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Un testigo de los trabajos forzosos en cárceles de Cuba: "Donde hay presos no hace falta grúa"

La dictadura explota a más de 60.000 reclusos, que realizan jornadas de hasta 14 horas para producir puros y carbón que el régimen exporta a Europa.

La dictadura explota a más de 60.000 reclusos, que realizan jornadas de hasta 14 horas para producir puros y carbón que el régimen exporta a Europa.
El disidente cubano salió de la cárcel el pasado verano. | Andy Dunier García Lorenzo

La dictadura cubana ha convertido las cárceles en un negocio millonario. Los internos producen buena parte de los puros y el carbón que la isla caribeña exporta a Europa. Y lo hacen prácticamente sin cobrar y en condiciones deplorables. El régimen comunista ha institucionalizado la realización de trabajos forzosos en las prisiones del país con fines económicos, como documenta Prisoners Defenders en un informe que hizo público el pasado 15 de septiembre.

Según la investigación realizada por la organización española, entre 60.000 y 90.000 presos son explotados en la actualidad en cárceles de Cuba. Realizan jornadas de hasta 14 horas y —en la mayoría de los casos— no reciben remuneración o es muy escasa (menos de 2,5 euros al día). Desde Habanos S.A. —grupo al que pertenece Tabacuba, empresa gestionada por el Gobierno cubano e implicada en la producción de puros con mano de obra reclusa— argumentan que se trata de un programa de formación para los internos.

"El objetivo principal de este plan es brindar capacitación profesional a este grupo de reclusos, facilitando su futura inserción laboral", explica en un comunicado remitido al medio especializado Halfwheel. "La participación en este programa", añade, "implica el aprendizaje de un oficio artesanal en un sector en el que Cuba es referente mundial". "La participación en este programa es voluntaria", insiste. "Y los reclusos reciben incentivos y beneficios penitenciarios".

Una versión edulcorada que nada tiene que ver con la escena que describe el expreso político Andy Dunier García Lorenzo durante la entrevista concedida a Libertad Digital. El disidente cubano, que ha salido recientemente de la cárcel —tras cuatro años de internamiento por participar en las manifestaciones pacíficas del 11 de julio de 2021— y ha pasado por dos de estos supuestos centros de rehabilitación —el Soler y el Yabú— asegura que "mienten".

El fin es económico

"Su objetivo principal es recaudar fondos con mano de obra extremadamente barata, generar dólares a través de la explotación, y —en todo caso— mantener a los reclusos ocupados para que no cometan indisciplinas", asegura. "Andan haciéndose los prósperos, como hacen siempre estos comunistas", exclama. "Pero realmente no les interesa su reinserción, no hay un programa efectivo para lograrlo", añade, "ni se preocupan de que los internos aprendan nada".

Aunque Andy Dunier siempre se ha negado a trabajar para el régimen —algo que han pagado caro tanto él como su familia— ha sido testigo directo de lo que ocurre en estos "campamentos donde los presos están concentrados para que trabajen". "Son los mal llamados centros abiertos", explica. En el Soler no producen puros, pero el modus operandi viene a ser el mismo: largas y mal pagadas jornadas de trabajo. Aquí los presos se encargaban del mantenimiento de cañaverales o trabajaban en la construcción.

En la última etapa en la que él estuvo por allí, "ya no estaban trabajando fuera por la falta de combustible". Cuando los camiones o tractores no salían, los presos "trabajaban, pero dentro del penal". Sin embargo, no se les daba el mísero jornal que se les pagaba por las tareas en el exterior (un puñado de pesos cubanos). Si algún interno se quejaba o hacía un comentario negativo al respecto, "le quitaban un pase o le negaban un pabellón, el encuentro conyugal, o lo trasladan para otra misión para ponerlo incómodo".

En el caso de Andy Dunier —como en el de tantos presos políticos— ha sido objeto de amenazas, hostigamientos, agresiones físicas y semanas de aislamiento desde el principio. Es decir, desde que fue arrestado tras las protestas del 11-J. Ya entonces —nos cuenta— le dijeron: "¿Sabes si existe una intervención lo que te va a pasar? Palito. ¿Sabes lo que es el palito? Pena de muerte". "O sea, que nos iban a fusilar", exclama. No lo fusilaron, pero durante los cuatro años que ha estado en prisión le han sometido a castigos físicos, torturas y casi dos años de aislamiento.

¿Trabajo voluntario?

Las tareas que los presos realizan en los llamados "campamentos de trabajo correccional" de las cárceles de Cuba no sólo son obligatorias sino que las realizan bajo amenazas. Negarse a hacerlas, tiene castigo. No cumplir con la producción mínima, tiene castigo. Pedir un descanso, tiene castigo. Como él explica, aunque no te digan que son obligatorias, "ellos crean las condiciones para que los reclusos sientan la necesidad de hacerlas". Por ejemplo, "es la única forma de recibir una rebaja de su condena".

