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Los que sospechamos que Aznar está tendiendo la alfombra roja a un Zapatero sin proyecto nacional vemos acrecentada tal inquietud a la vista del discurso átono y monocorde del presidente del Gobierno, dentro de un reformismo tedioso o, mejor, de un conservadurismo tibiamente reformista, dentro del sistema, con la vieja fórmula de echar dinero a los problemas, como en el caso de la educación.

Interesante ha sido el anuncio de una rebaja del IRPF, aunque en la materia Aznar se ha dejado tomar la delantera, así como la postura firme contra el terrorismo al margen de coyunturas electorales, y poco más, pues la generalidad de las cuestiones tratadas no superan el nivel del tópico y la retahíla de buenas intenciones.

El tono de estadista asumido por Aznar juega estas malas pasadas. La impresión es un presidente cansado y sin entusiasmo, cuyo proyecto está básicamente agotado. Eso sí, con buena nota, pues los deberes económicos, a pesar de las nubes de desaceleración, están hechos con aplicación, ya que es ahí donde se ha llevado a cabo un proyecto liberal, que no otra cosa es el fundamento de ese concepto inconcreto del centro reformista, al margen del pragmático pactismo lampedusiano, como en Justicia, de cambiar algo para que todo siga igual.

La novedad más destacada es la Ley Presupuestaria con equilibrio cero, lo demás tiene tono de pasteleo bajo el eufemismo políticamente correcto de diálogo.

Aznar precisa replantearse o acelerar los tiempos de su proyecto y llevar a su partido hacia una nueva etapa de renovación, que implique un nuevo impulso, antes de que la deriva siente las bases de una alternativa confusa, en la que ni tan siquiera la idea de España está clara ni como mínima convicción y en donde se presentan proyectos, como el universitario, por la senda reaccionaria del despilfarro de fondos públicos para reforzar el fracasado estatismo.

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