
Reivindica Cándido Méndez (Badajoz, 1952) el pacto de la Transición, un acuerdo "inaudito" que implicó a gentes de cien mil raleas, un anillo de diamantes que, tal y como cuenta a LD, es tomado por algunos –¿consciente o inconscientemente?– por una baratija de bisutería. Crítico con el Gobierno de Pedro Sánchez, considera "inaceptable" la Ley de Amnistía y, como Felipe González o Alfonso Guerra, es de los que piensan que él no se ha movido de su base ideológica: "Soy leal a los valores, no a los relatos, y ahora te piden ser leal a los relatos". El exsecretario general de UGT ha publicado el libro Por una nueva conciencia social (Deusto, 2019), una "defensa del trabajo digno ante los retos del futuro" en el que también mira por el retrovisor de su vida. Conversamos en el Café Varela, el parnaso galaico y madrileño de san Melquiades Álvarez.

P: Señor Méndez, ¿la revolución ha muerto?
R: Creo que todavía hay actos revolucionarios. En las organizaciones sindicales decimos que pagar la cuota es un acto revolucionario (risas). En una democracia sin grandes sobresaltos, un acto revolucionario, a mi juicio, es estar integrado en alguna de las organizaciones que vertebran la sociedad.
P: ¿Y la Revolución con mayúscula?
R: La Revolución soviética fue un fracaso total. Sin embargo, la revolución socialdemócrata sí ha tenido éxito. En Europa, la socialdemocracia está viva, lo que pasa es que ya no es patrimonio de los partidos socialdemócratas.
P: ¿Para qué debiera servir un sindicato?
R: Para defender la seguridad en el trabajo y luchar contra la explotación. En origen, los sindicatos se crearon para intentar evitar que hubiera accidentes laborales, para protestar contra la explotación, contra el trabajo infantil… Ahora, creo que seguimos jugando un papel fundamental en la disputa capital-trabajo. En la sociedad actual, los sindicatos siguen siendo fundamentales. Te voy a poner un ejemplo: hace unos años, hubo en Bangladesh un accidente horroroso que puso de manifiesto unos modos de explotación del siglo XIX. Se obligó a unas mujeres a entrar en un edificio al que se le veían las grietas. El edificio se derrumbó y murieron. Se identificó a muchas de ellas por el móvil que llevaban en el bolsillo. Después de aquello, proliferaron los sindicatos en Bangladesh. Es decir, el objetivo histórico de los sindicatos tiene vigencia, aunque lo hagamos mejor o peor. Puede caer un sindicato y, de sus ruinas, florecería otro sindicato inmediatamente.
P: ¿Y cree que, hoy por hoy, los sindicatos mayoritarios están cumpliendo adecuadamente con su oficio como Dios o la clase trabajadora mandan?
R: En los sindicatos se puede decir también "como Dios manda". Te respondo: afirmo que sí. Bajo tu pregunta adivino, lo mismo me equivoco, que las organizaciones sindicales no ejercen la capacidad de movilización con los grandes problemas que tiene la sociedad española.
P: Adivina bien.
R: Creo, y la experiencia me lo ha demostrado, que, a veces, convocar huelgas es símbolo de debilidad. Al final, en una huelga, desde el punto de vista del sindicato, se le pide al trabajador que renuncie a un día o a varios de su salario. Si puedes influir, a través de la negociación, del diálogo social, arrancar mejoras… El sindicato que más huelgas generales hizo en la recesión económica fue el griego. Nosotros hicimos tres, que no estuvo mal; en Grecia, veinte. Nunca fueron capaces de alterar el curso de los acontecimientos.
P: ¿Qué opinión tiene de Solidaridad, el sindicato de Vox?
R: Primero, me parece un oxímoron: tiene su aquel que un partido de extrema derecha, que es de todo menos solidario, tenga un sindicato que se llama Solidaridad. Eso muestra, simplemente, hasta qué punto no se niega la realidad de los sindicatos, sino que se nos quiere sustituir por otros sindicatos. No sólo ha pasado con Vox: Podemos hizo un sindicato que se llama Somos.
P: Ahora se llamará "Fuimos".
R: Están a punto (risas).

P: San Pablo, en su segunda Carta a los Tesalonicenses: "El que no trabaja, que no coma". ¿Suscribe?
R: No. Supongo que las palabras de san Pablo hay que contextualizarlas. Ese tipo de palabras es la que acoge, por ejemplo, la reforma protestante. Hubo una época en la que se decía, y yo estoy bastante de acuerdo con eso: "Si un mendigo está con capacidad de trabajar, que trabaje". Yo prefiero esa formulación. Por ejemplo, yo no estoy de acuerdo con la renta básica universal; sí estoy de acuerdo con el ingreso mínimo vital en tanto en cuanto pretende crear las condiciones personales para que haya una base para que una persona se pueda incorporar al trabajo. Por tanto, no estoy de acuerdo con la literalidad de la frase de san Pablo, pero sí creo que hay un trasfondo que hay que tener en cuenta.