"A nadie se le ocurre pensar que alguien quiera trabajar voluntariamente desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, como he visto, para ganar menos de cuatro dólares", señala. "El único incentivo es una llamada de 10 minutos de teléfono con su familia o un pabellón (encuentro conyugal)", explica el exrecluso. "Pero si fueran tan buenos, se lo darían a los presos sin que tuvieran que realizar trabajos forzosos". "Otros trabajaban por el temor de que fueran revocados (devueltos a prisión cerrada)".

"Los internos son utilizados para lo que nadie quiere ejercer", añade. "Como le decían los guardias a los presos, burlándose: donde hay presos no hace falta grúa", comenta. "¿Quién va a querer trabajar en el campo para el régimen sin cobrar prácticamente?", se pregunta. "¿Qué civil trabajaría para construir una casa u otras edificaciones para un militar?", insiste. "Es trabajo explotador, se les explota desde por la mañana hasta por la noche".

Aislamiento para los enfermos

Tal es el miedo que los presos tienen a las represalias que trabajan incluso enfermos. Si comunican una dolencia, nos cuenta Andy Dunier, la primera medida es que los mandan a enfermería. Pero una enfermería de las que hay Cuba. O —mejor dicho— de las que hay en las cárceles de Cuba, que es aún peor. "Es una celda donde hay camas de hospital pero nada más", explica. "Una cama decrépita, un colchón decrépito.... Si sabes lo que es una enfermería cubana, imagínate una enfermería de una prisión cubana".

Quedarse en la enfermería termina siendo también un castigo. Los reclusos no pueden más que ver pasar las horas en una de esas celdas, en las que están en situación de aislamiento, durante al menos quince días. "Los internos iban a trabajar enfermos. Es eso de que si tienes fiebre, tienes dolor de cabeza... Bueno, tomo tu mano y dale, al campo a trabajar. Y así decían los guardeses", asegura. "Son de las cosas que hay que ver para creer ese trato inhumano".

En el caso de los presos que no trabajaban porque se niegan a producir para el régimen comunista, la situación era aún peor. "A los que no trabajaban, los reunían. A mí me dejaban hasta el final", comenta el disidente. "Pasaban las hileras (filas) de los reclusos que no fueron a trabajar y a mí me dejaban. Me decían: ‘tú córrerte, tú córrerte’. Y así hasta que me dejaban de último, en el sol, tremenda cantidad de horas. Lo hacían también para humillarme", asevera.

Castigos y torturas

"Recibí castigo físico y lo que llaman tortura", asegura. Andy Dunier recuerda el maltrato continuado que recibió durante una de sus huelgas de hambre. "Me dan golpes y me arrastran", explica, "no solamente en una noche, sino al otro día al amanecer y también en la próxima noche", "fueron dos noches y una mañana, me lo hicieron tres veces".

Entre otras cosas le hicieron una técnica de tortura conocida como "la carretilla". Los guardias esposan al recluso por la espalda y lo obligan a caminar con el torso inclinado hacia adelante y los brazos hacia arriba lo más posible. Muchos se caen y les patean hasta que se levantan. A otros se les dislocan los hombros. Y, en su caso, le pusieron además un colchón encima.

Aun así, el expreso político no quiere poner el acento en lo que ha vivido él. Eso ya lo denunció en su momento y ahora quiere que se sepa lo que pasa en las cárceles de su país, aun a sabiendas de que sufrirá represalias por ello. "Es una obligación moral, hace años que me siento consagrado con la causa: luchar por la libertad de Cuba. Esa es mi vida. Y todo lo que esté en mi mano lo voy a hacer", asevera.

La tabaquería de Guamajal

Dejamos a un lado por tanto aquellos días de infierno y nos centramos en lo que vio de primera mano en estos centros de trabajo forzado y también en la planta de producción de cigarros puros habanos de la Prisión de Guamajal. La tabaquería de la cárcel de Villa Clara se inauguró "a bombo y platillo". "La climatizaron y muchos internos estaban dispuestos a trabajar allí", relata "pero luego no se puso el aire por el problema del combustible".

Las condiciones de trabajo no eran tan ideales como se las prometieron. Los presos tenían que cumplir con una producción mínima diaria. De lo contrario, eran castigados. Si la superaba, eso sí, cobraban un poquito más. Un incentivo para que los internos cumplieran las expectativas de la empresa del régimen comunista. No obstante, nos explica Andy, "la verdad es que la mayoría trabajaba con la esperanza de recibir dos meses de rebaja de la condena". "Los dan por buen comportamiento y dejarse explotar", destaca.

En el caso de nuestro entrevistado, como se negaba a trabajar para la dictadura, se pasó en aislamiento casi los dos últimos años que estuvo en el penal. No obstante, los testimonios que pudo recopilar después iban todos en la misma dirección: "trataban de —como decimos los cubanos— zapar de ahí, sobrevivir". "Pero ellos sabían que eso era una estafa", indica. "El que más cobra ahí es el guardia, que lo último que supe fue que cobraba alrededor de 60.000 y pico de pesos mensualmente (más de 2.100 euros)". Así que los "vigilan" bien.

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