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Las razones para que PSOE y PP presenten mociones de censura contra el gobierno del PNV son tan evidentes como clamorosas. Lo que no es razonable, en términos democráticos, es la pertinaz voluntad de Ibarretxe de permanecer pegado al sillón como una lapa con un gobierno minoritario, que ha dejado jirones de legitimidad para liderar la sociedad vasca. El pacto de Lizarra, formado por los tres partidos que sostenían a Ibarretxe (y aún puede decirse que HB lo mantiene con su ausencia) fue técnicamente un golpe de estado desde arriba, por el que se cuestionaba muy seriamente la legalidad -razón legal- y por ende la legitimidad -razón moral- en la que se sostiene el gobierno vasco.

Fracasado ese intento, abandonado a su suerte por sus socios etarras, Ibarretxe es la Juana la loca nacionalista llevando el cadáver de Estella a sus hombros, incapaz de acudir a una manifestación en defensa del Estatuto. La única razón para aferrarse a un poder que se deteriora a pasos agigantados es que el nacionalismo teme perder el poder. Tiene indicios para ello, porque es patente su fracaso tanto como la rebelión social. Y fuera del poder, teme por su supervivencia.

El nacionalismo es muy caro de mantener. Parasita en el presupuesto y, entre otros fundamentalismos, practica el del pesebre en dimensiones superlativas. Baste un ejemplo: los cargos intermedios de la ertzaintza no son policiales sino políticos, el jefe de seguridad ciudadana no es un “comisario” sino un político. Las innumerables siglas dedicadas contraculturalmente a la construcción nacional parasitan en los fondos públicos. El entramado mediático del nacionalismo es en unos casos público y en los otros parapúblico, porque los periódicos del partido son proyecciones de las cajas de ahorros, controladas políticamente. El PNV es un PRI con prejuicios étnicos. Ibarretxe no convoca por aquello de que más cornás da el hambre.

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