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Alberto Míguez

Peregrinaje incesante y, tal vez, inútil

El número de veces que Javier Solana viajó en los últimos meses a Oriente Medio supera ya la decena. Cada vez que la situación se agrava, Mr. Pesc hace la maleta y recorre las capitales de la región pidiendo ayuda para que la violencia concluya y los dos contendientes se sienten a dialogar.

Vana ilusión, esfuerzo inútil, porque ni Arafat está dispuesto a evitar que se produzcan atentados y terminar con la “intifada 2” (tal vez no puede o tal vez no quiera: varían las opiniones) ni Sharon aceptaría renunciar a responder con nuevas represalias a la muerte de un ciudadano israelí, sea militar o civil.

La situación, pues, esta “encapsulada”. Y las posibilidades de que se genere a partir de las actuales circunstancias un proceso de diálogo, concertación y alto el fuego seguido de medidas de confianza son, hoy por hoy, muy limitadas. Claro que la responsabilidad de uno y otra campo es diferente. Mientras Arafat jura y perjura que hace todo lo posible para evitar el terrorismo de su gente, acusa inmediatamente a Israel de “agresor”. Además de un problema político estamos ante una querella moral.

Los palestinos han llamado en múltiples ocasiones a la puerta de la Unión Europea pidiendo que asuma cierto protagonismo en el proceso de paz. Los israelíes, nunca. Prefieren un interlocutor único, que es también su único protector y verdadero aliado: Estados Unidos.

En múltiples ocasiones se ha reprochado a Europa que se olvidara de sus intereses en Oriente Medio y no interviniese dilplomáticamente para evitar la sangría. Claro que estos reproches se hacen siempre desde las capitales árabes o desde los cuarteles de la autoridad nacional palestina en Gaza. Los israelíes creen que o los europeos no tienen nada que pintar allí (la costumbre de la ausencia termina generando indiferencia) o si quisieran hacerlo carecen de fuerza suficiente y voluntad política. Por lo demás, tampoco hasta ahora han sido capaces de aportar mucho al proceso de paz.

Así están las cosas. Solana sabe que esta gira por Egipto, Jordania, Gaza, Israel y Siria puede dar frutos menguados o simplemente ser otra tentativa vana. Pero tiene la obligación y, seguramente también, la convicción de repetirla. Que no se diga que hubo posibilidad de hacer algo y no se hizo. Mientras las dos partes no cedan, la armas seguirán en alto y los F-16 en el cielo. La esperanza es menguada aunque sea lo último que se pierda.

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