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Federico Jiménez Losantos

Entre el terrorismo y la concentración

Los peligros que padece la libertad de expresión en España son bastantes, pero sólo dos revisten la máxima gravedad. El primero es el del terrorismo nacionalista que se dedica a calumniar, amedrentar y, si puede, a asesinar a los periodistas que hacen frente a sus costumbres criminosas y a sus proyectos genocidas. Ese peligro está perfectamente delimitado y apunta directamente contra los profesionales de la información, pero no sólo contra los que informan sino muy especialmente contra los periodistas que tienen opinión, aquellos que ejercen el derecho más sagrado de la ciudadanía, además de comparecer a diario ante el tribunal incruento pero implacable del kiosko, el micrófono o la cámara de televisión, todos ellos sometidos a índices de lectura, audiencia y visión.

No hace falta encarecer el mérito de profesionales como José Luis López de Lacalle, cuyo asesinato precisamente el día de la Libertad de Prensa recordamos y recordaremos siempre. No olvidaremos nunca que todos los nacionalistas, "moderados" , junto a los pistoleros, se han negado a rendirle tributo en Andoaín. No extraña, porque son los mismos que votaron a Josu Ternera para la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco, pero sorprende que aún así los miserables que escoltan al mambrú delator del PNV sigan en su campaña contra la posibilidad de que estos enemigos de la libertad tengan ocasión de ir al paro. Los que defienden que Ibarreche siga en el Poder están defendiendo que lo de López de Lacalle se repita. El crimen y el agravio.

Pero el segundo peligro, que también cabe recordar con otro aniversario, el de Antonio Herrero, es el de las concentraciones empresariales patrocinadas por el Gobierno mediante las concesiones de radio y TV. Continúa el despilfarro, la manipulación y la doble financiación de los entes televisivos dizque públicos. Pero sobre todo continúa la política de concentrar para diluir, de comprar para dispersar o aniquilar. Del periodismo agresivo y de trinchera que permitió acabar con el felipismo, no queda prácticamente nada. Mérito de Aznar, que ha conseguido más con el "fuego amigo" que González con el fuego graneado.

Pero sí queda algo: las ansias de libertad. Con la pistola delante o con el cheque detrás, el deseo de opinar libremente sobre lo que pasa y nos pasa, no hace sino acrecentarse en las dificultades. Ladran, matan, compran, amordazan... luego cabalgamos.

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