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Nadie en su sano juicio puede dejar de alegrarse porque se detenga a una terrorista que tiene un historial mucho peor que Jack el Destripador, con dieciocho asesinatos, entre ellos el conductor de una grúa y dos policías locales en el pueblecito alicantino de Mutxamel. El dolor sigue marcando a tres familias, a las que Arzalluz nunca ha dado el pésame, como hizo con la Patxi Rementería. Nadie en su sano juicio moral puede dejar de alegrarse de que se detenga a los que preparan las bombas y las pasan para perpetrar masacres como las de Hipercor o la del cuartel de Zaragoza, donde murieron niños (Arzalluz se equivoca cuando dice -¿da ideas?- que cualquier día matan a los hijos, eso ya lo han hecho). Nadie en su sano juicio puede dejar de alegrarse de que se detenga a quien ordena actuar a los terroristas y matar a Manuel Indiano o José María Korta.

Nadie, salvo Xabier Arzalluz. ¿Está en su sano juicio? Es dudoso. Quien no se alegra de que se detenga a patentes asesinos es que quizás encuentra positivos sus asesinatos. Arzalluz responde como si necesitara a Eta, mucho más próximo a Iñaki de Rentería que a Jaime Mayor Oreja. ¿Es que los matones de Eta son de “los nuestros” para el PNV? ¿Es que el poder nacionalista se basa no en la doctrina sino en la existencia de una elevada dosis de violencia y amedrantamiento para impedir la rebelión de los demócratas y mantener una situación de tiranía especialmente en algunas zonas rurales? Hace tiempo que los chistes de Arzalluz son macabros. El nacionalismo no sólo es el último reducto de los estúpidos, también lo es de los asesinos.

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