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Enrique Coperías

Demasiada tisis

Coincidiendo con la aparición del Sida, el agente causante de la tuberculosis, la bacteria Mycobacterium tuberculosis, se ha hecho fuerte. En los países desarrollados se tenía la falsa ilusión que esta vieja infección, doblegada por la aparición de potentes antibióticos y las mejoras sanitarias, era un mal confinado en los países pobres, donde las precarias condiciones higiénicas y sanitarias hacían las veces de caldo de cultivo de la Mycobacterium. Nada más lejos de la realidad. Hoy, el bacilo tísico resurge de sus cenizas con una virulencia inusitada y con una habilidad pasmosa para eludir la acción del arsenal antimicrobiano. Las autoridades sanitarias han alertado de que más del 3 por 100 de los nuevos casos de tuberculosis no responden a la medicación, y la Organización Mundial de la Salud cifra en más de 50 millones las personas en todo el mundo que están infectadas con superbacilos resistentes a varios antibióticos.

Nuestros pulmones están amenazados. En pleno siglo XXI, la Mycobacterium ha hecho las maletas y se ha trasladado a las grandes urbes, a veces de mano de los inmigrantes, para atacar a los inmunodeprimidos y las gentes marginadas que malviven en los suburbios. Pero no hay que engañarse, nadie está a salvo de ser alcanzando por sus tentáculos. La prueba está en que unos 10.000 españoles contraen la tuberculosis cada año y, a pesar de que se ha producido un ligero descenso de la enfermedad en los últimos años, esta cifra convierte a España en el segundo país más afectado de la Unión Europea, después de Portugal. Los expertos aseguran que este fatal récord está en consonancia con el también elevado número de casos de Sida que hay en nuestro país, así como por la gran cantidad de drogadictos intravenosos que comparten jeringuillas. No hay que olvidar que el bacilo de la tuberculosis aprovecha el deterioro inmunológico de los pacientes con Sida para proliferar a sus anchas. El otro gran aliado de la tisis es, sin lugar a dudas, las mencionadas resistencias bacterianas, o sea, la capacidad natural que tienen las bacterias para burlar la acción de los antibióticos. Esta facultad es potenciada por el uso y abuso de los fármacos antimicrobianos y, en especial, por el incumplimiento del tratamiento por parte de los pacientes.

Las medidas tomadas por nuestras autoridades sanitarias para prevenir y atajar la tuberculosis parecen que no se muestran lo suficientemente eficaces como cabría esperar. No es de recibo que un país como España, que destina casi mil de millones a la prevención del Sida y la tuberculosis –quizás una cifra insuficiente o mal gestionada– ocupe un puesto de honor en la lista negra. Ciertamente, algo está fallando, y es deber de nuestras autoridades sanitarias tomar sin dilación las medidas oportunas para que nuestros pulmones estén a salvo del bacilo de la tuberculosis. De lo contrario, el bacilo se hará cada vez más fuerte y su control más costoso.

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