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Sólo desde los complejos de culpa que de tanto en tanto atenazan a las sociedades abiertas, y de manera muy clara a la española, puede entenderse la buena prensa que el movimiento “okupa” ha tenido, siendo en sí un grupo violento, contrario al derecho de propiedad y en directa confrontación con el Estado de Derecho. Que algunos de sus miembros hayan derivado hacia la colaboración con Eta, pasando información, marcando objetivos y ayudando a escapar a los terroristas dotándoles de una infraestructura añadida, entra dentro de la más estricta lógica, aunque sea perversa.

Puede aducirse el recurrente argumento, tan políticamente correcto, tan descomprometido, tan de progresismo de salón, de que estamos ante una minoría. Los violentos son siempre una minoría, según esa estúpida tesis, que empaña las buenas intenciones de los movimientos colectivos. El intento de destrucción de ciudades enteras se presenta como el efecto de una minoría que parasita al movimiento antiglobalización. Los “okupas” etarras son una minoría dentro de una minoría. Lo que debemos evitar, se nos dice, es la “criminalización”. A pesar de las evidencias, pues la única criminalización de verdad es la que se traduce en asesinatos, siempre por minorías que no representan al movimiento en sí. En cuestiones de violencia, las bromas se pagan. Y la buena prensa de los “okupas” es una broma pesada tirando a pesadísima.