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La escena de los policías autónomos sacando en helicóptero a Román Sudupe del monte Aizkorri ejemplifica el nivel de deterioro real existente entre el PNV y la banda terrorista, y la pugna interna por asumir el liderazgo del nacionalismo. En sentido estricto, al margen de las disquisiciones de la corriente Aralar, lo que ha desaparecido del mapa ha sido Eh como discurso autónomo, porque ha sido asumido por el PNV. Es decir, ha habido un corrimiento dentro del nacionalismo hacia la radicalización.

Si dejamos al margen, que todo puede ser en un mundo tan hipócrita, la opción maquiavélica de que Sudupe fuera “salvado” para mostrarse como víctimas virtuales de Eta, el temor de la consejería de Interior del gobierno vasco a la existencia de atentados contra dirigentes del PNV muestra hasta qué punto se ha distanciado el pensamiento de la práctica en el nacionalismo. Y hasta qué extremo la posibilidad de una repetición de un gobierno frentista con Eh no sólo es indeseable sino probablemente imposible, por lo que, en términos de opciones reales, de concentración de voto, de gobierno viable, parece más lógico que el electorado dé la opción al cambio de los constitucionalistas.

El terrorismo, como instrumento violento del nacionalismo, no tiene límites en el número de víctimas porque vive bajo una pulsión depuradora de instinto genocida. Por eso el diagnóstico más apropiado de la realidad no es la esquizofrenia peneuvista, sino la convicción de que se trata de una lucha contra el fascismo, algo que ni Haro Tecglen, ni mucho menos el divulgador Javier Tusell, son capaces de comprender.

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