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Alberto Míguez

Empieza el deshielo

Chinos y americanos están condenados a entenderse y el incidente del avión-espía camina hacia un final relativamente feliz, aunque pueda tardar todavía algunos días o semanas en resolverse.

El presidente norteamericano lamentó hace unas horas la muerte del piloto chino cuyo caza chocó con el avión norteamericano. Es el segundo pésame oficial que, obviamente, tiene por objeto tranquilizar a los indignados militares chinos y a los no menos indignados dirigentes comunistas. Las formas se han respetado y ahora unos y otros deben pasar a la fase siguiente.

Sea cual sea la responsabilidad de los pilotos y tripulantes del avión P3 Orión, hoy en poder de los chinos por esta chapuza impresentable, todo indica que en Washington y en Pekín quieren pasar página aunque obviamente el incidente deje huellas en unas relaciones bastante deterioradas desde el bombardeo de la embajada china en Belgrado, otra chapuza incomprensible e injustificable.

Tras el doble o triple pésame americano, los diplomáticos de ambos países buscan una fórmula de aliño, más retórica que otra cosa, para que la Administración norteamericana se disculpe con la boca pequeña pero sin reconocer que el avión volaba en el espacio aéreo chino, algo que, por cierto, no está tampoco tan claro como pretenden en Pekín.

Después de la disculpa “pro-forma” se ajustará la indemnización por la muerte del piloto, se repararán las averías del Orión y la tripulación abandonará territorio chino en otro aparato. Toda la utillería de inteligencia habrá sido pasada al peino fino previamente por los especialistas chinos, que están encantados con este regalo inesperado del Pentágono y la CIA, aunque se asegura que una parte importante fue destrozada mientras el aparato aterrizaba. En este tipo de asuntos, quien no se contenta es porque no quiere.

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