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El asesinato del policía nacional Francisco Sanz Morales es obra del Grapo. Armamento, munición y ese detalle entre macabro y cutre de robar la pistola del asesinado ejemplifica al nivel máximo el terrorismo en lo que entraña de psicopatía y el nulo mérito o dificultad que entraña matar a una persona.

Son nulas las posibilidades de que triunfe la dictadura marxista-leninista propugnada por el Grapo, con el Gulag consiguiente. Sociológicamente, son unos poquísimos descentrados, huérfanos de una ideología muerta. No representan el más mínimo riesgo en términos políticos, pero que en vez de reorganizar sus vidas se dedican a matar. Encuentran en el asesinato el sentido de su existencia y deleite. A este sinsentido máximo, sin paliativo alguno, se ha sacrificado la vida de un hombre y se ha llenado de dolor a una familia.

Por cierto, el Grapo volvió a la senda del asesinato a raíz de la salida de la cárcel, por cumplimiento de condena, de su líder máximo, “reinsertado” a la violencia. Este grupúsculo y la excrecencia “anarquista” que ha podido costar la vida a varios periodistas no existirían sin Eta, a la que imitan.