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¿Qué ha sucedido para que el PNV necesite mostrar su repulsa hacia Eta? ¿Es que ha habido algún asesinato después de la ruptura de la tregua? Sí, pero ninguno de ellos, desde Pedro Antonio Blanco a Antonio Muñoz Cariñanos, pasando por Manuel Indiano, han motivado la salida a la calle de Ibarretxe y los batzokis, salvo cuando convirtieron la manifestación contra el asesinato de Fernando Buesa en una exaltación del lehendakari -“ari, ari, ari (sic), Ibarretxe, lehendakari”- de menor fuste que ha alumbrado el nacionalismo arzallista. Ninguno de los asesinatos ha movido al PNV a romper con Estella/Lizarra y aún están frescas las declaraciones de Arzalluz reclamando la “unidad de acción” con Hb.

¿Qué justificación tiene, pues, la manifestación? El hecho relevante y justificatorio no es otro que el abandono por HB del Parlamento vasco y la consiguiente patética minoría del PNV y su lehendakari puesta de manifiesto en las mociones de censura. Añádase a esta unilateral ruptura de la unidad de acción por parte de los verdugos, el impacto de la manifestación constitucionalista de la plataforma Basta ya en San Sebastián. Así que el PNV no llora por las víctimas, sino que tiembla por el poder en entredicho, por la pérdida de la calle y por la evidencia de que cualquier demócrata convocaría elecciones para abrir paso a un gobierno con legitimidad y apoyos suficientes. El PNV necesita romper la unidad de los demócratas -no patrimonio de los partidos, sino de los ciudadanos, porque fue consenso plebiscitario en las manifestaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco-, intentar reestablecer un pacto de gobierno con los maketos socialistas y exorcizar el terrible riesgo de elecciones anticipadas. Por ahora -Euskal-Herria puede esperar- es clave llegar a fin de mes.

La imagen de Juan José Ibarretxe y Nicolás Redondo Terreros de la mano en esta manipulación del dolor en aras del pesebre es una impostura moral, casi duele, si no fuera porque el socialismo ha sido el mamporrero tradicional del PNV, la fuerza cipaya que ha permitido y respaldado las políticas culturales y educativas que han generado esta nueva generación de psicópatas etarras. Es improbable que los compañeros de Fernando Buesa (una víctima que Javier Balza intentó endosar a Jaime Mayor Oreja y no a los etarras, y fue asesinado tras denunciar la inhibición ordenada de la Ertzaintza para desproteger a cargos y militantes socialistas) entren ahora en el gobierno con el PNV. Sería el suicidio del socialismo vasco y de lo poco que queda de nacional y español en el PSOE.

Pero la escenificación de la comedia bufa, con trasfondo de tragedia ajena, no ha sido otra cosa que un grito desesperado del PNV con el acompañamiento socialista para alejar las elecciones anticipadas y mantenerse en el poder con la excusa de Eta. Una manipulación añadida a las víctimas. Una indignidad sin paliativos. La Asociación de Víctimas del Terrorismo y el Foro de Ermua lo vieron con claridad meridiana. El PSOE, no. Los líderes del socialismo vasco han vuelto a ocupar el papel cipayo al que están acostumbrados. El liberalismo -convendría que el último converso al género, casi nonato, Rodríguez Zapatero supiera el abc de la doctrina- es antes que nada defensa de la libertad personal, de esa libertad -también económica, pero indivisible- que nos permite ser hombres. El socialismo vasco nos ha vuelto a decir que nacionalismo y violencia van en paralelo. Ha negado la evidencia de que las dos líneas se unen en Lizarra/Estella y la construcción nacional. Hubo algo de estomagante en la manifestación pragmática y dulzona.

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