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La ayuda extranjera hace daño

En un reciente artículo en The Economist, Jeffrey Sachs, profesor de Harvard, critica la tacañería del presupuesto de ayuda extranjera de Estados Unidos. Dice que el monto de la ayuda extranjera se ha reducido año tras año, desde el equivalente a 0,8% del PIB al principio de los años 60 al nivel actual de 0,1%. Sachs le pide al Congreso que triplique los fondos de ayuda extranjera.

Esos argumentos los oímos todos los años. Tratan de que los americanos se sientan culpables porque Dinamarca regala, proporcionalmente, diez veces más. Dinamarca lo puede hacer porque no gasta prácticamente nada en defensa, para lo cual cuenta con el gobierno de Estados Unidos.

Pero un argumento más serio es que la ayuda extranjera, lejos de beneficiar a los países receptores, a menudo les hace daño. Tanto es así que algunos países han comenzado a rechazarla.

El concepto mismo de ayuda extranjera presenta varios problemas. Los economistas que al final de la Segunda Guerra organizaron el Banco Mundial y el Plan Marshall la veían como una simple transferencia de capital. Ellos creían que la escasez de capital era la mayor traba para el crecimiento económico, especialmente en las naciones destruidas por la guerra. En Alemania Occidental funcionó bien (Alemania Oriental la rechazó por órdenes de Stalin). Pero Alemania gozaba de una mano de obra calificada y una estructura legal que favorecía la inversión y el comercio.

Cuando el concepto de ayuda extranjera se extendió a las naciones pobres de América Latina, Africa y Asia, la experiencia fue radicalmente diferente. Esos países no contaban con el andamiaje institucional requerido para el crecimiento económico, tales como el respeto a los derechos de propiedad, y la ayuda extranjera sólo benefició y reforzó a los gobernantes a costa del sector privado. También contribuyó a la corrupción, haciendo de un cargo público el más rápido camino a la buena vida. Ese sigue siendo el caso.

Considénse los siguientes ejemplos tomados de un reciente reportaje del diario londinense Daily Telegraph:
– Tan pronto como Malawi (antes llamada Nyasalandia) recibió la ayuda anual de Gran Bretaña por 52 millones de libras esterlinas, lo primero que hizo fue comprar una flotilla de 39 Mercedes Benz para los ministros.
– Con ayuda canadiense se construyó un nuevo aeropuerto internacional en el interior de Kenya. Este es utilizado por un solo avión, el del presidente de la república Arap Moi, quien tiene una finca en esa localidad.
– La ayuda británica estaba destinada a construir viviendas para palestinos pobres, pero fue dedicada a construir apartamentos de lujo para los allegados y amigos de Yasser Arafat.

Aun en los casos en que la ayuda extranjera no es robada, ésta suele hacer más daño que bien.

Préstamos del Banco Mundial destruyeron en Mozambique la industria azucarera y de castañas. Y la ayuda extranjera generalmente se desperdicia, sin producir nada de valor para los habitantes. El mundo en desarrollo está repleto de los escombros de proyectos mal concebidos, tales como las minas de sal de Uganda, financiadas por la Unión Europea. Están en un lugar tan alejado que nadie está dispuesto a vivir allí y nunca se llegó a extraer nada de las minas.

Ahora, algunos receptores de ayuda piden que se suspenda. En febrero, la revista semanal del New York Times publicó una fascinante entrevista a Yousif Kowa, líder de una tribu muy pobre que vive en las montañas Nuba del Sudán, quizá la nación más pobre del mundo. Kowa rechaza la ayuda extranjera porque destruye la confianza en sí misma de su gente. Dice haber visto muchas fincas productivas destruidas por la ayuda alimenticia proveniente del exterior y no quiere que eso le pase a su gente.

En otros casos, la suspensión de la ayuda ha sido una bendición. La revista Atlantic Monthlyinforma de que Mogadishu, Somalia, ha conocido un auge desde que en 1995 le fue cortada la ayuda externa y el gobierno quedó paralizado. Sin la intervención del gobierno local y de los gobiernos extranjeros que aportaban los fondos, los empresarios locales han logrado prosperar.

Me parece que el debate sobre la ayuda externa es muy parecido al de hace unos años sobre la reforma del estado benefactor. Se insistía en que suspender la ayuda social crearía miseria y hambre entre los más necesitados. Por el contrario, obligó a la gente a prepararse, a conseguir empleo y a valerse por sí mismo. A fin de cuentas puede que termine siendo la política más humanitaria de todas.

© AIPE

Bruce Bartlett es economista y académico del National Center for Policy Analysis (NCPA) de los Estados Unidos.

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