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El fracaso de la huelga política, al estilo revolucionario de Sorel, de los proetarras es el efecto de la pérdida del miedo de los ciudadanos –de lo que cabe esperar lo mejor posible en las urnas– y del efectivo despliegue policial de la Ertzaintza que ha dado seguridad a comerciantes y trabajadores. La lección es clara: la violencia sólo es posible en una situación de vacío de poder o de inhibición por obediencia debida de las fuerzas policiales.

Durante la legislatura, Arzalluz e Ibarretxe ordenaron que los policías autónomos dejaran hacer a los violentos contra los constitucionalistas, para establecer o coadyuvar a establecer la imagen de que no existe “solución policial” para el País Vasco, pues el “conflicto” no tenía otra salida que el “diálogo” en términos de concesión con horizonte de genocidio de los constitucionalistas. Un proceso inductivo de intensificar el conflicto. En la medida en que se aproximan las elecciones, esa inhibición es insostenible porque si algo le va a hacer perder el poder al PNV va a ser su fracaso en el orden público.

Los piquetes batasunos han sido acompañados por policías autónomos, con lo que han perdido su condición coactiva y vandálica. Resultado: sólo ha habido alguna incidencia en los pocos municipios gobernados por Eh. Conclusión: la solución policial no sólo es posible, sino que no lo ha sido hasta ahora por la voluntad política en su contra del PNV, que se ha dedicado a dejar sin protección a los contribuyentes no nacionalistas haciendo la vista gorda frente a los delincuentes.

De hecho, la romántica idea de que han de ser los ciudadanos los que con su heroica movilización han de tomar la calle, siendo meritoria y elogiable, pertenece al mundo moral de las rebeliones contra las tiranías, contra Pinochet o Milosevic, mientras en las democracias han de ser los policías –que para eso cobran– los que han de mantener despejadas las calles de violentos y asesinos para que de esa simple forma los ciudadanos puedan ejercer sus derechos y libertades. Si hasta el momento, la primera tesis de la movilización heroica parece razonable es porque hay alguna dosis de tiranía en el ejercicio del poder nacionalista. Una policía en la calle, cumpliendo su deber, es el mejor antídoto contra la violencia.

La huelga general era una preparación práctica para el intento de reventar las urnas que ha decidido Eta. El fracaso del operativo es una magnífica noticia y un espléndido precedente. El simulacro ha dejado claro que la solución policial es bien sencilla. La Ertzaintza es capaz de mantener el orden si no la dan órdenes de mirar hacia otra parte.

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