Es algo más que una sospecha, y la razón es muy simple: en el mundo económico las cosas no son como se supondría que deben ser, sino como realmente son. En cualquier decisión económica, si afecta a las personas físicas, su resultado no está ligado a lo que tales personas deberían haber decidido, sino a lo que realmente decidieron.
Es evidente que los aspectos ético-morales, de las conductas de los sujetos económicos, tienen elementos valorativos que los sujetos incorporarán – sin coacción – a sus conductas, pero, repetimos, sin coacción. De hecho, cuando media coacción regulando acciones de los sujetos económicos, dejan de ser aspectos morales para convertirse en derechos/obligaciones positivas.
A partir de ahí, la divergencia entre los derechos/obligaciones y las consecuentes actitudes de los sujetos económicos, no me atrevo a decir que sean excepcionales. En no pocos casos, el problema de cómo decidir se dilucida mediante una ecuación (primaria, simple, pero al fin, un cálculo económico) de los efectos económicos (ventajas y costes) de cumplir o no cumplir el dictamen de lo regulado.
Los ejemplos pueden ser numerosos. ¿Qué ocurriría si el IMV (Ingreso Mínimo Vital) tuviera una cuantía cercana al SMI (Salario Mínimo Interprofesional)? Con suerte, podríamos suponer que nadie pondría objeciones al IMV, para asegurar la subsistencia de los menos favorecidos. Pero ¿quién buscaría empleo en tales condiciones?
Algo semejante puede decirse de la cuantía del SMI. La cuantía de este pretende que todos los trabajadores estén garantizados por ese nivel salarial; y añadiría la Teoría Económica, siempre que el valor de su productividad sea, al menos, el del SMI fijado. De no ser así, solo conseguirá una disminución en la contratación de trabajadores incluidos en esa categoría salarial.
Conceptualmente, el SMI es un nivel salarial para aquellos trabajadores con escasa o ninguna cualificación profesional, y por un periodo breve, pues, como suele ser ordinario, el trabajador obtiene del trabajo una enseñanza para su vida profesional, cada vez más competente y productivo.
De ahí que no parezca lógico que el volumen de trabajadores, perceptores del SMI, crezca sensiblemente a lo largo del tiempo. Es el caso español, cuando en el año 2018 los perceptores del SMI eran el 3,5% de los cotizantes, mientras que en el año 2023, alcanzaron el 7,4% de cotizantes.
¿Qué pasó entre 2018 y 2023? Fueron las consecuencias adversas del SMI, las artífices de un efecto de proletarización de los trabajadores menos cualificados.
Es más, la subida del SMI en 2019, a 900 euros mensuales, frente a los 736 anteriores, evitó la contratación de unos 65.000 puestos, según el informe de la AIReF, a partir de la Muestra Continua de Vidas Laborales (MCVL) de la Seguridad Social.
Análogamente, la misma fuente considera que, en el año 2023, cuando el SMI alcanzó los 1.080 euros, se impidió la generación de otros 85.000 empleos. Es decir, los efectos acumulados de la fijación caprichosa del SMI entre 2019 y 2023, alcanzaron la cifra de 150.000 puestos de trabajo que no llegaron a crearse.
¿Seguiremos en la lucha política entre el deber ser y el ser?