P: Cuando mira por el retrovisor de su vida, ¿qué ve?
R: Que lo que yo me podía plantear, cuando era adolescente, cuando tenía doce, trece o catorce años, sobre mi vida, no tenía nada que ver con lo que ha acabado siendo. Tengo cierta sensación de sorpresa conmigo mismo. Le he encontrado una explicación: como todos, soy fruto de mi familia. Mi padre, por su vertiente ideológica, fue condenado a muerte por el franquismo, fue comisario de batallón, aprendió a leer y a escribir en una Casa del Pueblo de UGT y del PSOE… Pero también soy producto de la Historia de España. ¿Qué ha ocurrido en España? Hubo un momento histórico irrepetible, y creo que irreproducible en otros países, que fue la Transición. Gente muy joven o bastante joven tuvimos que arrostrar responsabilidades que, en otras circunstancias, si nuestro país hubiera sido una democracia aburrida, no hubiéramos tenido. Felipe González fue presidente del Gobierno con cuarenta años. Yo fui diputado con veintiocho; secretario confederal de UGT con cuarenta y dos…
P: En su libro, celebra el pacto de la Transición, que "implicaba a gente de distingas generaciones, jóvenes y gente que había vivido la guerra o la posguerra, y fue algo inaudito. Trascendía los ejes ideológicos". Cuando escucha a determinados políticos o partidos criticar aquella, digamos, gesta, ¿qué piensa? ¿Y qué les diría?
R: Yo no estuve, digamos, en el centro de la plaza pública en aquel momento. Estaba dedicado a temas sindicales, negociando convenios colectivos, etcétera. Creo que hay dirigentes políticos que son profundamente ignorantes del pasado de su país. Y de aquellas circunstancias. Eso me preocupa mucho: es un síntoma de ignorancia y también de insensibilidad, de insensibilidad ignorante. La Transición es algo muy valorado fuera de España: he hablado de este tema en Chile, en Polonia… España es un modelo de transición democrática. (Piensa) Es como si alguien confunde el anillo de diamantes de la abuela con un anillo de bisutería. Y lo tira.
P: Conversaba el otro día con Javier Rioyo, exdirector del Cervantes en Nueva York, Lisboa y Tánger, quien ha votado socialdemocracia durante toda su vida, y me decía: "Lo que no consiento es que me descalifiquen y me llamen facha. Ni siquiera soy de derechas". ¿A usted le han llamado facha?
R: Bueno, ahora me pueden incorporar a la fachosfera (risas). Ya me habían dicho "facha" alguna vez. En algún Primero de Mayo, había grupos de extrema izquierda que nos decían: "¡No nos representa!, ¡Eres un facha de mierda! ¡Ven a la manifestación de verdad!", porque había una manifestación después. Me han llamado "rojo de mierda" y "facha de mierda". Estoy curado en salud. Soy leal a los valores, no a los relatos, y ahora te piden que seas leal a los relatos. Y si los relatos cambian a velocidad de vértigo, tú, a velocidad de vértigo, tienes que cambiar las lealtades. Yo soy, como dirían los pedantes, de slowly food: no de comida rápida, sino de comida reposada. Los valores no se pueden cambiar de la noche a la mañana.
P: Hábleme sobre lo que usted llama "Acrónimo D3: descarbonización, digitalización y derechos (vinculados al empleo digno)".
R: Es, efectivamente, un acrónimo que parte de un convencimiento no sólo mío, sino de mi amigo Gregorio Martín Quetglas, catedrático de Computación de Datos. Reflexionando mucho, hemos llegado a la conclusión de que la revolución digital es irrefrenable. La experiencia, hasta la fecha, nos demuestra que no es verdad que sustituye a empleo, pero que, sin embargo, genera precariedad y bajos salarios. Un objetivo fundamental es el de neutralidad climática: nos va el pellejo en ello. Al género humano, no al planeta: el planeta va a seguir. Otra cosa es que siga como un pedrusco inhabitable. Entonces, estos procesos están provocando miedo e incertidumbre. Ese miedo y esa incertidumbre se puede ver muy bien en los agricultores y ganaderos.
P: Hay miedo y hay una grieta, señor Méndez. Algo se está rompiendo.
