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Javier Ruiz Portella

Vandalismo “antifascista”

En sus ediciones del Día de la Hispanidad —ese día que en Cataluña se denomina exclusivamente Fiesta del Pilar— todos los medios han informado de los violentos altercados protagonizados en Barcelona por un grupo de vándalos, pertenecientes a la extrema izquierda y al independentismo catalán. Salvo excepción que ignoro, todos lo han hecho —incluido este periódico— otorgando a tales bárbaros el calificativo de "antifascistas" que ellos mismos se dan. Por supuesto que no es así, pero tal parece como si los autores de dichos artículos o reportajes hicieran suya la atribución de un apelativo de tan nobles connotaciones.

¡En fin, una simple cuestión de palabras!, se dirá. No, no se trata de una cuestión vana, de una discusión bizantina. Las palabras son cualquier cosa menos vanas. Las palabras están envueltas en un halo de significado que marca inevitablemente nuestras ideas. Todos estamos convencidos (es de esperar) de que, si los bárbaros de Barcelona tomaran el poder, establecerían un sistema, como mínimo, tan horrendo como el fascista. Pero da igual semejante convencimiento. A partir del momento en que se les califica de "antifascistas", se abre en nuestro espíritu una pequeña pero insidiosa brecha que hace que consideremos a tales brutos con cierta conmiseración. "Son unos bestias, claro está", se dice el lector común. "Están equivocados, pero llenos de buenas intenciones: pretenden luchar contra el fascismo", añade siguiendo el mensaje subliminal que se le envía.

Y lo mismo sucede con muchas otras palabras. Con las que lanza, por ejemplo, ese “separatismo” al que ya nunca se le llama por su nombre, sino por el más respetable de "nacionalismo"; este separatismo que ya no lucha por la “segregación” o la “indepen-dencia”, sino por la "autodeterminación" o el "soberanismo", como ellos proclaman y los demás como bobos repiten. Y lo mismo cabría decir de estos etarras "legales" (legalizados por nuestro Estado) a los que nadie denomina por lo que son, sino por lo que dicen ser: "batasunos", "abertzales". O como máximo "violentos".

En la lucha por las palabras, en el "frente lingüístico", revolucionarios y separatistas han ganado desde hace mucho tiempo la batalla. Como la han ganado también en lo que respecta a esta guerra civil nuestra, a uno de cuyos bandos nadie duda en calificarlo de "fascista", mientras todo el mundo denomina al otro "republicano" o "democrático". ¡Como si hubiera quedado el menor rastro de democracia en aquella desgraciada República (los recientes libros del historiador Pío Moa lo demuestran con palmaria claridad) aniquilada por la revolución anarquista y socialcomunista!

Progresistas, revolucionarios y nacionalistas han ganado, sin pelear siquiera, la lucha las palabras: las suyas se han convertido en las de todos. Pero difícilmente se les puede atribuir el mérito de tal victoria cuando nos dedicamos a repetir como borregos los términos que tan hábil como insidiosamente crean. La bobería claudicante de la derecha es de dimensiones parecidas a la iniquidad vergonzante de la izquierda.

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