El nacionalismo se basa en un chantaje mezcla de violencia verbal y física, porque es incapaz de someterse al más mínimo espíritu crítico, fuera del simplista “ellos” y “nosotros”, amigo-enemigo. Utiliza, además, el discurso de una falsa discrepancia, de forma que tras un mensaje radical se ofrece otro, supuestamente tranquilizador, que sólo se diferencia en los tiempos.
El objetivo para esta legislatura es conseguir la independencia a través de un referéndum de ese tópico y falacia que se conoce como autodeterminación. Lo demás es comentario, titular de prensa y marear la perdiz. Tal objetivo representa una subversión del orden constitucional y estatutario, la superación del marco legal, desprotegiendo las vidas y bienes de los constitucionalistas, como ha sido norma en los últimos años para Ibarretxe-Balza.
Ante la sospecha de que los territorios vascos puedan desgajarse del tronco común para ser un estado independiente ninguna lógica tiene mantener las inversiones públicas, con el dinero de todos los contribuyentes españoles, como el AVE Madrid-Bilbao o las inversiones comprometidas en autovías en el debate del estado de la nación. Más lógico es primar la conexión con Europa a través de zonas que de seguro se mantendrán en la unidad nacional y utilizarán esa financiación en beneficio de todos. Cualquier otra medida, como el concierto vasco, debería quedar en suspenso hasta aclarar si el País Vasco sigue formando parte de España o pretende marchar en solitario, en cuyo caso sería preciso reconsiderar la situación de las empresas vascas y, por supuesto, vetar cualquier incorporación a la Unión Europea. Habría que plantearse de inmediato la participación en la Liga española de equipos vascos a la espera de tan necesaria clarificación.
Absurdo es admitir por más tiempo eufemismos y circunloquios, propios de totalitarios que pretenden desarmar nuestro espíritu crítico, del “ámbito vasco de decisión”, pues la autodeterminación ha de ser un principio universal, y por ende debe reclamarse el ámbito navarro de decisión, el alavés y el de cualquier ciudad, barrio o bloque de pisos que mayoritariamente no quiera seguir la senda de la independencia. Es difícil saber si el Gobierno está en un “compás de espera” porque no sabe lo que hará Ibarretxe, en cuyo caso sería el último en enterarse, o porque no sabe qué hacer, lo cual sería aún más preocupante.
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