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Alberto Míguez

No sólo la ley y el nombre

Pocos organismos del Estado español gozan de peor fama y mayor descrédito que el hasta ahora CESID, y muy pronto Centro Nacional de Inteligencia. El paso por este centro del ex militar y delincuente (fue condenado por delinquir, luego es un delincuente) Alonso Manglano, y su amigo, el también ex militar Javier Calderón, situaron este servicio a los pies de los caballos, haciéndolo modelo de rechifla pública y trabajo incompetente. De pocos centros de inteligencia en Europa se han dicho cosas tan graves y bochornosas bochorno como del ahora reformable –pero no reformado- organismo.

Todavía está, por ejemplo, sin aclarar el papel jugado por el Centro y sus dirigentes en el golpe de Estado del 23-F; y aunque hay sentencia firme sobre el bochornoso espectáculo de las escuchas telefónicas (escucharon hasta al Rey), nunca se supo con exactitud quién las inspiró y qué razones tuvo. El CESID ha sido en el pasado, no un instrumento para neutralizar las amenazas contra el Estado y el pueblo español, sino una amenaza en sí mismo para ambos.

Recuperar la fama y la honorabilidad perdidas será, para los nuevos gestores del remozado servicio de inteligencia español, una labor difícil, que exigirá la colaboración de todas las fuerzas políticas parlamentarias y un consenso social que, hoy por hoy, no existe.

No se trata, desde luego, de cambiar apenas el nombre del servicio de inteligencia y/o dictar una ley que lo regule, por muy sabias y oportunas que sean ambas iniciativas, anunciadas ayer por José María Aznar en el Congreso. De lo que se trata es de modular sus funciones, controlar democráticamente sus actividades, mejorar su operatividad e insertarlo en eso que se llama el Estado de Derecho algo a lo que, por origen y trayectoria, fue ajeno el crepúscular Centro de Información de la Defensa.

Hace meses, el gobierno nombró, con categoría de Secretario de Estado para dirigir los servicios de inteligencia, al hasta entonces embajador en Marruecos y diplomático de carrera, Jorge Dezcallar;, persona discreta y competente, cuyo nombre fue consensuado con el Partido Socialista. Sobre Dezcallar recaerá la nada fácil labor de construir un servicio de inteligencia a la altura de los tiempos y las necesidades del país.

La apuesta es considerable; las dificultades, sin cuento; y la voluntad del gobierno por reformar un instrumento caduco y desacreditado, está por ver. Y se verá pronto.

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