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La conspiración, 1 y
La conspiración, 2

La vieja parábola del lobo y el pastor cabe ser aducida para denunciar la existencia –ahora sí– de una conspiración. No las hubo con anterioridad, pues no cabe interpretar como tal la limpia confluencia de criterios comunes en un objetivo democrático. Pero la conspiración en marcha trata de romper la Constitución y desmembrar España sin parar en mientes en el efecto dominó que establece el contenido imperialista que entrañan los programas máximos de nuestros nacionalismos periféricos: Navarra, amén de departamentos franceses, en el caso vasco; Comunidad Valenciana y Baleares en el catalán, sin olvidar la existencia de un nacionalismo gallego, y otros, menos virulentos, aragoneses y mallorquines.

La primera norma de todo análisis en política es que nada se produce por casualidad, como por arte de birlibirloque, sino que los sucesos se concatenan en líneas de acción-reacción y causa-efecto. No es, por tanto, casualidad que en plenas vísperas electorales, en medio de acusaciones de Arzalluz contra la “Brunete mediática”, se haya producido un pacto por el que el grupo Prisa pase a gestionar la publicidad de Euzkaltelebista y Deia. No es el primer negocio que tal grupo hace con el gobierno vasco y el PNV, puesto que la Editorial Santillana –auténtico portaaviones y buque insignia– es el principal proveedor de libros de texto del sistema educativo vasco. En ese sentido, el grupo Prisa no es una empresa “española” sino una multinacional, cuyo negocio puede sustentarse en cualesquiera de los escenarios posibles.

Las consecuencias de ese pacto han sido ya manifiestas. Durante el último tramo electoral, se dio especial cobertura al nacionalismo. Juan Luis Cebrián fue el pionero agresor a los movimientos ciudadanos pidiendo la desmovilización de los intelectuales, adelantándose en la forma y en el fondo a Arzalluz y Anasagasti.

Junto con Jesús de Polanco y Xabier Arzalluz, la tercera pata de la conspiración es Felipe González. El nexo de unión de los tres es el odio a José María Aznar. Más fuerte el resentimiento en González que el mínimo de responsabilidad nacional exigible a un expresidente del Gobierno o mejor una España rota que popular. Aquello de ya dije que con Aznar esto sería un desastre.

La confluencia de las tres influencias tiene un objetivo ya conseguido: domeñar al partido socialista, resquebrajar sus últimos resortes nacionales (la España de las autonomías es una España federal y los nacionalistas no son federalistas, son independentistas) y poner en entredicho, aquí y ahora, el último dique para la convivencia plural: la Constitución. Es evidente hasta qué punto José Luis Rodríguez Zapatero se ha doblegado a esa estrategia. Considerar a Zapatero un líder es un voluntarismo similar a considerar que Ibarretxe puede desarrollar un discurso autónomo lejos de la tutela de Sabin Etxea. Cuando Zapatero dice que la Constitución no es un dogma está diciendo que no lo es España, que no lo es su unidad, que pare el acceso al poder está dispuesto a los pactos contra natura, en sentido pleno, que ya se han experimentado en las diversas autonomías donde el PSOE es una confederación de partidos, una CEDA de izquierdas.

La conspiración precisa una tregua de Eta, que dispare el síndrome de Estocolmo, y sobre todo desalojar al PP de La Moncloa con un gobierno minoritario del PSOE sostenido por los partidos nacionalistas para conseguir la independencia. Con eso Xabier Arzalluz pasaría a la historia, no como el mediocre intoxicador sino como el padre de la patria; Jesús de Polanco lavaría sus complejos de culpa franquistas sin dejar de aumentar sus dividendos y el encanecido Felipe González podría, en su mezquindad, comerse el plato todavía demasiado caliente de su venganza junto con sus “amigos nacionalistas”.

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