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Resulta difícil interpretar la frase del portavoz de Zarzuela indicando que la entrevista con Ibarretxe fue de “normalidad institucional”. Cuando Ibarretxe viene de amenazar con un referéndum sobre la independencia en su debate de investidura la “normalidad institucional” está por los suelos y aún por debajo. Ha dicho Ana Botella que el “oficio” de su marido incluye que el País Vasco siga siendo España. No digamos el de Juan Carlos. La existencia de su institución se justifica como encarnación de la unidad nacional. Para la situación no basta con un gesto adusto y el retorno a las vacaciones baleáricas. Si todos nos jugamos mucho, el rey y su familia –incluido Urdangarín– se juegan el puesto. El silencio, en estos momentos, no sólo es irresponsabilidad, también es mantener la expectativa de esa pesadilla medievalista del pacto con la Corona, alentada desde la conspiración polanquista en la que la consigna ahora es situar cualquier agresión a la convivencia como “apuesta por el diálogo”. Para el día 27, según “El País”, está previsto que haya una más de esas apuestas en Bilbao con los firmantes de la Declaración de Barcelona.

Que la cuestión tiene por todos los lados dimensión nacional se ha demostrado de manera trágica en Torrevieja, donde una etarra ha muerto víctima de sus excesos asesinos, en lo que iba a ser el inicio de una campaña contra los intereses turísticos. El conflicto, la violencia, nunca terminarían con la independencia, sino que se dispararían exponencialmente. En el País Vasco, con un proceso de ingeniería social con altas dosis de violencia desde el poder o terrorismo de Estado para acabar con la pluralidad, la real, la concreta, la de los individuos. Contra Navarra. Contra otras zonas reivindicadas en los delirantes mapas del imperialismo nacionalista.

No tiene lógica que el presidente de Nuevas Generaciones defienda con el ejemplo y la palabra, en medio de las amenazas, la convivencia común, la unidad democrática de España, y Zarzuela hable de “normalidad institucional”. El rey tiene más responsabilidad en cuestión tan decisiva. Aquí ni debe ni puede estar por encima del bien y del mal.

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