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El presidente venezolano Hugo César Chávez ha recurrido a su espacio semanal "Aló, Presidente", donde despotrica durante horas contra lo humano y lo divino, para abordar el grave asunto de los atentados contra las iglesias católicas, ataques contra lo divino que parecen demasiado humanos, casi cuadrumanos. Aparte de los cientos de llamadas amenazadoras, de más de una docena de niples (artefactos explosivos caseros) que resultaron reales, dos llegaron a estallar y uno de ellos lo hizo en el confesionario de la iglesia de San Francisco, en pleno centro de Caracas, causando gravísimas lesiones en brazos y piernas a una mujer que en ese momento recibía el sacramento de la Penitencia. Fue el detonante del cierre de templos que ya comentamos aquí. También de las amenazas del Gobierno a los obispos a través de su canal amaestrado Globovisión, que se emite para la Florida.

Pues bien: del mismo modo que en los noticiarios de esa cadena se trasladó la amenaza a los católicos de que la amenaza y la realidad del terrorismo eran el resultado de oponerse al régimen –"ya tienen su pedacito", decía una arpía chavista ente las cámaras– el propio Chávez lo confesó involuntariamente al denunciar a "los mismos que escondieron a Montesinos" como culpables de los atentados contra las iglesias. Por supuesto, sin presentar una sola prueba que lo avalara, porque con tantísimas pistas, su gobierno no ha hecho ni una sola detención de terroristas anticatólicos.

Y es natural. Aunque Chávez dice que los que escondieron a Montesinos fueron policías ligados a Carlos Andrés Pérez –el corrupto presidente amigo de Felipe González–, todo el mundo sabe que el que acogió a la mano derecha de Fujimori, lo ocultó, lo protegió y sólo lo entregó cuando los norteamericanos lo identificaron, fue él. Así que al decir que fueron los mismos policías de CAP los que pusieron las bombas en las iglesias, todos los venezolanos entendieron que de una forma involuntaria confesaba su propia autoría. Ni siquiera Chávez ha escapado a los efectos del confesionario. Pero no tiene dolor de corazón, ni propósito de la enmienda, ni ha dicho los pecados al confesor –aunque se le hayan escapado– ni piensa cumplir la penitencia. O sea, que se queda sin absolución. Y seguirán las bombas.

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