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De dormir en el suelo al chalé: cómo el capitalismo cambió nuestras viviendas

Hace 300 años, los ricos dormían en casas sin ventanas de vidrio permanentes. Hoy, esas condiciones nos parecerían inaceptables incluso en un camping.

Hace 300 años, los ricos dormían en casas sin ventanas de vidrio permanentes. Hoy, esas condiciones nos parecerían inaceptables incluso en un camping.
Vivienda de dos plantas con piscina | Unsplash/Ярослав Алексеенко

Durante siglos, la humanidad vivió en condiciones que hoy consideraríamos infrahumanas. Casas oscuras, húmedas, con suelos de tierra, sin muebles ni intimidad. Dormir sobre sacos de paja en el suelo era lo normal. Las camas eran objetos de lujo que absorbían buena parte del patrimonio de una familia. La mayoría no tenía una silla propia; los muebles eran escasos, se movían de un lado a otro para adaptarse a múltiples funciones y ni siquiera estaban fijados al espacio. El concepto de hogar como lo entendemos hoy — un lugar cómodo, funcional y privado — no existía.

Judith Flanders describe esta realidad que a menudo se nos olvida en The Making of Home. Sin adornos, la autora muestra que la mayoría de la historia doméstica europea es una historia de miseria y hacinamiento. Hasta bien entrado el siglo XVII, incluso en familias acomodadas, cocinar, comer, dormir y vivir ocurría en la misma habitación. No había habitaciones especializadas. No existía el pasillo como estructura separadora. Los muebles eran móviles porque eran escasos. No existían armarios con cajones, sofás, ni cortinas. Un hogar de clase media tenía, como mucho, una mesa, dos sillas, una cama y un cofre para guardar ropa y comida.

¿Qué cambió todo eso? La respuesta de la historiadora es inequívoca: la clave fue el advenimiento del capitalismo moderno. La Revolución Industrial y la expansión de la economía de mercado trajeron consigo una transformación lenta pero imparable de nuestras condiciones materiales. No solo creció la producción, también mejoró radicalmente la calidad de vida, incluso en dimensiones que hoy damos por sentadas.

Abundancia y vivienda en el siglo XXI

Para entenderlo mejor, demos un salto al siglo XX. Gale Pooley, economista e investigador del proyecto Human Progress que impulsa el Instituto Cato, ha comparado las viviendas estadounidenses de 1972 con las de 2023. Lo que encuentra es revelador:

El hogar medio ha pasado de 1.634 a 2.614 pies cuadrados, un aumento del 60%, y la cantidad de personas por hogar ha caído de 3,06 a 2,51, más espacio para cada uno. El espacio habitable por persona casi se ha duplicado: de 534 a 1.041 pies cuadrados.

En 1971, solo el 36% de los hogares tenía aire acondicionado, hoy, el 99,4%. En 1971, el 59,8% tenía garaje, hoy, el 97,3%. En 1971, solo el 16,3% de los hogares tenía más de dos baños, hoy, el 67%.

A primera vista, parece que la vivienda "cuesta más". Pero cuando ajustamos por tamaño, confort y número de personas, el coste real de la vivienda ha caído más de la mitad en términos de ingreso familiar. Es decir: con el mismo porcentaje de sueldo, hoy accedemos a viviendas más grandes, mejor equipadas y con muchos más servicios.

De la supervivencia al confort

Lo fascinante no es solo el tamaño o el número de baños. Es la idea de que, hace apenas 300 años, incluso los ricos dormían en casas sin ventanas de vidrio permanentes. Las llevaban consigo cuando viajaban. Una cama podía representar el 40% del patrimonio familiar. Y en una familia de clase media, tener tres pares de sábanas era señal de estatus.

Hoy, esas condiciones nos parecerían inaceptables incluso en un camping. ¿Qué ha hecho posible este salto civilizatorio? No fue la magia. Fue el progreso acumulado de siglos de libertad económica, innovación técnica, competencia empresarial, propiedad privada y acumulación de capital. Cada ladrillo de nuestras casas modernas—cada baldosa, cada interruptor, cada ventana con doble acristalamiento—es fruto de millones de decisiones libres en mercados abiertos. La riqueza no cayó del cielo ni fue planificada por burócratas. Surgió desde abajo, como resultado de dejar que la gente cree, intercambie, mejore y reinvierta.

¿Por qué importa recordarlo? Porque demasiadas veces damos por hecho este progreso. Nos fijamos en el precio de las hipotecas, pero no en lo que compramos con ellas. Nos escandalizamos por el metro cuadrado, pero ignoramos que hoy tenemos duchas con termostato, hornos digitales, aislamiento térmico y fibra óptica. Vivimos mejor que los reyes de antaño.

Deirdre McCloskey ha descrito este fenómeno como "El Gran Enriquecimiento" y Judith Flanders lo ha puesto de manifiesto con su estudio sobre los cambios que ha experimentado la ciudadanía en el plano de la vivienda. Los trabajos de Gale Pooley cuantifican esa mejora y respaldan la tesis de McCloskey y Flanders. Así, estas distintas voces coinciden en un punto esencial: la libertad económica ha hecho más por el bienestar humano que cualquier plan estatal o revolución ideológica.

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