Alberto Ruiz Gallardón tiene demostrada habilidad para inquietar a propios y extraños, aunque a menudo le falta recorrido y termina enfadando a unos y a otros. Su propuesta de privatizar Telemadrid ha conseguido ya la primerta parte de ese habitual proceso. Sería conveniente conseguir, al menos esta vez, que el malestar no termine también siendo general.
Inquieta Gallardón a los defensores de los medios de comunicación públicos e inquieta a su propio partido. Lo hace, naturalmente, cuando ya ha anunciado que abandonará la política al término de esta legislatura, es decir, cuando ya no necesita el medio en el que los contribuyentes han dejado su dinero hasta ahora como en un pozo sin otro fondo que su utilización política.
Bienvenida sea, en todo caso, la privatización que, en el caso de Madrid, resultaba obligada de acuerdo con las promesas electorales del PP antes de llegar al Gobierno de la nación. Bienvenida sea, por tanto, aunque sea como una más de las pequeñas o no tan pequeñas venganzas de Ruiz Gallardón contra su propio partido.
Ruiz Gallardón propone la subasta. El concurso, a pesar de los teóricos rigores legales, tiene siempre un contenido de arbitrariedad contra el que es dificil luchar y por ello ha sido utilizado con tanta profusión en la concesión de licencias en el sector de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. La subasta tiene un sólo criterio, el de la recaudación, y elimina algunas de las posibles triquiñuelas en las concesiones y privatizaciones.
Pero no deja de presentar problemas y acentuar el carácter inquietante de esta propuesta. La subasta de Telemadrid debe aumentar la pluralidad y la competencia y, de la misma manera, evitar la acumulación de poder de quienes ya están en el mercado televisivo, muchos de ellos buenos amigos del presidente de esta comunidad autónoma. Habrá que esperar a conocer las condiciones exactas de la privatización para un juicio definitivo, pero más vale, por si acaso, plantear desde ahora las apropiadas cautelas.
Una propuesta inquietante
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