R: Creo que hay que infundir esperanza. Esperanza fundada. Por eso, hay que generar trabajo con derechos. Trabajo asalariado y trabajo autónomo. Hay que conseguir que las posiciones y las acciones políticas lleven vinculadas permanentemente el valor del trabajo a esos procesos de transformación.
P: Al final del libro, señala que "el destino que haga avanzar nuestra sociedad sólo existirá en la unión solidaria de España en su propio seno y para con Europa". ¿Qué lectura hace de los resultados de las últimas elecciones europeas?
R: En las elecciones europeas afloró, en cierta medida, ese miedo al futuro y esa incertidumbre. El resultado de Francia no me sorprende: es que Francia votó no al Tratado de Maastricht. Creo que los partidos clásicos no han sabido interpretar eso. Y Macron, que parecía la solución superadora de los partidos, tampoco. Estamos ante una situación muy complicada, pero creo que no hay plan B. ¿El plan B es la renacionalización? Yo digo que no. Es más, puedo hacer un vaticinio: creo que puede haber una reconversión de los partidos de extrema derecha hacia la UE. Sobre todo, si gana su gran admirado Trump en EEUU. Dos temas nos afectan muchísimo. Trump dice: "Como no se arregle el tema de las cuotas de la OTAN, me retiro de la OTAN". Y luego: "Voy a poner un 10% de tasas a las importaciones". Por razones de seguridad, porque, claro: quienes tenemos dos guerras en el vecindario somos nosotros, no los americanos. Así que, si gana su gran admirado, por razones de seguridad, los partidos de extrema derecha tendrán que apostar por la UE. Creo.

P: Pasemos, señor Méndez, al cuestionario base. ¿Qué es, para usted, un hombre poderoso?
R: Alguien que tiene mucha capacidad de influencia, que puede alterar el curso de los acontecimientos… para bien. Lo otro sería un egoísta perverso.
P: ¿El poder corrompe o, más bien, se limita a extraer la esencia de cada individuo?
R: Depende de la cultura que tenga cada individuo, del ambiente familiar en el que haya vivido, de los valores que haya compartido… Soy de los que creen que, en el fondo, todos tenemos dentro un hermano gemelo que, aun siendo nosotros buenas personas, puede ser un hijo de puta. No tiene que ser necesariamente así: el ejercicio del poder por parte de Mandela, de Gandhi… Nicolás Salmerón dimitió por negarse a firmar unas sentencias de muerte.
P: ¿El poder coloca?
R: No lo sé, pero creo que huele.
P: ¿Cómo es eso?
R: (Risas) Estuve con la señora Merkel dos veces. Un día me dijeron: "¿A qué huele la señora Merkel?". Y respondí: "A poder".
P: ¿Cree que la resaca de quien se embriaga con el poder es jodida?
R: Sí, pero es peor para la ciudadanía. El principal problema es el sufrimiento que provoca. Por eso, las sociedades democráticas deben tener unos contrapoderes muy fuertes.
P: ¿La prensa es un contrapoder cada vez más débil?
R: Sí. Mira, soy lector de Ryszard Kapuściński. Tengo, prácticamente, todos sus libros. Y dice en uno: "En el principio, la prensa buscaba la verdad; después, intentaba conciliar la verdad con el negocio, y ahora, es sólo negocio". Tengo la cabeza El hombre que mató a Liberty Wallace. Hay un periodista borrachín que está intentando denunciar la situación del malo, y paga las consecuencias por querer defenderle. Creo que eso está pasando.
P: El Gobierno ha puesto el foco en algunos medios y periodistas. ¿Cómo lo ve?
R: Yo no lo veo. Todo esto se produce cuando sale el presidente del Gobierno de los cinco días de reflexión. Me pareció que fue una distorsión de la agenda pública muy preocupante. A mí me preguntaron: "¿Cree que debe dimitir?". Y dije: "No, tiene que convocar elecciones y presentarse". Como todavía no se había producido la aprobación definitiva de la Ley de Amnistía, pedí que la sometiera al escrutinio público, a la soberanía popular. Luego vi que estaba como muy tranquilo. Tezanos le dio nueve puntos de diferencia… Hablando en serio: pensé que iba a salir para reforzar la agenda pública en relación a los fondos estructurales, etcétera. Sin embargo, dislocó la agenda pública. Lo de la "máquina del fango" no lo comparto. Ahora, honestamente, creo que esto no va a llegar a ninguna parte.
P: Y, para acabar, si el poder te mata civilmente, ¿es posible resucitar?
R: Creo que sí. ¿Por qué no? Lo que ocurre es que si el poder te ha matado porque ejercitabas el poder, y al final se comprueba que se ha producido una injusticia, puedes resucitar para la vida civil, pero no te podrías volver a dedicar a la política. Es lo que yo percibo.
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