L D (EFE) Las confesiones del teniente coronel Enrique Bruno Laborde, que publica este miércoles el diario bonaerense Página 12, son las primeras que hace un miembro del Ejército y un militar en activo, caso que ha sorprendido a las autoridades, que lo denunciaron ante la Justicia.
Laborde relató ejecuciones de prisioneros, la desaparición de un bebé y de un joven, entre otros delitos, en un escrito con el que reclamó a la jefatura del Ejército que se revise la decisión de negarle el ascenso al grado de coronel. En este escrito, algunas de cuyas páginas reproduce el periódico en portada, afirmó que participó en esos hechos bajo "legítimas órdenes y directivas superiores" que acató como "prueba de lealtad, obediencia y profesionalismo".
En su relato, Laborde aseguró además que en el Colegio Militar, del que egresó en 1976, había sido instruido para "matar" tanto "a los subversivos" como "también a sus hijos, para que no puedan propagarse". Sostuvo también que cuando necesitó ayuda espiritual un sacerdote le dijo que era "loable" combatir "a los enemigos de Cristo" y que "como soldado de la Iglesia" sería recompensado por Dios.
Las confesiones de Laborde fueron entregadas por el jefe del Ejército, general Roberto Bendini, a la Cámara Federal de Apelaciones de Buenos Aires en momentos en que la Justicia debe resolver sobre la reapertura de antiguos procesos por delitos vinculados a la represión. El relato del oficial sólo involucra en esos delitos a dos antiguos jefes de guarniciones que pasaron a retiro antes de la restauración de la democracia, en 1983. Laborde está detenido en un cuartel de las afueras de Buenos Aires con un arresto de 30 días por no haber contado lo que sabía en 1995, cuando el por entonces jefe del Ejército, general Martín Balza, ordenó a sus subordinados que denunciaran en forma anónima cualquier hecho que sirviera para investigar delitos de represión.
Balza, actual embajador argentino en Colombia, se convirtió en 1995 en el primer jefe militar que repudió las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura (1976-1983), que dejaron por lo menos 18.000 desaparecidos, según cifras oficiales. Laborde confesó que entre 1977 y 1979 participó junto a sus superiores en las ejecuciones de cinco prisioneros de un centro ilegal de detención en la provincia de Córdoba, en el centro del país, en la jurisdicción del III Cuerpo del Ejército.
Relató que uno de los fusilados fue una mujer "que había dado a luz" el día anterior y había sido "condenada a muerte debido a su probado accionar en actos de sabotaje en el desarrollo del campeonato mundial de fútbol" que se disputó en Argentina en 1978 y ganó la selección de este país. "La desesperación, el llanto continuo, el hedor propio de la adrenalina que emana de aquellos que presienten su final, sus gritos desesperados implorando que si realmente éramos cristianos le juráramos que no la íbamos a matar, fue lo más patético, angustiante y triste que sentí en la vida y jamás pude olvidar", dijo acerca del fusilamiento de esa mujer, cuyo nombre se desconoce. "Nunca supe el destino del niño o niña" que había tenido la mujer un día antes de ser fusilada, aseguró.
El oficial señaló que "hasta el día de hoy" no logra olvidar "los gritos desgarradores" de uno de los otros cuatro prisioneros "ejecutados a sangre fría". Sostuvo que estos hechos fueron "verdaderas acciones de combate" contra la guerrilla y activistas de izquierdas, pero ahora "son reconocidas a la luz del Derecho como aberrantes violaciones a los derechos humanos".
