Los productores de aceite de orujo de oliva se han revuelto, airados, contra el Ministerio de Sanidad, que, de repente y sin previo aviso, ha ordenado que se retire del mercado la producción de su producto existente. Dicen que, por lo menos, las cosas no se pueden hacer así. Primero, está por ver la nocividad del producto, y después, hay procedimientos más ortodoxos, comedidos, menos alarmantes.
Naturalmente, el conflicto habrá acabado cuando, como es previsible, desde el Gobierno se determine la subvención que percibirán los industriales afectados. Los problemas, frecuentes, de la cesta de la compra y de la seguridad alimentaria pasan por subvenciones gubernamentales al productor afectado, como no podría ser de otro modo. Las vacas locas, la peste porcina y el orujo de oliva los pagamos los contribuyentes, a veces por varios conceptos. Porque suben de precio los productos alternativos y porque pagamos la pertinente subvención compensadora.

A compensar tocan
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