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El problema no es que haya un submarino nuclear en reparación en Gibraltar. Esa es una parte. El problema es que Gibraltar es una colonia. Cuando la descolonización es un proceso del pasado. Además es entre dos países aliados y amigos. La cuestión no es que Tony Blair y José María Aznar sean amigos y todo el asunto del submarino haya tenido hasta el momento cierto tono rocambolesco de oscurantismo -agravado con esta nueva función de la OID como exégeta del presidente-, con la lógica psicosis de las poblaciones vecinas. Estas creen que el Gobierno español puede hacer algo, pero es obvio que puede hacer poco en territorio de soberanía británica, salvo protestar, lo que hasta el momento no se ha hecho.

Y es aún más obvio que el Gobierno español no tiene -por mucha amistad personal que haya- por qué defender los intereses británicos, sino responder a las aspiraciones de la opinión pública española. Es decir, lo grave es que el submarino nuclear es una forma invertida de la vieja política de la cañonera, por la que se traslada a las colonias aquellos asuntos que resultarían polémicos en la metrópoli. Quizás el Gobierno español no ha entendido que es el colonialismo lo insportable de la situación.