Es inexacta la idea de que los movimientos totalitarios se generan en situaciones de crisis económica o recesión. Mejor, es incompleta. El totalitarismo surgió como movimiento reaccionario frente al proceso de liberalización de la revolución industrial, con seguridad el salto más importante que ha dado la humanidad, y por cuyos principios aún seguimos en una línea de progreso. El triunfo totalitario se produjo en situaciones traumáticas, más relacionadas con situaciones bélicas –el fracaso ruso en la primera guerra mundial, el rechazo alemán al Tratado de Versalles y la especie de la puñalada por la espalda de los políticos–, pero sus orígenes intelectuales se produjeron en momentos de clara expansión económica, tanto como nostalgia romántica de la Arcadia rural –conservadurismo, similar en parte al ecologismo actual– como por la crítica a los fundamentos del progreso –socialismo utópico y marxismo– con negación de la propiedad privada y denuncia de la ética del tendero, del libre cambio, la generación de riqueza, etc. La ley de la realidad es ésta: cada salto liberalizador provoca un intento reaccionario. No otra cosa es la llamada antiglobalización.
En buena medida esa minoría virulenta es una confluencia residual de esas dos vías totalitarias de crítica a la sociedad abierta, con el añadido, no excesivamente novedoso, de grupos relacionados con las subvenciones de la ineficiente Política Agraria Común europea, interesados en el mantenimiento del statu quo y en el cierre de las fronteras, y de otros de corte cristiano deudos de la teología de la liberación o de demagogias clericales irrespetuosas de las realidades temporales. Son, sobre todo, los huérfanos de Marx, las juventudes de los partidos comunistas residuales y de la extrema izquierda a los que la caída del Muro ha dejado desnortados y con necesidad de inventar un enemigo que les permita vivir la jornada.
No parece que exista un cuerpo doctrinal novedoso. Es todo remedo de viejas concepciones marxianas, de economicismos clericales demagógicos y aun garbanceros, proyección del difuso diálogo Norte-Sur y de la confusa subideología de los no alineados, pues las terminales del magmático engendro antiglobalizador andan por La Habana y Caracas, por el mercantilismo, el populismo y la tiranía empobrecedora.
Tampoco la utilización de la violencia es novedad en sí, pues tal ha sido la práctica habitual de la extremaizquierda, legitimada por sus principios ideológicos de relativismo moral y responsabilidad colectiva. Ni lo es la reacción consiguiente policial, pues el esquema acción-reacción siempre ha servido para retroalimentar a totalitarismos de diversa laña.
Puede ser una novedad el tratamiento exquisito que los medios de comunicación dan a ejercicios de vandalismo en altas dosis, con tomas de ciudades y graves lesiones a los derechos personales empezando por los de propiedad, aunque no sé por qué extraña razón de gregarización y de mimetismo, los periodistas suelen mostrarse condescendientes –por lo menos, en un principio- hacia la violencia. De esa forma, como ha señalado Federico Jiménez Losantos, se muestran imágenes de violencia, pero se entrevista siempre a pacíficos, entrañables y bienintencionados manifestantes.
Una manipulación tan grosera y generalizada (el periodismo en momentos de tensión responde de manera tribal, en la línea de lo expuesto irónicamente por Evelyn Waugh en “Noticia bomba”) se dio en el caso de Elián, el niño balsero. A pesar de los innumerables corresponsales destacados en Miami y de la larga duración de proceso jurídico, no recuerdo un solo reportaje de “testimonio humano” sobre el épico éxodo de los balseros, ni una entrevista con alguno de sus protagonistas. Los periodistas (no sólo los medios) decidieron en su curioso inconsciente colectivo silenciar la realidad de fondo en un proceso de ocultación contrario a la deontología periodística. De la misma manera, ahora no se entrevista ni se informa de esa supuesta minoría que se introduce en la masa beatífica, pero con sus actos de violencia es la que consigue las portadas y la atención informativa. Lo de la minoría violenta es argumento recurrente en el nacionalismo (movimiento reaccionario antiglobalización) respecto al terrorismo. Y hacia el terrorismo es hacia donde está derivando ese movimiento de manera creciente. Luego vendrán las tardías condenas de los pusilánimes de ahora.
La primera conclusión obvia es que el tal movimiento ha sido básicamente alimentado por los medios. Si se hiciera un análisis de forma se vería que por cada información o columna crítica con el movimiento antiglobalización, con los nuevos totalitarios, hay noventa y nueve a favor. Eso sí, todos contra el “pensamiento único”.

Los nuevos totalitarios
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