en los ojos y oídos del aparato de represión’ (Zutiz 65, agosto 1975). En esta fase, los ataques contra supuestos confidentes son escasos, apenas una decena, pero sin embargo son suficientes para provocar la aparición en el seno del nacionalismo afín a ETA de un fenómeno maccarthysta, una auténtica caza de brujas en busca del confidente infiltrado, que en ocasiones incurre abiertamente en la paranoia.
Casi todos los autores no españoles que han escrito sobre ETA o han sido ambiguos y equidistantes, o han caído abiertamente embobados ante la dialéctica de los puños y el tiro en la nuca de la banda. Posiblemente porque no vivieron, como sí lo vivió la investigadora alemana Marianne Heiberg, cómo salió la serpiente del huevo. Heiberg residió entre febrero de 1975 y septiembre de 1976 en Elgueta, pequeña localidad de mil doscientos habitantes. En su tesis doctoral describió el asfixiante clima que se creó contra los vascos no nacionalistas. Muy gráficamente expuso cómo quedaban señaladas ante la sociedad "aquellas personas que, de una manera u otra, quebrantaban las normas del lugar, revelándose como antivascos... el paralelismo entre las acusaciones de chivatazo y las acusaciones de brujería de otras partes del mundo era realmente sorprendente". (Heiberg, Marianne, La formación de la nación vasca. Editorial Arias Montano, Madrid 1991).
Carlos Arguimberri se convirtió, de este modo, en la primera víctima de una locura colectiva que, en el fondo, tenía poco de locura y sí mucho de frío, cruel y despiadado cálculo tendente a conseguir que las zonas rurales quedaran total y absolutamente en manos de los diferentes seguidores de Sabino Arana. Tal vez así nos podemos explicar, más fácilmente, los recientes resultados de Bildu en esas zonas, poniendo de manifiesto hasta qué punto ha tenido éxito la estrategia descrita por Marianne Heiberg y Florencio Domínguez que se inició en los setenta.
En el caso concreto del asesinato de Carlos Arguimberri, ejemplo acabado de esa caza de brujas maccarthysta, quien más datos ha dado sobre los años previos a su asesinato ha sido el antropólogo Joseba Zulaika, que conoció personalmente a la víctima. Cuenta Zulaika cómo desde los años sesenta una parte de la población de Icíar empezó a involucrarse en actividades nacionalistas, actividades en las que Carlos quedó al margen. Posiblemente por este motivo, empezó a extenderse el rumor de que era un chivato y se le culpó, entre otras cosas, del traslado del sacerdote decidido por el obispado y de alguna detención. "Según todo lo que he podido saber, no había un ápice de verdad en tales rumores", escribió Zulaika. De esta forma, los rumores y maledicencias convirtieron a Carlos en el "villano oficial" de la localidad, siendo objeto de una agresiva campaña de acoso que desembocó en su asesinato. Previamente al atentado, los jóvenes de la localidad boicotearon una sala de fiestas que había promovido mientras fue concejal en Deva; miembros de un grupo católico elaboraron pintadas en 1972 donde se podía leer "Karlos hil" ("muerte a Carlos"), y la banda terrorista ETA le incendió el autobús antes de asesinarlo (Joseba Zulaika, Violencia vasca. Metáfora y sacramento, Nerea, 1990, citado por Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey en Vidas Rotas, Espasa, 2010).
Carlos Arguimberri Elorriaga, de 43 años, estaba soltero. Era un hombre del pueblo, muy trabajador, siempre dispuesto a hacer favores, y muy apreciado por los vecinos, por lo que la noticia de su asesinato produjo una gran conmoción en la comarca. Pertenecía a una familia carlista del barrio de Icíar, en el municipio de Deva. Su padre fue sepulturero, carpintero y cartero, y Carlos había trabajado de zapatero y de conductor de autobús. Fue alcalde pedáneo y concejal del Ayuntamiento de Deva hasta 1974. En el momento de su asesinato Carlos Arguimberri era consejero local del Movimiento y se hallaba especialmente vinculado a la Hermandad de Labradores y Granjeros.