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El problema más grave para el PSOE es interno y enrevesado: la intensificación -desde el comienzo de la transición- de las fuerzas centrifugas que convierten a esa formación en una confederación de partidos -una CEDA de izquierdas- que va desde el ultranacionalismo catalán de Pasqual Maragall al ultranacionalismo español de Rodríguez Ibarra. En esa cuestión, Rodríguez Zapatero chapotea en la orilla sin atreverse a adentrarse para evitar ser arrastrado por las corrientes profundas.

La metáfora viene al caso porque Zapatero tiene que lidiar con el toro del agua, del Plan Hidrológico Nacional, del trasvase del Ebro y del efecto perverso que se perfila en un enfrentamiento interautonómico de Aragón frente a la Comunidad Valenciana y Murcia. Lo que podría ser una negociación de contrapartidas y equilibrios, va por la senda del numantinismo, con indicios de que Eduardo Zaplana y Ramón Luis Valcárcel conversan para organizar una contramanifestación. La decidida apuesta de Zapatero por Marcelino Iglesias y su nacionalismo acuático está dejando al socialismo valenciano fuera de juego, justo cuando empieza una nueva etapa, tras el penoso pasado inmediato.

El PSPV (o sea, del país valenciano, en lejano homenaje a los “países catalanes”) se enrosca en lo del consenso como subterfugio, cuando sus homónimos aragoneses quieren premisas muy precisas y ni una gota de agua menos. En la Comunidad Valenciana y Murcia se cruzan apuestas sobre si los socialistas de ambas comunidades serán capaces de votar contra el Plan Hidrológico Nacional y no faltan las voces que temen un suicidio político para contentar a un socialismo gobernante en alianza con un nacionalismo en decadencia. El Plan Hidrológico Nacional puede ser una riada para Zapatero.

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