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Una norma conveniente es no dejarse llevar por las figuras literarias. Utilizarlas, pero sin terminar enredado en ellas. De lo sublime a lo ridículo, ya se sabe, hay un paso. Convertir a Bush en Polifemo y a Bin Laden en Ulises puede dar para una sobremesa con buen brandy, pero no para meterse en camisas de once varas geoestratégicas. Ulises, por ejemplo, no era un suicida. Ni Bush un caníbal. De hecho, Estados Unidos es la primera potencia en destinar fondos al Tercer Mundo, incluso, con una cándida ingenuidad, a aquellos lugares donde se les odia.

Siempre me ha parecido cateto, muestra de provincianismo, intentar dar lecciones a la presidencia norteamericana desde la prensa española. Es una vieja tradición franquista. Es probable que la Casa Blanca precise de esas lecciones, pero dudo que en el dossier de prensa se incluyan recortes de “El País” y “El Mundo”, periódicos que están rivalizando en pedir moderación a Bush y en temer el efecto de las represalias por encima de al terrorismo. En eso, la opinión pública norteamericana es muy aislacionista.

También es muy socorrida la estrategia de cuidar la vanidad de Aznar –la investigación de Gescartera es una impagable contribución a la ceremonia de la confusión–, y mostrarse al mismo tiempo altivo con Bush. De esa forma, se gana un plus gratis, sin riesgo alguno, de independencia. Y, a lo mejor, lo que mueve la competencia mediática es ver quién gana a quién en niveles de tercermundismo y antioccidentalismo políticamente correcto. A lo mejor estamos oscilando hacia un consenso de eso que se llamó polanquismo.

Creo, con perdón, que, a tenor de las ínfulas de estratega, la metáfora del Polifemo herido en su único ojo –ciego, por tanto– cuadra a Pedro J. a tenor de su epístola dominical. La comparación entre el anarquismo y el integrismo no pasa de ocurrente. Reclamar que la respuesta ha de ser “inteligente y racional, o lo que es lo mismo, proporcional y adecuada a la naturaleza del ataque”, es una obviedad, por no decir, en términos intelectuales, una chorrada. De hecho, no debe ser proporcional y adecuada a la naturaleza de un ataque que es genocida, realizado sobre personal civil, esencialmente inocente. No debemos ir hacia un genocidio. Puede que no sea eso lo que proponga Pedro J., pero es lo que acaba diciendo al liarse en plan padre Peyton progre.

Tampoco va muy allá lo de comparar la alegría de los adolescentes palestinos con “el júbilo pueril del niño pobre que ve desmoronarse el castillo de arena de su vecino rico”, porque las torres gemelas no eran de arena y contenían en su interior preciosas vidas humanas.

Dejo al margen futilezas como lo de “los estúpidos delirios de grandeza del escudo antimisiles” –más necesario, por obvio, ahora que nunca. Donde me parece que desbarra el ideólogo de Aznar (a Dios gracias, no el de Bush) es cuando se pone la gorra de comandante en jefe: “convertir al integrismo o fundamentalismo en su conjunto en el enemigo universal (...) supondría colocar a la Humanidad entera al borde de un abismo insondable”. Bueno, el abismo actual es fruto de un sopor y una dejadez de décadas, del relativismo de no entrar en Bagdad, de la falta de respuesta adecuada a los atentados contra las embajadas.

El terrorismo no es sólo la acción directa. Es una ideología sustentadora, un entramado financiador y unos santuarios donde se prepara a los suicidas y se trazan los planes. Mientras haya terrorismo, no se puede bajar la guardia, a pesar de lo que le parezca más educado al director de “El Mundo”, para quien sería mejor imponer sanciones a Afganistán y financiar a los opositores, cosa difícil cuando se trata de un totalitarismo donde se les asesina.

En todo esto, al margen del interés en superar por los complejos a Juan Luis Cebrián, late un error de diagnóstico. La tesis de que se trata de un atentado contra los Estados Unidos, al cual, nosotros asistimos como espectadores. Bueno, ha sido un atentado contra Occidente, cosa que a nosotros puede decirnos poco, incluso algo maldito, pero que a Bin Laden le dice mucho porque para él Pedro J. es ni más ni menos que un “cruzado”, a pesar de su exquisito laicismo y su acendrada moderación. Bin Laden y los integristas atentan contra Estados Unidos porque si cayera el gran Satán, los pequeños demonios familiares como España y “El Mundo” serían cosa de coser y cantar.

Uno se pone de mancheta “El Mundo” y va y se lo cree. Y empieza a tirar peñascos de papel mojado a la Casa Blanca. Polifemo a tope.

En España

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