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Luis Aguilar León

La revolución en formol

Hace años, antes de que la técnica eliminara el método, visitar una escuela de medicina permitía ver en ciertos sombríos anaqueles una serie de frascos amarillentos en cuyo interior yacían fetos infantiles preservados en formol. Allí, torcidos, retorcidos, corvados, con la extraña expresión de los cadáveres, los pequeños cuerpos congelaban de horror el recuerdo de las alegrías infantiles. Frente a ese mundo de flotantes momias, ¡quién podía evocar la placentera emoción que traen los niños! El formol sólo preservaba un vacío rodeado de muerte.

Al cabo de 42 años, la “revolución” castrista es una revolución en formol. Es una revolución paralizada, donde los gestos son vacíos, las palabras hojas secas que se desprenden del mismo tronco y donde las iniciativas están en el cementerio. Ante banderitas infantiles agitadas para hacer vigente el odio, escuchando el eco de fosilizados gritos contra el imperialismo, oyendo los vulgarísimos insultos a líderes mundiales que han mencionado la necesidad de reformas democráticas, qué difícil resulta recordar la inicial aurora de la revolución.

Frente a la ausencia de iniciativas que le permitan al pueblo cubano creer en la posibilidad de romper el estancamiento que le asfixia, frente a la ahogada repetición de las viejas consignas, ¡cómo se tornan en secas las imágenes del mundo mejor que se prometía todos los días!

Hace poco, Raúl Castro, el permanente vocero de túneles y sombras, intentó galvanizar a las inertes masas de trabajadores cubanos, cuyas casas se derrumban y sus salarios apenas si humedecen sus manos, con una mentira y una amenaza. Resulta que ya los trabajadores no quieren defender a la revolución del proletariado. Y Raúl les advierte que la mayor amenaza que se cierne sobre los trabajadores es que pierdan el poder. Y repitió que si el proletariado pierde el poder perderá toda esperanza de recobrarlo.

Raúl se apoya en una falsedad. La clase obrera jamás alcanzó el poder en Cuba. Todavía peor. Jamás los trabajadores cubanos han sido tan exprimidos como durante esta “revolución socialista”, donde no sólo se les paga mal y se les pega bien, sino que no pueden tener voces que los defiendan ni organizaciones que puedan reclamar y defender sus derechos. Los trabajadores en Cuba son la alfombra exhausta que pisotean a diario los poderosos del régimen.

Esa tragedia marxista, esa traición al proletariado, ocurrió en todos los países socialistas. Desde que se derrumbó el monstruo soviético y se pudo hacer la disección de sus entrañas, fue posible comprobar que durante más de siete décadas la clase obrera rusa había sido progresivamente aislada y explotada por la dura burocracia del partido comunista. En su libro, “The Soviet Tragedy”, Martin Malia demuestra cómo, aun durante la época de intentar esfuerzos “reformistas”, en la Unión Soviética, 1965-1985, cuando se intentaba estimular a los obreros con posibles mejorías, una conspiración burocrática siempre conseguía paralizar los planes de progreso y reducir la productividad de los desalentados obreros. Como hace hoy el gobierno cubano, en la Unión Soviética de entonces se exageraban en tal forma las cifras de producción que a veces los propios burócratas se las creían.

En Cuba ocurrió algo parecido. Al triunfar la revolución, la mayor parte de los obreros eran o se unieron al Movimiento 26 de Julio, y demostraron su repudio a los líderes comunistas que habían cooperado con Batista. Sólo la intervención personal de Fidel Castro, quien martilló el argumento de que la unión del proletariado era esencial a la revolución y que ser anticomunista era ser “contrarrevolucionario”, forzó a los líderes obreros a aceptar la presencia de los comunistas y a someterse a la creciente presión de Castro.

Desde entonces, el movimiento laboral cubano ha sido controlado por el régimen y a los trabajadores se les ha impuesto la mayor cantidad de sacrificios. De ahí la monstruosa mentira de Raúl Castro. A pesar de toda la propaganda, el proletariado cubano no sólo no llegó al poder, sino que perdió muchos de los derechos que tenía bajo el capitalismo. Por eso la mentira de Raúl Castro es parte del formol que preserva la revolución. Porque es el régimen el que está amenazado de perder su totalitario poder. Y si los trabajadores afirman mejor sus pasos, ese régimen opresor se derrumbará. Es bien sabido que en esa lucha los vapuleados proletarios no tienen nada que perder. Sólo sus cadenas.

Hay un aspecto de esa “formolizada” revolución que merece que se le preste atención. Y es la creciente belicosidad del régimen castrista. Porque no se trata sólo de esa vulgaridad de insultar a toda persona o nación que haya hablado de la necesidad de reformas democráticas en Cuba, sino de ese continuo mencionar el armamento y los túneles del ejército cubano, del latente heroísmo de todos los cubanos y de los criminales planes de agresión contra Cuba de Washington y de Miami. Es posible que todo esto no sea más que fanfarronería para distraer la atención del pueblo cubano y del mundo. Pero pudiera haber algo más.

© AIPE

El historiador y periodista cubano Luis Aguilar León escribe desde Miami.

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